España - Galicia
Variaciones sobre un paisaje organístico
Paco Yáñez

Aunque los constantes rebrotes que estamos sufriendo a finales de agosto nos muestran que la pandemia de la COVID-19 lejos está de ser superada, poco a poco algunos de los festivales que hubiesen tenido lugar en la primavera de este aciago 2020 se van recolocando en otras fechas del calendario que, tras el confinamiento, se creyeron más propicias para evitar contagios, si bien los muchos descuidos que por doquier observamos han propiciado una situación que dista mucho de lo deseable en el conjunto de una España en la que una parte de sus ciudadanos parece comportarse de forma cívica únicamente bajo el yugo de un estado de alarma.
De este modo, y después de que en el mes de julio nos hubiésemos reencontrado en A Coruña con el Festival de Música Contemporánea Resis (inicialmente programado para mayo), en agosto y septiembre es momento para el festival De Lugares e Órganos, una cita que había sido ideada para la Semana Santa compostelana, de no haber mediado la irrupción de la pandemia. Es por ello que De Lugares e Órganos tenía, allá por marzo, una serie de proyectos ya en marcha, entre los que destacaba el encargo de una nueva obra con la que este festival pretende ampliar el repertorio de órgano: una iniciativa que ya había contado, en ediciones previas, con compositores como Javier María López o Pablo Seoane. En 2020, turno ha sido para el gallego Xoán-Xil López (Sarria, 1972), un compositor, artista sonoro e investigador que, como indicó la directora artística del festival, Belén Bermejo, es un buen ejemplo de resiliencia, pues ante las muchas adversidades que han hecho peligrar los estrenos que hoy hemos vivido en la Iglesia de la Universidad de Santiago de Compostela, siempre mantuvo, desde el propio encargo efectuado en octubre de 2019, la voluntad de sacar adelante este proyecto tan hermoso y personal.
Esa perseverancia es perfectamente explicable para cualquiera que conozca el incansable trabajo de Xoán-Xil a lo largo de los últimos años, algo que podemos comprobar tanto en su página web como en los sucesivos conciertos de Vertixe Sonora Ensemble en los que Xoán-Xil se ha involucrado, ya como compositor, ya como especialista en música electrónica o artista sonoro. En el concierto del que hoy les damos cuenta, todas estas dimensiones creativas de Xoán-Xil se daban cita, así como su trabajo como paisajista musical (ámbito en el que debemos destacar, asimismo, sus investigaciones en el campo de la topología musical, de lo cual su pieza electroacústica Latexos (2019), presentada en Lugo el 24 de junio de 2019, constituyó un perfecto ejemplo, como forma de conocimiento del Camino de Santiago a través de sus paisajes acústicos en colaboración con un grupo de alumnos de enseñanza secundaria y con una asociación de amigos del Camino).
En esta ocasión, el proceso compositivo que nos ha traído hasta el estreno mundial de Organscape I-IV "Variacións para o Rei-Lúa" (2020) ha sido, al menos, complejo, incluida la dificultad que Xoán-Xil ha tenido a lo largo de estos meses para acceder al propio órgano para el que han sido creadas específicamente estas primeras partes del ciclo Organscape: un bello instrumento construido por Manuel Sanz en 1802 que, gracias al trabajo del compositor gallego, ha sido llevado a paisajes musicales propios del siglo XXI, sin perder por ello un ápice de enraizamiento histórico, pues —como veremos a lo largo de esta reseña— son varios y muy sustantivos los diálogos estilísticos y las influencias que sabiamente alquitara Xoán-Xil en "Variacións para o Rei-Lúa", un proyecto que, como señala su creador, «surge de la idea de la mímesis musical del paisaje sonoro, ámbito este último en el que se sitúa gran parte de mi trabajo artístico». Siguiendo las explicaciones que el compositor gallego nos facilita con respecto a este estreno, «partiendo de una investigación relativa a los registros especiales que encontramos en algunos órganos, principalmente durante el período Barroco, destinados a imitar sonidos paramusicales, como el de los pájaros o el de los truenos, Organscape profundiza en la idea de la representación de nuestro entorno audible a través de una serie de obras escritas para este instrumento y una instalación sonora. En este sentido no se trata tanto de conseguir una imitación fiel, sino de esbozar ciertas características acústicas del material evocado, el viento o un enjambre, por ejemplo. Una tensión que nos sitúa entre la utopía y la distopía».
Así, lo primero que nos hemos encontrado al adentrarnos en la Iglesia de la Universidad ha sido la instalación Organismo I (2020), obra de Xoán-Xil que nos presenta todo un estudio de ornitología mecánica que prácticamente deconstruye o fragmenta en sus unidades mínimas al propio órgano, ya que -según Xoán-Xil-, «en cierto modo el órgano podría considerarse como una de las primeras "instalaciones" site-specific al tratarse de un dispositivo sonoro construido para permanecer en un lugar fijo calculado en función de la acústica del espacio que ocupa. Es desde esta perspectiva contemporánea, vinculada con el ámbito del arte sonoro, desde donde se establece el marco del trabajo técnico realizado con el instrumento y que lo conecta al mismo tiempo con la instalación Organismo I, un dispositivo acústico modular que trata de emular un repertorio de sonidos naturales mediante el uso de distintos mecanismos acústicos, como reclamos de aves, accionados por el aire de diferentes fuelles». Esta bella y sugerente instalación se integraría, con sus cantos organístico-aviares, dentro del propio concierto, formando parte del mismo como una isla entre las grandes masas de órgano construidas por Xoán-Xil y las partituras históricas seleccionadas para este concierto por el organista a quien esta noche hemos escuchado, Andrés Cea Galán.
Pero, antes del concierto propiamente dicho, pudimos participar en lo que De Órganos e Lugares denominó una «Preparación para la escucha»; preparación en la que Belén Bermejo dialogó con Xoán-Xil y Andrés Cea Galán para desentrañar cuanto íbamos a escuchar esta noche, incluyendo los motivos por los que el organista jerezano seleccionó las cuatro piezas históricas programadas: todas ellas, asimismo, parte de un paisajismo musical tan antiguo como la propia música.
Aunque, por las palabras de Xoán-Xil en su charla previa al concierto, así como por las referencias ornitológicas, podríamos aventurar que su composición se movería por los derroteros de uno de los colosos del órgano del siglo XX, Olivier Messiaen, el planteamiento estético del ciclo Organscape I-IV "Variacións para o Rei-Lúa" tiene como referentes históricos más próximos, en cuanto a conformación del sonido y utilización del propio órgano, a otros dos compositores que son, igualmente, dos pilares sustanciales del siglo XX, como Giacinto Scelsi y, muy especialmente, György Ligeti, cuya magistral Volumina (1961-62, rev. 1966) se encuentra, sin lugar a dudas, entre las referencias de "Variacións para o Rei-Lúa". Otra de sus inspiraciones es de orden literario, y hasta programático (quizás sería más apropiado decir programático-paisajístico). Nos referimos a Le Poète assassiné (1916), de Guillaume Apollinaire, obra en la que un maravilloso órgano emplazado en una cueva lanza paisajes acústicos del mundo según se pulse cada una de sus teclas (con Ludwig II de Baviera como organista, en el relato de Apollinaire), algo directamente infiltrado en el título de este ciclo de Xoán-Xil, Organscape, traducible como Paisaje organístico. Se trata de un paisaje, en todo caso, que no tiene una voluntad hiperrealista, y que toma como referencia para determinar lo plasmado en la partitura grabaciones de campo efectuadas por el propio compositor de muy diversas formas, ya de un modo más intuitivo, ya analizando sus espectros, etc. Ello se funde con un trabajo propiamente compositivo en el que destaca el uso de las técnicas extendidas que lleva a cabo Xoán-Xil, en línea con la mejor composición actual: procedimiento, en este instrumento, tan poco habitual en Galicia y que, con su profuso manejo de tiradores y registros, nos ha deparado momentos de una belleza muy singular, entre las más logradas y trascedentes que he escuchado en la música de órgano actual.
Así pues, fiel a la voluntad paisajística, tanto del relato literario como de sus trabajos de campo en el ámbito del arte sonoro, Xoán-Xil ha concebido en estas "Variacións para o Rei-Lúa" todo un paisaje organístico heterogéneo que expande su mirada y su oído fuera de su ámbito geográfico más cercano, Galicia, con grabaciones que Xoán-Xil ha recogido en distintos lugares del mundo y que aquí son puestas, ya en su forma de partitura para órgano, en contrapunto con las cuatro piezas históricas y con la instalación Organismo I.
La primera de las partituras compuestas específicamente para este estreno es Organscape I, una página de naturaleza netamente scelsiana, por cuanto con un abanico de notas muy reducido Xoán-Xil se adentra en la modulación más refinada de esas alturas por medio de la movilización de los tiradores, construyendo bloques de sonido que, desde las apenas cuatro notas en pares que capitalizan el inicio, van creciendo en matices, volumen e intensidad, convocando ecos de ese otro genio al que ya nos hemos referido: György Ligeti. El paisaje en esta primera pieza está dominado por el viento, remedado en el órgano por medio de los tiradores del flautado, cuya activación convenientemente ralentizada despliega unos bellísimos multifónicos que enrarecen el sonido del órgano, creando una desestabilización que, al ampliar estos efectos extendidos, da la sensación de generar unos enormes glissandi, así como masas de sonido plasmáticas que nos volverán a recordar las partituras micropolifónicas de Ligeti; incluso, con esa suerte de naturaleza policoral que subyace a algunas de ellas: fruto de la influencia que en el compositor húngaro tiene, a su vez, la polifonía medieval. La aparición esporádica de notas con un perfil más destacado y definido dentro de esta profusión de texturas y efectos extendidos nos remite, asimismo, a esas irrupciones verticales en piezas como Lontano (1967); si bien todo ello actualizado, convirtiendo Andrés Cea el órgano decimonónico compostelano en todo un artefacto de luz y aire habitado de forma muy matizada hasta ese deslumbrante final en el que la entrada del registro grave aumenta considerablemente el cuerpo del sonido, así como sus capas armónicas en soplidos paralelos cuyas rugosidades se multiplican por efecto de los tiradores. Como comienzo de concierto, el impacto y la belleza de la composición de Xoán-Xil han sido realmente sobresalientes.
Desde la música de creación actual realizamos nuestro primer viaje al pasado por medio del británico William Byrd (Londres, 1543 - Stondon Masey, 1623) y The Bells, pieza marcada por las nota do y re que, cual repique de campanas, marcan el desarrollo de una serie de variaciones en las que Andrés Cea ha dejado buena constancia de ese perpetuum mobile que caracteriza a esta partitura, convirtiendo al órgano en un gran badajo que va y viene por el interior de la campana con gran énfasis rítmico, en otra forma de polifonía por resonancias, ya no plasmática, como la de Organscape I, sino de orden más armónico. Como en tantas partituras para órgano, el progresivo crecimiento de la intensidad y del virtuosismo convoca al registro grave, que Cea despliega sin reservas, en paralelo a una digitación muy ornamentada que, como en la pieza de Xoán-Xil, pese a jugar con unos materiales muy parcos en cuanto a notas, es capaz de extraer todo un paisaje acústico que enriquece nuestra visión del mundo a través de las músicas programadas en este concierto.
Antes de adentrarnos en Organscape II, Xoán-Xil realizó un paseo musical por el dispositivo acústico modular Organismo I, activando una serie de reclamos de pájaros que acompañaron a los sonidos aviares que los pequeños fuelles y tubos despliegan desde el suelo, en una instalación que estaba pensada para que el público la visitase libremente durante los días del festival, pero que por motivo de la pandemia se ha visto reducida únicamente a su puntual inserción en este concierto. Quizás es por ello que su presencia en "Variacións para o Rei-Lúa" resulta algo disruptiva dentro del conjunto de piezas actuales e históricas que han conformado este concierto, introduciendo un elemento extraño, ya por su naturaleza acústica, ya porque centra nuestra atención visual en el propio compositor y sus movimientos, mientras que durante el resto del concierto a Andrés Cea no lo habíamos visto, por la orientación de las sillas en la Iglesia de la Universidad. En todo caso, estamos, igualmente, ante otro paisaje acústico, también marcado por la naturaleza, en cuyo trasunto musical Xoán-Xil ha adquirido una presencia chamánica, convirtiéndose, él mismo, en sonido de la naturaleza.
Directamente ligado con Organismo I ha surgido Organscape II, una pieza nuevamente para órgano solo que ejemplifica a la perfección el refinadísimo trabajo que Xoán-Xil ha llevado a cabo con el instrumento para el que ha escrito su partitura, pues, con la movilización únicamente del órgano, ha creado un entramado sonoro cuya naturaleza parecía realmente electroacústica, al punto de que uno podría llegar a pensar que la música que tocaba Andrés Cea era una creación electrónica proyectada a través de altavoces: tal ha sido el logro del compositor y de su intérprete, que no sólo han dado fe de la naturaleza del sonido sintético en un instrumento acústico, sino que la difusión del mismo en la Iglesia de la Universidad se ha beneficiado de una espacialización que parecía la dispuesta por un sistema de altavoces multicanal.
Si el material que Xoán-Xil trabajaba en Organscape I era el aire, en Organscape II el compositor gallego utiliza como base para su composición unas grabaciones de grillos por él mismo efectuadas en Tepoztlán (México), lo que amplía nuestra experiencia acústica del mundo, convirtiendo el órgano compostelano, una vez más, en ese instrumento fantástico hoy activado -siguiendo el relato de Apollinaire- por un Andrés II de Baviera que en Organscape II nos ha ofrecido un enorme contraste entre los dos grandes bloques que conforman esta segunda parte de "Variacións para o Rei-Lúa". Los primeros compases se forman a modo de oleadas sucesivas de dos notas con una apertura de los registros que confiere al órgano un enorme brillo y una sonoridad muy aguda que reverbera cual espejeada por la iglesia (de ahí, esa sensación de surround que escuchábamos en la nave mayor). Progresivamente, tras el paisaje inicial tan agudo, Andrés Cea va desplegando grandes clústeres atacando el registro grave con peso y resonancia, aunque su movilidad es menor, con un estatismo que contrasta nuevamente con la más febril y grillesca parte inicial de Organscape II.
La siguiente parada en este viaje por los sonidos del mundo se efectuó en Italia, con Girolamo Frescobaldi (Ferrara, 1583 - Roma, 1643) como guía acústico, de quien escuchamos Capriccio sopra il Cucho F 4.03 (1624), una pieza -según Andrés Cea- «articulada como una típica composición imitativa multiseccional, pero con un obligato en la voz de soprano, que imita el canto de esta ave (la tercera menor descendente re-si). Esta fórmula aparece un total de ochenta veces, destacando sobre el resto, y más de sesenta camuflada dentro de la trama contrapuntística de las otras tres voces». Es un planteamiento, como también señaló el organista jerezano en la preparación para la escucha, que no busca tanto imitar a la propia naturaleza, sino tomar elementos de la misma para remedar un paisaje natural; en este caso, con un cierto «boicot» del contrapunto por parte de esas dos notas «intrusas» del cuco que lo perturban en su desarrollo. Andrés Cea ha dado perfecta cuenta de ello, graduando la presencia del motivo aviar re-si en distintos niveles dinámicos, pero haciéndonos partícipes, por sutiles que fuesen sus apariciones en diferentes compases, de que ese canto estaba ahí, agazapado en todo momento, cual ventana abierta desde la iglesia compostelana a los bosques gallegos en los que el canto del cuco es presencial intemporal.
Efectuando un nuevo viaje a través del tiempo, recalamos en Organscape III, pieza para cuya concepción Xoán-Xil ha utilizado grabaciones de abejas, dando como resultado una pieza que comparte cierto parecido con Organscape I, siendo estas dos partes de "Variacións para o Rei-Lúa" las que me han parecido más impactantes, dentro de un ciclo de una gran calidad en su conjunto. De nuevo, estamos ante un órgano estático y plasmático, en el que se ataca un muy parco grupo de notas cuya modulación por medio de los tiradores modifica la tímbrica de las mismas de forma bellísima (de nuevo, con reminiscencias y sabia asimilación por parte de Xoán-Xil de las enseñanzas históricas de Scelsi y Ligeti). Asimismo, en Organscape III habría que sumar, incluso, una impronta de la música saturada, por cómo la masa sonora desplegada por Andrés Cea va creciendo y superponiendo capas en fricciones que se saturan progresivamente no sólo tímbrica, sino rítmicamente, alcanzando lo que parece un gigantesco clúster que lleva al órgano a sus límites. Tal es la saturación a la que llega el instrumento, la plétora de notas y registros que impone Xoán-Xil, que, tras el tensísimo clímax de Organscape III, la partitura parece desmaterializarse progresivamente al haber quedado el órgano exhausto, dando lugar a un muy medido rallentando en el que los registros se van replegando tras su plena y vigorosa explosión central. Realmente, como parte casi central que Organscape III ha sido de este concierto, podemos considerar esta pieza como el clímax mismo del programa, ofreciéndonos Xoán-Xil una obra de una calidad realmente sustantiva que sería muy interesante y disfrutable volver a escuchar de nuevo.
Tras semejante eclosión organística, Andrés Cea ha demostrado que músculo y resistencia no le faltan, si bien la siguiente partitura que interpretó le permitía darse un descanso por una idílica Aranjuez, aunque las exigencias en cuanto a estilo y digitación no han sido, tampoco, menores. Nos referimos a El jardín de Aranjuez en tiempo de Primavera, con diversos cantos de páxaros y otros animales (c. 1760), una partitura de José Herrando (Valencia, c. 1720 - Madrid, 1763) originalmente escrita para violín y bajo continuo que esta noche hemos escuchado en el arreglo para órgano efectuado por el propio Andrés Cea. Estamos ante una pieza, nuevamente, descriptiva y paisajística, y de forma muy explícita, de modo que escucharemos sonidos que remedan el agua, el viento entre los árboles, codornices, palomas, cucos, canarios y diversas aves que otrora poblaban la villa madrileña. Andrés Cea confiere a esta partitura reminiscencias vivaldianas, plenamente audibles en su primer movimiento, un 'Allegro' especialmente enfático y colorido; mientras que en el 'Andante' los ecos estilísticos diría que han sido más cercanos a Pergolesi, con una digitación muy bella y embebida del canto, con gran melodismo y emotividad, aportando un momento de introspección meditativa paladeada por Cea con gran mimo y un tempo lento muy adecuado. Es por ello que el contraste con el 'Allegro moderato' final ha sido muy marcado, incidiendo en lo festivo del mismo, así como destacando los muchos ecos aviares y la tempestad final con brío y reminiscencias del primer movimiento, por lo que la ejecución organística de este paseo ha sido, en su conjunto, tan heterogénea como coherente.
Regresados del bello paseo arancetano al que nos había invitado Andrés Cea, el organista andaluz afrontó la última parte de "Variacións para o Rei-Lúa", en un nuevo cambio estilístico que, quizás, no resultó tan acusado como los anteriores, por cuanto Organscape IV nos remite a la tradición melódica y armónica de forma más directa que las tres primeras partes del ciclo. En buena medida, ello es debido a que Xoán-Xil utiliza aquí como base un tema árabe que, asimismo, hace de Organscape IV una pieza más transparente y desnuda, sin las abigarradas masas plasmáticas de las primeras partituras. Esos materiales originales para voz —los cantos de la mezquita— se convierten en motivos organísticos que intentan trazar un desarrollo por medio de microvariaciones, expandiendo su llamada, cual la del almuédano en su minarete, hacia el horizonte, si bien Xoán-Xil intercala una serie de silencios que cortan dichos desarrollos, retornado el eco sobre sí mismo como si se tratase de un canto cíclico o de un mantra. De este modo, la construcción global de Organscape IV adquiere una dimensión horizontal de largo recorrido que vuelve a contrastar con las tan verticales Organscape previas, impeliéndonos a conocer otros paisajes acústicos del mundo. Esas reminiscencias melódico-armónicas sí nos acercarían más, aquí, a Olivier Messiaen, si bien el modelo de microvariaciones y la progresiva acumulación de resonancias que engasta Xoán-Xil en su partitura confieren un sonido propio al trabajo del compositor gallego, cuyo aquilatado y sabio conocimiento de la tradición musical es evidente en esta pieza conclusiva de sus "Variacións para o Rei-Lúa", un ciclo que, como antes he señalado, merece regresar a nuestros programas de conciertos, por su gran belleza y calidad; además de que nos ha mostrado a un Andrés Cea que, pese a que cuenta en su trayectoria con experiencias previas en el ámbito contemporáneo, nos ha sorprendido muy positivamente en los nada sencillos planteamientos de Xoán-Xil en estas cuatro primeras partes de Organscape; muy especialmente, en lo que se refiere a dar con el estilo, el volumen y el sentido de estas cuatro potentes partituras.
Cerró este tan completo y bello concierto el compositor portugués Pedro de Araújo (c. 1640-1705), organista cuya carrera se desarrolló a caballo entre su país natal y Galicia. De Araújo escuchamos una pieza que Andrés Cea calificó de «ideal para el órgano ibérico de esta iglesia», la Batalha de sexto tom. Como era de esperar, Cea ha hecho estallar el órgano compostelano en toda una conflagración de sus trompeterías cual navíos de guerra enfrentados, ya desde una muy medida presentación de las escuadras contendientes, bien cartografiadas acústicamente en planos, ecos y distancias. Tras su ejercicio de puesta en escena, Cea se ha lanzado a toda una profusa serie de ataques, réplicas y contrarréplicas excelentemente definidas y virtuosísticas, haciéndose evidente que estamos en el universo musical más querido por el organista jerezano: un frenesí de cañonazos y registros progresivamente acrecentados hasta ese vigoroso final que ha suscitado un no menos fervoroso aplauso por parte del público que llenaba el aforo dispuesto por la organización del festival (atendiendo escrupulosamente, por otra parte, a las medidas de uso de mascarilla, desinfectado de manos y distancia de seguridad, lo que ha reducido el número de sillas en la Iglesia de la Universidad).
Gran velada musical, por tanto, en un aquilatado encuentro con la música antigua, la composición actual y el paisajismo sonoro: una cita que agotó sus entradas con días de antelación y que volvió a mostrar el interés del público gallego por actividades tan variadas, formativas y cuidadas como las que este festival De Lugares e Órganos nos presenta desde el 20 de agosto hasta el 1 de septiembre en una ciudad, Santiago de Compostela, cuya orquesta residente, la Real Filharmonía de Galicia, a estas alturas del verano —a punto de llegar a septiembre—, no da señales de vida sobre lo que será su temporada 2020-21, mientras que la otra orquesta profesional gallega, la Sinfónica de Galicia, ya ha avanzado no sólo su programación, sino desarrollado todo un entramado logístico (que contempla, incluso, un cambio de sede) para adaptarse a la nueva (a)normalidad. Quizás sea que en el ayuntamiento compostelano, por lo que se ha visto estos días en la prensa, están más preocupados por aumentar la partida presupuestaria destinada a las luces de navidad, siguiendo la senda populista-comercial que ha desatado Abel Caballero en Vigo, demostrando que la estulticia sigue siendo poderosa y se multiplica, cual pandemia, a una velocidad de vértigo: qué país de contrastes, éste; y qué lejos estamos, aún, de Europa, por más que conciertos como el que hoy hemos reseñado nos hagan vislumbrar esa sociedad culta que (algunos) anhelamos.
Comentarios