España - Madrid

Oropesa en oro

Germán García Tomás
jueves, 30 de diciembre de 2021
Lisette Oropesa © 2021 by Fabrizio Samsoni Lisette Oropesa © 2021 by Fabrizio Samsoni
Madrid, lunes, 13 de diciembre de 2021. Teatro de la Zarzuela. Zarzuela de ida y vuelta. Lisette Oropesa (soprano), Rubén Fernández Aguirre (piano). Obras de Francisco Asenjo Barbieri, Manuel de Falla, Astor Piazzolla, Joaquín Nin, Jorge Ankermann, Pablo Sorozábal, Ernesto Lecuona, Joaquín Rodrigo, Carlos Imaz / Emilio Arrieta, Manuel Penella, Gonzalo Roig y Ruperto Chapí, Eduardo Sánchez de Fuentes y Gerónimo Giménez y Amadeo Vives. Ocupación: 95%.
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Bajo el título de Zarzuela de ida y vuelta hacía su presentación en el coliseo de la calle Jovellanos la soprano Lisette Oropesa, una de las cantantes más demandadas del momento en los escenarios líricos de todo el mundo. Con un muy variado programa conformado por romanzas de zarzuela y, pese al título, una mayor abundancia de canción española, la cantante estadounidense de origen cubano venía a obsequiar al público de Madrid, -que guarda un estupendo recuerdo de ella en su último paso por el Teatro Real dando vida a la Lucia donizettiana-, un repertorio infrecuente para ella en el que incursiona con un profundo conocimiento y un idiomatismo fuera de toda duda.

No solamente por la magnífica dicción castellana, algo que por sus raíces latinas no le es en absoluto ajeno ni indiferente, sino por la adecuación expresiva, siempre emparentada con su fuerte personalidad operística. Y el Teatro de la Zarzuela vio por vez primera cómo brillaron de nuevo las elevadas facultades canoras de soprano lírica de agilidad que atesora Lisette Oropesa, en la que prepondera un mórbido registro central y unos firmes agudos, espléndidamente emitidos, a lo que une una presencia carismática en el escenario que atrapó al espectador desde su primera interpretación, muy personal, de la salida de Paloma de El barberillo de Lavapiés, o aquella otra de la romanza de Marola “En un país de fábula” de La tabernera del puerto, título visto recientemente en este escenario, que la americana desgranó con finura en línea melódica y picados.

Su partenaire al piano, Rubén Fernández Aguirre, allanó el camino para que la voz discurriera por todos los recovecos emocionales en partituras tan referenciales como las Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla, donde la cantante brindó memorables recreaciones de números como Asturiana, Jota o Nana, con un Polo final donde exhibió sus rotundos graves. Fernández Aguirre fue más que un mero pianista acompañante, su inagotable fantasía al teclado es notoria y digna de encomio, pues reviste a cada pieza de todo un universo de pequeños matices, manejando la tímbrica y la agógica a su antojo, tal es su habilidad para arropar y realzar en todo momento al instrumento vocal. 

No es de extrañar que casi todos los cantantes españoles quieran contar con este sólido y versátil ejecutante para sus recitales, que aquí ofreció dos actuaciones en solitario atravesadas por el virtuosismo y el dominio técnico: en primer lugar el homenaje a Astor Piazzolla en su centenario con el Verano porteño, así como un grato descubrimiento para el público: la Suite sobre temas de “Marina” de Emilio Arrieta, toda una paráfrasis de concierto al más puro estilo Franz Liszt, página firmada por el arreglista Carlos Imaz, donde se congregan con enorme pericia, continuidad y manejo de los recursos armónicos los principales temas de la ópera, metamorfoseados e interpolados a lo largo de un discurso musical de innegable unidad, como el aria de la protagonista “Pensar en él”, el Brindis, la Habanera o el dúo de Marina y Jorge, y que sirvió igualmente de homenaje al compositor navarro en el bicentenario de su nacimiento.

En esa ida y vuelta no podía faltar la Habanera, ritmo cubano por antonomasia que cruzó el charco integrándose -¡y de qué manera!- en los géneros musicales puramente españoles como la zarzuela (está en la propia Marina, mismamente), y que Oropesa quiso rememorar recuperando la desconocida “Flor de Yumurí” de Jorge Ankermann, perteneciente a sus Bocetos de Cuba, y también, en una de sus tres propinas, con Porque Cuba eres tú de Eduardo Sánchez de Fuentes. En un guiño a la zarzuela gestada en tierras cubanas, la segunda parte se abrió con la romanza de María la O de Ernesto Lecuona, "Mulata infeliz", un desgarrado canto a la frustración amorosa al que Oropesa se abandonó con dramatismo. Como el que transpira en la emotiva plegaria “Bendita cruz” de Don Gil de Alcalá, cuyo autor, Manuel Penella, de igual manera introdujo una habanera en esta ópera ambientada en Nueva España que pronto veremos representada en la presente temporada del Teatro de la Zarzuela.

Si había dejado una excelente impresión en el folclore revisitado de Falla y en dos de los Cantos populares españoles de Joaquín Nin, páginas en las que, sin renunciar a su vena operística, se contagió de la forma y el estilo tradicional de abordar las canciones españoles, -y curiosamente, al parecer del que esto escribe, compartiendo acusadas similitudes en color y línea vocal con una María Orán o una Ángeles Gulín-, en la segunda mitad la de Louisiana interpretó un ciclo que manifestó que le gustaba mucho, los Cuatro madrigales amatorios de Joaquín Rodrigo, en los que es prácticamente imposible no recordar a Victoria de los Ángeles. En su recreación se congregó el refinamiento y sutileza en la línea, la picardía escénica y la sincera expresión como dignas sucesoras de la soprano catalana.

La musicalidad de Lisette Oropesa estuvo siempre en perfecta sintonía con su simpatía y buen humor, de los que hizo gala durante todo el recital con poses y gestos según le sugería la música -como esa preparada salida de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig que condujo con gracia caribeña por sus bien diferenciadas rítmicas-, pero especialmente se puso de manifiesto hacia el final del mismo, cuando la soprano se tomó el gusto de contar un chiste musical con el güiro como protagonista antes de sus encores, mostrando además su apoyo a aquellos sectores de aficionados que persiguen que la Zarzuela sea declarada Patrimonio de la Humanidad, expresión que tuvo que ser pronunciada desde el patio de butacas, pues la cantante no estaba muy familiarizada con ella, reivindicación del género que ilustró acto seguido con una desenvuelta versión de las Carceleras de Las hijas de Zebedeo de Chapí que terminaron de echar abajo el teatro, tales fueron las ovaciones que se sucedían sin descanso. 

El desparpajo de la soprano de Nueva Orleans llevó a dar el broche a su debut zarzuelero con una indirecta alusión a sí misma cantando la exigente romanza de Lisette de El húsar de la guardia, uno de esos tres títulos que firmaron al alimón Gerónimo Giménez y Amadeo Vives (con Fernández Aguirre dándole graciosamente la réplica a falta de coro femenino) y en la que mostró sus atributos para la coloratura que la hacen, a día de hoy, ser una de sus más dignas representantes en el campo estrictamente operístico. Esperamos que no sea la última ocasión que Lisette Oropesa se recubra de españolidad para obsequiarnos con más raciones de zarzuela como las que convocó en este inolvidable y hermoso recital que supo a poco y valió su peso en oro.

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