España - Andalucía
A los cien años de “Doña Francisquita”
José Amador Morales
El Teatro Villamarta ha comenzado el año celebrando una
efeméride imprescindible en el mundo de la escena lírica española: el estreno
de Doña Francisquita, la celebérrima obra de Amadeo Vives que, con libreto de
Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, tuvo lugar en el madrileño Teatro Apolo
un 23 de octubre de 1923. La cantidad de anécdotas y vicisitudes, muchas de
ellas devenidas en leyenda, en que se vio envuelto el proceso de gestación de
la obra así como lo acontecido el mismo día de aquella primera función forman parte
ya de la particular atracción de este título idiosincrático del género. Un título
que aúna la innegable audacia de su estructura dramática con la belleza desbordante
de la música inolvidable del mejor Vives.
El teatro jerezano lo tenía fácil a la hora de recurrir a su
propia producción escénica ideada por Francisco López en 2006, en su día muy
bien acogida que quien esto suscribe pudo ver en el Gran Teatro de Córdoba al
año siguiente. Ahora se ha actualizado y remozado convenientemente logrando una
propuesta escénica globalmente muy lograda. Las bellas coreografías aparecen intrincadas
en el desarrollo escénico con indudable mayor naturalidad que en su día al
igual que las alteraciones y/o repeticiones de escena; es el caso de la murga
que -aquí- abre el segundo acto introduciéndonos directamente en el ambiente
carnavalesco del libreto o la repetición del fandango al finalizar, seguramente
discutible pero de evidente impacto escénico como colofón final y que en la
función que comentamos hizo las delicias del público, optando por una conclusión
más popular en detrimento del más convencional y, si se nos permite la
expresión, zarzuelero “Canto alegre de la juventud” que a fin de cuentas no
deja de ser otra repetición. En definitiva, una producción francamente hermosa,
clásica en lo estético y tremendamente eficaz en cuanto a movimiento de actores,
con la que los asistentes pudimos disfrutar al máximo de la maravillosa obra de
Vives y cía.
En términos generales, los solistas vocales brillaron a un nivel
excelente comenzando, como no puede ser de otra manera, por la excelente Doña
Francisquita de una Rocío Pérez en imparable ascenso. La soprano madrileña recreó
la protagonista de Vives con simpatía y frescura, prestando su timbre brillante,
juvenil y atractivo, tal vez algo escueto en el centro, pero con una tesitura
que por arriba desbordó a placer con sobreagudos no escritos en la partitura, como
puso de manifiesto al coronar una 'Canción del ruiseñor' que entusiasmó al
público.
A su lado, Leonardo Sánchez sorprendió con una voz muy bella,
homogénea en todos los registros y de importante fuste que modela con un gran
sentido del fraseo. El contraste entre la seriedad de su interpretación y la
juventud que aportó a la caracterización del personaje fue otro de los
alicientes del tenor mejicano que también aprovechó su momento en un entregadísimo
'Por el humo se sabe donde está el fuego'.
Al nivel de la pareja protagonista se situó el colosal
Cardona de Manuel de Diego, a quien en su día pudimos ver como aseado Fernando
(Córdoba, 2003) pero que aquí borda de principio a fin este personaje a menudo tratado
con mediocridad. El público aplaudió con justicia y al nivel de sus colegas una
interpretación que musicalmente convenció por su elegante línea de canto, como
puso de manifiesto en “Canto alegre de la juventud” y en lo teatral con una
buena dosis de humor sin afectación. En la misma línea, un Enric Martínez-Castignani
sobrado de medios aportó toda su experiencia a un Don Matías con el que se
divirtió y divirtió a todos los presentes.
Por su parte fue muy interesante el enfoque con que Cristina
del Barrio afrontó su Aurora, cantando los pasajes de música eminentemente más
popular prácticamente sin impostar y acentuando a lo flamenco los adornos y
mordentes de su parte. Sin embargo, en su vuelta a los momentos más líricos, muchos
de ellos de gran arrebato y frenesí como el enfrentamiento con Fernando en el
segundo acto, su canto carecía de apoyo y fluidez. Excelentes también Palmira
Ferrer y César San Martín como divertida Francisca y celoso Lorenzo.
El Coro del Teatro Villamarta tuvo una actuación memorable, de las mejores que de estos últimos años, en base a un empaste y entrega extraordinarios, signo inequívoco de un trabajo bien hecho. La Orquesta Filarmónica de Málaga cumplió con su habitual profesionalidad (lástima esas desacompasadas castañuelas que abren la primera escena del tercer acto) bajo la dirección de un Carlos Aragón que, a pesar de pasajeros desajustes y no llegar a dar con el sonido de una partitura tan preciosista, logró también la mejor interpretación que le recordamos gracias a la acertada vitalidad, así como eficaz sentido narrativo que insufló a su lectura.
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