España - Madrid
La noche triste. Rodrigo Cuevas en el Teatro de La Zarzuela
Ángela del Soto
Ayer fue una noche triste en el
para aquellos que quieren encerrar a la zarzuela en un sarcófago lleno de polvo y telarañas, envuelto en un mantón de Manila y claveles reventones. Aquellos que tanto aman nuestro género lírico, que no permiten que se quite el corsé ni a la de tres, como un marido celoso, y que prefieren verla muerta (cadavéricamente hablando) a renovada y frescachona como siempre lo ha sido, sin duda estarán que se tiran de los pelos.Para amar a la zarzuela hay que entenderla como lo que siempre ha sido, una dama deslenguada, amiga del pueblo, y con espíritu crítico, puro sainete, y sobre todo reflejo de la sociedad y de sus problemas, siempre de rabiosa actualidad, al menos en sus tiempos de esplendor. Intentar plantear que la zarzuela se debe entender desde un prisma de gravedad y pedantería, más digno de los grandes templos de la ópera, que tanto se criticó en nuestro repertorio, es asesinarla sin piedad, y condenarla a un ostracismo todavía mayor al que años y años de tradición impuesta sin mucho sentido, y poco juicio teatral la han condenado. Hay que entender y asumir que o nos renovamos o morimos, continuar la agonía no tiene sentido, para eso mejor dejarla como una pieza de museo, y no tocarla, la muerte será más rápida e indolora.
ayer se presentó en Jovellanos 4, y sin duda ha triunfado, pero no solo él, también la zarzuela, que se vio representada en todo su esplendor como espectáculo popular, cercano, y vivo, como tantos años lo estuvo y que precisamente por eso llegaba a todas las casas de nuestro país. Se puede hablar de Cuevas desde la perspectiva de artista total, que sin atisbo de impostura, ofrece todo lo que tiene desde el cariño, el conocimiento y la ternura.
Ayer saltaban las alarmas en los círculos más puristas, ¡horror!, música electrónica mezclada con zarzuela. ¿Qué pinta ese chico en el Sacro Templo De La Lírica Nacional?, y una perorata de improperios dignos de mejor causa, que sin duda parten del desconocimiento y del amor tóxico que tanto se encuentra en el aficionado patrio, en general visceral e irreflexivo, y que si no ve la levita que llevó
en la Francisquita de 1956 siente que un sarpullido le invade por todo el cuerpo, porque el purismo en la zarzuela pasa por entender el género desde la segunda mitad del S.XX, lo de antes no cuenta …Pues no señores, si se aborda el repertorio, sacrosanto e intocable, dése una perspectiva exquisita, con unos arreglos respetuosos hasta la extenuación, y sobre todo subrayando todo aquello que es inherente a la zarzuela, la cosa funciona exactamente igual que hace 140 años. Jóvenes y ancianos ayer disfrutaron ante el empaque de Rodrigo Cuevas, que lució poderío y sensibilidad, desde un punto de vista refrescante, directo, y llano, es decir pura zarzuela, sin añadidos ni ampulosidad, nada más que un artista y un género, en una lectura singular, sorprendente y profundamente coherente como los tiempos que corren.
El espectáculo Barbián, es un enorme canto de amor a la zarzuela, en el que un programa escogido de forma prodigiosa pasa por todas las señas de identidad del género, desde el regionalismo, hasta la sicalipsis, un género en sí misma, rematando con un guiño a la popularidad de nuestra zarzuela con el Amor de hombre de Mocedades, perdón de La leyenda del beso una de las cumbres del Verismo en nuestro repertorio.
Rodrigo Cuevas parte de la base orquestal original de las piezas, en sus interpretaciones, para girarlas con completo sentido dramático y teatral, consiguiendo un efecto mágico, es decir dotar de otra dimensión, ni superior ni inferior a la de las piezas originales, siendo lo que planteo llevado a la estratosfera en Las espigadoras de Guerrero, intimista, sensible en grado sumo, y sobrecogedor en su acabado.
Para lo que hablan de un supuesto advenedizo, les invito a que se molesten en ver más allá del prejuicio y escuchen … ayer Rodrigo Cuevas tocó tres instrumentos, cantó sin micrófono y a capella, y sobre todo nos hizo muy felices a todos los presentes. Sin lugar a dudas pisó las tablas de La Zarzuela por derecho propio, entidad que se me antoja la más idónea para poner en pie iniciativas de este tipo, que en teatro de texto son el pan nuestro de cada día.
No nos engañemos, Rodrigo Cuevas no pretende renovar el género, ni ser la imagen revivida de
, ni tan siquiera pretende hacer historia, aunque la ha hecho de forma completamente imprevista. Es él mismo, haciendo lo que ama, y lo que siente, en ese extremo es donde radica el éxito de la propuesta. Fuera del prejuicio, fuera de lo rancio, y lejos de la necesidad de enarbolarse con la bandera de nada ni de nadie, consigue lo que solo los muy grandes consiguen, destacar de forma sencilla, pero muy sincera, cargada de honestidad, y con un poso de nostalgia muy marcado en nuestro género tan incrustado en la cultura popular, mostrándose como un artista único, singular en su grandeza, y con una capacidad catártica de huella indeleble en el respetable.Noche triste para unos, noche alegre para otros, los que miramos hacia el futuro pensando en el pasado, y que sufrimos cuando vemos que la zarzuela agoniza, aletargada, y atada de pies y manos por los de siempre, aquellos que se creen dueños y señores de un patrimonio musical que desde los tiempos de
se hizo por todos y para todos.
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