España - Andalucía
La Novena de Beethoven en la Mezquita de Córdoba
José Amador Morales
Córdoba cuenta hasta con cuatro inscripciones en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad concedidas por la Unesco: la Mezquita-Catedral en 1984, el casco histórico en 1994, la fiesta de Los Patios en 2012 y el conjunto arqueológico de Medina Azahara en 2018. Si bien todos ellos han sucumbido a la tentación de ser utilizados de una manera u otra como escenarios musicales, seguramente la Mezquita-Catedral haya sido el más alardeado en ese sentido. Obviamente sobran los motivos estéticos, artísticos y culturales que un espacio así, con sus más de mil trescientos años de vida y uso ininterrumpidos, aporta a cualquier acontecimiento musical.
Así, la Mezquita cordobesa ha sido desde hace décadas marco de conciertos, especialmente de música clásica, en alguno de sus amplios rincones. Desde el Patio de los Naranjos, (donde la Orquesta Nacional de España ofreció algunas veladas en los años cincuenta) hasta el altar mayor de la zona de la Catedral propiamente dicha (en pleno centro de la Mezquita) para pasar a la parte de Abderramán III (entre el impagable fondo del Mihrab y la nave habilitada como primitiva catedral) y más recientemente a la zona trasera del altar mayor, en la que fuera la última ampliación de la Mezquita a cargo de Almanzor, junto a los hermosos relieves cristianos de corte manierista que decoran las ciegas arcadas de herradura. Todo ello en un indudable beneficio acústico y visual, pues los techos de lo que fueran salones de la Mezquita retienen el sonido con mejor fortuna que las altas naves renacentistas del crucero, al margen de que posibilitan la disposición de un mayor número de espectadores pese a que la visibilidad no sea siempre ideal debido al llamado bosque de columnas.
En este último espacio se celebró uno de los mejores conciertos que haya escuchado quien esto suscribe y desde luego el mejor en ese lugar. Fue el 4 de agosto de 2010 a más de 45º de los que sólo en Córdoba sabemos sufrir, con una Sinfonías nº 6 y 7 en estado de gracia dirigida por un Daniel quien tuvo uno de esos días grandes en los que, con unas de Beethoven, lo dio todo. La imagen del director argentino, extenuado en un banco del altar mayor habilitado como insólito e impresionante camerino y retrepado en uno de sus bancos entre toallas y botellas de agua, mientras contestaba al convencional – sobre todo después de lo escuchado – “enhorabuena Maestro”, con un cariñoso y débil “gracias, disculpe que no me levante” es un recuerdo imborrable.
No obstante, a día de hoy aún no se ha llegado a una forma óptima de organización de este tipo de conciertos. En primer lugar porque pretenden ser populares y la mayoría de las veces ello conlleva la gratuidad de las entradas. En su día se accedía haciendo una simple pero tediosa y larga cola, horas antes del concierto en cuestión. Algo se ha mejorado a la hora de facilitar una invitación que hay que recoger previamente, lo cual garantiza la entrada y controla el número total de asistentes. Sin embargo, suele haber mucha controversia cuando la prensa local suele anunciar a bombo y platillo este tipo de conciertos gratuitos en los días previos, para regocijo de la entidad o entidades organizadoras por lo que supone de publicidad, pero muchas veces omitiendo el detalle de que debía haberse retirado la invitación correspondiente con anterioridad. Con lo cual es habitual asistir a la confrontación de personas que guardan su cola, sí, pero unas ingenuamente sin invitación y otras con la misma.
Situaciones desagradables a las que asistimos en el citado concierto de Barenboim y en el que hoy comentamos. Otro aspecto negativo, es que incomprensiblemente la invitación nunca lleva asignada una ubicación concreta de fila y asiento con lo que ello depende del primero que llegue. A partir de ahí, el variopinto perfil de los asistentes hace que nos encontremos con los inevitables sonidos de móviles, aplausos a destiempo o abanicos cuyo ruido producido al ser abiertos y cerrados hace las delicias de sus portadoras y la desesperación de los aficionados de oído demasiado refinado…
El concierto que nos ocupa fue bastante aceptable en cuanto a esto último, al menos si lo comparamos con ocasiones precedentes. En este caso se trataba de la Novena Sinfonía de Beethoven, con cuya interpretación en la Mezquita-Catedral cordobesa la Universidad de Córdoba celebraba sus bodas de oro, habiendo repartido mil invitaciones entre la comunidad universitaria para conmemorar dicho aniversario. Para ello se ha contado con una Orquesta de Córdoba que, convenientemente reforzada en la cuerda grave, era la cuarta vez en sus treinta años de andadura que se enfrentaba a esta obra paradigmática de Beethoven (las anteriores fueron con
A su frente,
, director titular de la Orquesta Joven de Córdoba y de la Camerata Gala además de director invitado habitual de la Orquesta de Córdoba, hizo un trabajo encomiable en una obra de tal envergadura. De gesto amplio y algo académico aunque preciso y efectivo, su versión destacó por la articulación comprensible y el equilibrio estructural. Los tempi, ágiles de partida podrían haber ofrecido un resultado más interesante de no ser porque la reverberación pedía algo más de sosiego para evitar puntuales nudos acústicos y asimilar mejor los matices. Esto fue especialmente evidente en un ‘Adagio’ de trece minutos en el que Muñoz se dejó demasiadas posibilidades expresivas por el camino.Los coros Averroes y Ziryab rindieron a gran altura, siempre ajustados y atentos a la batuta que exigió interesantes matices y énfasis del texto, aunque la elevada dinámica de partida les hizo competir tal vez en exceso con la orquesta. Algo parecido sucedió con el cuarteto solista, en el que destacó, ya desde su imponente entrada, Francisco Povedano. Si bien el desafortunado aplauso previo a la marcha rompió en gran parte el efecto que era de esperar, un público puesto en pie aclamó de forma vehemente a los intérpretes tras la impresionante y furibunda coda final.
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