España - Andalucía
Genuino y oportuno Fidelio
Raúl González Arévalo

Málaga sigue lanzada en su carrera para recuperar posiciones de todo respeto en el panorama operístico nacional. Continuando una senda empezada hace dos años, la 31º Temporada Lírica del Teatro Cervantes aumenta su apuesta firme y decidida por producciones de calidad, poniendo en valor repartos y elementos artísticos mayoritariamente españoles. Además, dos de los cuatro títulos previstos contarán con tres funciones en lugar de las dos habituales, dando satisfacción así a una reivindicación del público desde hace décadas.
Con Fidelio había una dificultad añadida respecto a La traviata de 2018 y Turandot de 2017. En general, el público malagueño prefiere indudablemente los títulos italianos más populares, y como mucho los franceses. Lo comprendo: la única ópera de Beethoven resulta más dura, por ausencia de una acción verdadera en un libreto más bien estático; por la falta de melodías pegadizas, sin menoscabo de su genialidad (no es ningún secreto que Beethoven se encontraba más cómodo componiendo música instrumental que vocal); y por la dureza del alemán frente al italiano o al francés (parece que solo Mozart escapa a esta regla para el público mediterráneo). De ahí que los aplausos fueran corteses durante la función y más tibios que cálidos en los saludos finales en comparación con otras ocasiones.
Al mismo tiempo, las instituciones culturales y sus programadores -el Teatro Cervantes y Juan Antonio Vigar en este caso- tienen una responsabilidad también a la hora de sacar al público de su zona de confort y ofrecer propuestas que requieran un esfuerzo intelectual, además de disfrute musical. Y pocos títulos más adecuados que Fidelio para ello, por múltiples razones, incluyendo la actualidad política: con el auge de los nacionalismos y la extrema derecha en toda Europa, incluyendo España por las perspectivas de aumento aparente para las elecciones generales que tendrán lugar en unos días, el canto a la libertad y la rectitud de Beethoven recuerda que la justicia no siempre es justa aunque se ajuste a derecho y que los derechos sociales siempre hay que lucharlos porque, como se ganan, se pierden, como viene sufriendo la sociedad española en los últimos años.
Manuel Hernández Silva es conocido por su formación vienesa y su amor por el Clasicismo (como se puede ver en la extensa entrevista que le hice hace ahora un año y medio). De ahí que para su estreno en Málaga con una ópera eligiera Così fan tutte de Mozart en 2018 y ahora este Fidelio que se adelanta a la celebración en 2020 del 250º aniversario del nacimiento de Beethoven. Su afinidad con el genio de Bonn es total y el conocimiento de su producción, profundo. De ahí el acercamiento netamente clasicista que ha impreso a su única ópera. El venezolano tiene toda la razón cuando defiende que a Fidelio hay que llegar desde Mozart y Haydn (yo añadiría Salieri, que además fue su maestro) y no desde Wagner. Sin embargo, tampoco puede desecharse el peso de la tradición, que desde el siglo XX ha impuesto una visión sinfónica y dramática de la partitura, educando los oídos.
Con estos mimbres, el Fidelio malagueño sonó genuinamente clasicista y menos romántico de lo que ha impuesto la costumbre, con texturas incluso ligeras y casi mozartianas en las partes más líricas. Con el volumen de la orquesta controlado -más allá de la localización en el foso del teatro- se podían apreciar mejor los planos y efectos del tejido orquestal, con un resultado final menos dramático y más cercano al singspiel con el que le emparentan los diálogos hablados. Así se encuentra realmente entre La flauta mágica (1791) y El cazador furtivo (1821), haciendo de puente entre ambas. Un resultado posible gracias a un ejercicio intelectual reposado, con decisiones maduradas, un criterio en la dirección clarísimo y una guía con mano firme y segura de una orquesta a la que ha sabido encumbrar desde hace unos años en su mejor momento musical. La Filarmónica de Málaga se beneficia siempre en sus resultados líricos de direcciones con más conocimiento de causa que búsqueda de efectos. Aunque el resultado sea más sutil y menos aparente, como ha sido el caso.
Con este planteamiento musical, Berna Perles fue probablemente la Leonore soñada por el director. El entendimiento entre ambos es total, como han demostrado en reiteradas ocasiones, y no me cabe duda de que si la soprano malagueña ha aceptado el reto -¡y el riesgo!- que suponía añadir la protagonista beethoveniana a su repertorio ha sido por la protección que le brindaba Hernández Silva. Hacía un año y medio que no la escuchaba en directo, después de la segunda maternidad su instrumento ha ensanchado, se ha oscurecido en el centro y ha ganado consistencia en el grave, muy bien trabajado, como el modo de saldarlo de modo natural con el centro. Además, lo ha conseguido sin perder luminosidad en el agudo, su punto fuerte. Sigue siendo en esencia una lírica con coloratura, que ahora aborda con mayor comodidad papeles más centrales.
Como era lógico, la encarnación de la soprano malagueña en ningún momento forzó su instrumento, e incluso se apreciaba cierta prudencia en los momentos más comprometidos, no tanto el aria -bien resuelta, incluyendo los pasajes más complicados como el salto de octava en la cabaletta- como el dúo con el tenor, de tesitura un tanto baja para ella. De todo salió victoriosa, incluyendo los complicados diálogos, en los que su alemán resultó el más fluido y mejor hablado de todo el reparto, a excepción de Favetys. Con todo, no creo que sea un papel que deba frecuentar, no solo por los riesgos que entraña para ella, sino sobre todo porque su voz luce mucho más y mejor en el repertorio romántico francés e italiano con el que se prodiga en recital. Más aún: en vista de sus buenas posibilidades y de la política de apoyo al talento local -sobradamente justificado en este caso-, quizás sea hora de que los responsables del Cervantes programen para ella otro repertorio como el belcanto serio, incluyendo títulos que no se han visto en Málaga desde la reapertura del teatro en 1987.
A su lado el gran triunfador de la noche fue el Rocco de Tijl Favetys, que relevó al previsto Roman Ialcic sin que hayan trascendido las razones para la sustitución de última hora. En cualquier caso, fue un reemplazo feliz: con una voz amplia y oscura, perfecta para el carcelero; un canto seguro y un alemán de manual, el bajo belga compuso un personaje de inusitada nobleza y fue el más aplaudido de la noche, lo que resultó más que justo. Igualmente, tuvo una cálida acogida la Marzelline de Beatriz Díaz, que hace dos años fue una gran Despina. La asturiana ofreció una voz más lírica que ligera para su personaje, particularmente brillante en el registro agudo y buenas dotes dramáticas. Aprovechó muy bien sus intervenciones para hacerse notar, en particular el dúo inicial y el maravilloso cuarteto que le sigue.
En el siguiente nivel habría que poner al resto del reparto. El Pizarro de José Antonio López presentó una voz amplia, con alguna limitación en el extremo grave, pero suficiente en cualquier caso para afrontar el papel. El colombiano César Gutiérrez fue un Florestan correcto en lo vocal, pero nada más, carente de todo atractivo dramático. Más adecuados el Jaquino de aspecto contrahecho de Pablo García López y el Don Fernando de Luis López. Por último, el coro, con momentos muy lucidos para los hombres como “O welche Lust!”.
La producción escénica minimalista de José Carlos Plaza tenía un mayor impacto visual, y por tanto eficacia teatral, en el escenario de la Maestranza para el que fue concebido originalmente y donde tuve ocasión de verla en su estreno de 2007. En el Cervantes de Málaga, más pequeño, las dos losas de acero oxidado quedaban más abigarradas, incluso claustrofóbicas, y aunque no es algo que perjudicara a la atmósfera de la pieza, sí dificultaba el desplazamiento del coro y el reparto, limitando sus posibilidades de movimiento. La inclusión de la obertura Leonore nº 3 al final del segundo acto, por más que se intente justificar por la calidad de la música, no fue prevista por el compositor y detiene caprichosamente la acción. Los minutos con el coro de hombres empujando figuradamente la losa como alegoría de la recuperación de la libertad se hicieron eternos en su representación teatral.
En definitiva, este Fidelio ha constituido sin duda una buena apertura de la temporada lírica malagueña, con elementos de indudable interés, a pesar de la ingratitud de la ópera, que exige un enorme esfuerzo musical y dramático que no luce todo lo que debería por su limitada capacidad teatral. Pero con toda probabilidad el público ya cuenta los días para el recital de Javier Camarena en enero -fuera de abono- y sobre todo para esos dos pilares del repertorio que son La favorita de Donizetti (en marzo) y El barbero de Sevilla de Rossini (en junio), separadas por La casa de Bernarda Alba de Miquel Ortega (en abril).
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