Madrid, sábado, 14 de mayo de 2022.
Teatro de la Zarzuela. Don Gil de Alcalá. Ópera cómica en tres actos. Música y libreto: Manuel Penella. Producción del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo (2017). Dirección musical: Lara Diloy (en sustitución de Lucas Macías). Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Pepa Ojanguren. Iluminación: Eduardo Bravo. Coreografía: Nuria Castejón. Reparto: Irene Palazón (Niña Estrella), José Luis Sola (Don Gil), Simón Orfila (Sargento Carrasquilla), Facundo Muñoz (Chamaco), Lidia Vinyes-Curtis (Maya), Eleomar Cuello (Don Diego), Miguel Sola (Gobernador), Pablo López (Virrey), María José Suárez (Madre abadesa), David Sánchez (Padre magistral), Ricardo Muñiz (maestro de ceremonias). Coro del Teatro de la Zarzuela. Director: Antonio Fauró. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Ocupación: 90%.
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En la variopinta producción lírica del levantino Manuel Penella Moreno, Don Gil de Alcalá, estrenada en 1932 en el Teatro Novedades de Barcelona, y dos años después en el de la Zarzuela, es una obra deliciosa y de gran refinamiento en lo musical, sin quitar lo almibarado.
Aun tratándose de una ópera -cómica es el apellido que muy oportunamente le dio el propio compositor, autor a su vez del libreto- está trufada de melodías de amplio vuelo en la mejor tradición de la zarzuela.
A ello suma en todo momento un admirable tratamiento prosódico del texto en las partes más recitadas, por lo que toda la obra de principio a fin es musicalmente cantabile, de canto muy natural.
Nada que ver con las experimentaciones harto indigestas y metidas con calzador del señor Tomás Bretón décadas atrás.
Tras la afamada El gato montés, Penella prepara a nivel instrumental para su otra ópera española una orquesta de cuerdas en lo que es el ejercicio de más audacia y sutilidad tímbrica de toda nuestra lírica. Argumentalmente, este título ambientado en la exótica Nueva España del siglo XVIII posee gran parte de los elementos de la zarzuela del XIX: la pareja seria (Don Gil –tenor- y Niña Estrella-soprano-), el barítono que intenta frustrar los planes de conseguir el amor de la soprano (Don Diego), la pareja cómica mexicana (Chamaco y Maya), un personaje prototípico de la picaresca española (el sargento Carrasquilla) y una galería de secundarios que rodean la acción principal de los protagonistas en el México colonial del Setecientos.
Por tanto, una obra lírica de tales características posee un marco histórico con tendencia al preciosismo, y eso es por lo que una vez más Emilio Sagi apuesta en este montaje suyo de 2017 para el Teatro Campoamor de Oviedo y que el de la Zarzuela, tomándose su tiempo, ha recuperado. El regista ovetense ha seguido, ni más ni menos, los dictados de la propia obra, pues la ambientación palaciega recorre su propuesta, siguiendo los mismos pasos de la recordada producción de Carlos Fernández de Castro de 1989, repuesta en 1999, el último Don Gil de Alcalá que pudo verse en este coliseo.
Sagi opta por su propio código estético: una cuidada escenografía de su eterno colaborador, el director del Teatro de la Zarzuela, Daniel Bianco, con omnipresentes tonos ocres y dorados (que recuerdan a su puesta en escena para La corte de Faraón) y con unas columnatas que rememoran el teatro griego, recurriendo a las arañas para la escena en palacio del Gobernador, señas de identidad muy reconocibles de su dramaturgia y que se repiten en otras de sus producciones, como por ejemplo la de Il pirata, llegando a producir efectos de gran belleza y magia escénica, como la iluminación que se destina para la celebérrima Habanera.
El componente coreográfico, presente en el baile del primer acto con la exquisita –musical y escénicamente- Pavana, encuentra su aval en el trabajo de Nuria Castejón, así como el vestuario funcional y escasamente ostentoso de Pepa Ojanguren.
También se pudo hablar de preciosismo en lo vocal en el segundo reparto presentado. Irene Palazón dio vida a Niña Estrella en una creación sincera, emotiva y muy completa del personaje, una parte muy exigente y abundante vocalmente que ha abordado con aplomo y determinación, tanto a nivel canoro como actoral. A su canto emocionado destinado para la plegaria “Bendita cruz” del primer acto, llamó la atención su faceta dramática en el dúo con Don Diego del segundo acto, donde supo exhibir acentos graves de gran actriz, sin hacer nunca aniñado el retrato de Miztilán. Ha sido un acierto que a la joven soprano se le haya dado la oportunidad de abordar un papel protagónico después de haberla visto participar como secundaria en otros títulos en este mismo teatro, lo que anima a seguir de cerca su carrera en el terreno de la lírica española.
El Don Gil del tenor José Luis Sola se beneficia de su siempre refinada línea de canto y elegantes maneras en el escenario, realzado con unos agudos que, sin ser poderosos, revisten de gallardía y de tintes apasionados al personaje, como exige la romanza “Detén tu alado paso”.
Por otra parte, nos impresionó el increíble parecido del Don Diego del barítono Eleomar Cuello, tanto en color vocal como en formas y maneras de matizar el texto, con la histórica creación discográfica de Manuel Ausensi en la famosa grabación dirigida por Ataúlfo Argenta para Columbia.
Simón Orfila dibuja un extrovertido Carrasquilla que aporta gracia primando el énfasis expresivo con su dura voz y luciéndose bastante en el “Jerez”. La pareja cómica de indios se complementó muy bien en sus diversas intervenciones a lo largo de toda la ópera, con un simpático Chamaco de Facundo Muñoz y una desenvuelta Maya de Lidia Vinyes-Curtis de voz oscura aunque algo leve en la proyección vocal, empastando correctamente con la de Palazón en la Habanera.
Por lo demás, la veteranía y la experiencia teatrales fueron marca de la casa en las aportaciones del resto del reparto. La primera, y por mérito propio, la de Ricardo Muñiz, quien se pusiera en la piel de Don Gil hace más de 30 años en la mencionada producción de Carlos Fernández de Castro, que ahora aporta una dignidad sin igual a su brevísimo cometido como maestro de ceremonias. Miguel Sola, quien nos ha dado tantos buenos momentos en el pasado, es un no siempre afinado pero muy solvente Gobernador, que siempre derrocha bonhomía y cordialidad. El virrey de Pablo López se ajusta a la seriedad exigida con una brizna de campechanía. La Madre Abadesa de María José Suárez cumple sin abusar del histrionismo con que ha retratado a otros personajes. Y David Sánchez es un profundo Padre Magistral que nos hace escapar más de una sonrisa junto a Sola en el gracioso dúo “Fue en Madrid”.
Finalmente, ante el repentino y prematuro fallecimiento de Annette Haeberling, esposa de Lucas Macías, el director musical responsable de este montaje que tuvo que interrumpir por razones obvias su cometido en la misma, la asistente a la dirección musical, la joven Lara Diloy, se puso al frente de la orquesta de cuerdas que destinó Penella para esta partitura logrando que las notas del músico valenciano sonasen desde el mismo preludio orquestal con todo su encanto y evanescencia, pues, junto al arpa de Laura Hernández, las diferentes secciones brillaron tersas con una cuerda grave de gran hondura. Un aseado trabajo al servicio de las voces en lo que ha sido una oportunidad, como la de Irene Palazón, enormemente aprovechada.
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