España - Cantabria
Festival de Santander 2021Un hombre pegado a un piano
Maruxa Baliñas
Como ya comenté en la reseña del concierto ofrecido por Achúcarro en esta misma edición 70 del Festival Internacional de Santander, consciente o casualmente el festival ha presentado tres grandes pianistas en una etapa final de su carrera: , Piano Man y . De ellos Sokolov es el más joven -tiene apenas 71 años, lo cual para un pianista no es tanto- y sin embargo no siempre lo parece. En algunos momentos me recordó esa preciosa canción de , (1973), que en su versión española habla de "un hombre pegado a un piano, en no importa qué viejo café". Ciertamente no es en viejos cafés donde da sus conciertos Sokolov, sino en salas a menudo muy glamurosas, pero a menudo -y en esta ocasión claramente- me trasmite esa sensación de cansancio, y de que sólo el piano le sostiene y le da un motivo para enfrentarse al mundo.
El programa que ofreció en esta ocasión, el mismo que está presentando en su actual gira con mínimas diferencias, se aparta un poco de los que le escuché en otros recitales, por su carácter más 'monográfico': cuatro polonesas de Chopin y diez preludios de Rachmaninov, seguidos de un buen número de bises, seis en esta ocasión, que casi constituyeron una 'tercera sección' del concierto, al modo de los grandes divos vocales.
Aunque Chopin compuso dieciseis polonesas (en realidad veintitrés, pero siete están perdidas), las nueve últimas, póstumas, se tocan menos y Sokolov en concreto eligió cuatro bien conocidas, las Dos polonesas op. 26 (1834-35), la Polonesa en fa sostenido menor op. 44, a veces llamada 'Trágica' (1840-41); y una de las más famosas que tiene, la Polonesa en la bemol mayor op. 53, o Polonesa 'Heroica' (1842).
A priori me resultó una elección extraña, porque aunque Sokolov es un pianista con una técnica mítica, suele primar la emoción y no el virtuosismo en sus recitales, y las polonesas no parecen el tipo de piezas chopinianas que más encajan con su estilo. Pero también en esta ocasión Sokolov optó por arrastrarnos a su propio campo y presentar una versión de las polonesas de Chopin distinta a la habitual, más sensibles, menos brillantes. Esto fue especialmente claro en las Dos polonesas op. 26, que presentó con un increíble control dinámico y sentido del legato. Su control de la pulsacion es impecable, cada nota suena distinta y la suma de cada una individualmente construye el total con una coherencia férrea. Su interpretación no fue brillante sino íntima y concibió las dos Polonesas como un conjunto, sin hacer silencio prácticamente entre una y otra. Quizá se pudieran tocar de otro modo pero mientras las oía no se me ocurría cómo, el resultado tenía una coherencia indiscutible, parecían perfectas. Sólo en los ff aparecía a veces un sonido más feo, que pudo ser debido a un problema del propio instrumento.
La Polonesa en fa sostenido menor me convenció menos. Sokolov sigue siendo el mago del piano y embelesando al público, pero el resultado me pareció más desordenado: mientras algunas partes me encantaron, en otras me perdí de la lógica interna formal. Su versión fue muy personal o propia, demasiado reconcentrada, quizá exagerando demasiado ese sobrenombre de 'Trágica'.
La Polonesa en la bemol mayor op. 53 era la más arriesgada precisamente por ser la más conocida. Sokolov realizó una versión nuevamente maravillosa, pero distinta a las anteriores, más folklorica o melódica, más naif y más virtuosistica al tiempo, más dentro de lo que se entiende convencionalmente por chopiniano. Pero también mostró características propias, empezando por su elección de un tempo no muy rápido, que no llegaba a ser pesante pero sí mas lento de lo habitual, y continuando con una amortiguación de los estallidos virtuosisticos del comienzo y hasta cierto punto de la sensacion heroica que se asocia con esta Polonesa Heroica. De hecho, a veces parecía evitar conscientemente la brillantez de la obra, frenar los crescendos más evidentes, trabar el heroísmo. Y no era un problema de técnica, ni por supuesto de desconocimiento de la tradición, porque otras veces sonaba totalmente maravilloso y dentro de lo 'esperable'.
Aunque oficialmente no hubo descanso entre Chopin y Rachmaninov, Sokolov pidió la presencia del afinador para repasar el piano y se creó una clara cesura entre ambos compositores y ambas partes del concierto. Los Preludios op. 23 de Rachmaninov, compuestos en 1901, son piezas breves y de caracter variado, por lo cual despues de las Polonesas sonaban 'a poco', sobre todo al principio, pero a Sokolov le van muy bien y se le veía muy cómodo. Aquí su interpretación me pareció más tradicional, aunque cabe preguntarse si porque Sokolov sigue a 'la escuela rusa' o él es uno de los creadores de lo que llamamos 'escuela rusa', o sea, son otros los que le imitan a él. No conozco suficientemente las 'intimidades' de los pianistas rusos, pero hasta donde sé, tocar Rachmaninov o Scriabin en la URSS de las décadas de 1960 y 1970 no era fácil y conllevaba ciertas etiquetas que muchos pianistas preferían evitar si querían que sus carreras se desarrollaran fluidamente. Eso no afectaba lógicamente a los grandes pianistas de las décadas anteriores (
, o -siempre más complicada- ), pero sí a aquellos que iniciaban su carrera en esos años como Sokolov. Y de hecho, tras ganar el Premio Chaicovski en 1966, su carrera tardó más de veinte años en despegar internacionalmente, e incluso dentro de la URSS era un pianista mítico pero al que no era fácil escuchar.Dentro de la serie de los Preludios op 23, se podría destacar su interpretación del Preludio nº 1, planteado con una gran naturalidad y al mismo tiempo con un sonido muy cuidado, el Preludio nº 5, grandioso y bien organizado, con mucho carácter, o el Preludio nº 8 que le permitió lucir su control de la pulsación y su preciosismo dinámico, que contrastaba con la sencillez de la parte central. Pero quizás el más bello de todos fue el Preludio nº 9 donde Sokolov, impresionante en su sencillez, nos robó el aliento y nos dejó sin respiración al terminar.
Como antes comenté, el público aplaudía y braveaba, y Sokolov tampoco tenía ganas de alejarse del piano, así que continuó con seis propinas más, algunas poco más que esbozadas, como si sólo nos quisiera mostrar la belleza de una melodía, el encanto de un recurso armónico, cosas pequeñas pero maravillosas, como un niño que enseña sus tesoros.
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