España - Valencia
Don Giovanni o Hacerse en la picha un lío
Rafael Díaz Gómez
Es 8 de marzo y estoy escribiendo sobre Don
Giovanni. ¡Ahí es nada! Quizás debería estar ahora por las calles con algo
morado encima. A ver si acabo pronto y lo consigo. Además, con quien acudí a la
representación echaba de menos las críticas breves de antes, esas de columnita
y gracias en los diarios en papel, que en algunas ocasiones tanto decían con
tan poco (recordamos a Gonzalo Badenes). Intentaré satisfacer al compañero.
La primera vez que ha salido esta producción de La Fenice lo ha hecho para venir a Les Arts. En Venecia llevaba dando vueltas desde 2011. Damiano Michieletto, a quien ya conocemos por aquí de otras producciones, es su responsable. Y, como acostumbra, no te deja indiferente.
Eso sí, a nivel psicológico, ninguna novedad. Defiende la teoría de que el protagonista
insufla de sentido la existencia del resto de personajes, aunque solo sea para
confrontarse, más o menos directamente, con él. Refleja también la idea de que
todos ellos están condenados a la tristeza de no entenderse: el paso de Don
Giovanni por su vida es un torbellino del que no salen bien parados (la duda de
siempre respecto a su verdadera dosis de felicidad antes de la aparición del
conquistador no se resuelve).
Por otra parte, coloca al protagonista del
mito en la tendencia de los últimos tiempos que ve en él rasgos psicópatas,
potenciados además por el alcohol, cosa que a mí no me acaba de convencer
(llámenme ustedes "machomán", pero yo prefiero un Don Juan que acepte
su inmediata bajada a los infiernos con plena consciencia de sus actos).
A nivel físico la puesta en escena está
determinada por lo claustrofóbico. Todo son interiores en una ópera que demanda
espacios externos en más de una ocasión. Una plataforma giratoria, usada con
profusión, hace que se vayan presentando diferentes salas (y pasillos) de un
palacio dieciochesco, austeras y secas, ligeramente ajadas. Los espacios por
fuerza se repiten, pero siempre hay algún elemento decorativo o un cambio en la
iluminación que les da un aspecto algo diferente. Las sombras se proyectan
significativamente sobre las paredes. Los cantantes han de saberse bien la
coreografía a la que se ven sometidos para encajar en los movimientos de las
salas (la dirección de actores es precisa). Pero las escenas con muchos
personajes resultan confusas en tan reducidos volúmenes (en especial la del
baile, excusada en la penumbra).
En general el primer acto se salva muy bien.
Pero el segundo no encuentra la salida de esa dinámica. La noria sigue girando,
lo sorprendente se convierte en costumbre y uno se acaba por marear. Y el nivel
psicofísico no ayuda: el crudo realismo se alterna con lo imaginario, por
ejemplo, con la percepción individual de los personajes, que ven, junto con
nosotros, a Don Giovanni en escena cuando no debe estar (incluso después de
muerto).
O las máscaras, que tampoco están aunque se
citen; o la cena, que no es otra cosa que sexo; o el cementerio, que es un
velorio; o la estatua, que es un cadáver nada más, como Rascayú (cierto que
puede resultar una incongruencia que el comendador ya tenga su panteón el mismo
día de su muerte, pero ¿y si el señor fue previsor? ¡Con lo que mola el hombre
de piedra!).
Y podríamos seguir. Parece que hay un deseo
por parte de Michieletto intervenir en todo de varias formas posibles. Y, al
final, como acaso diría un premio Nóbel de literatura, uno se hace con este Don
Giovanni en la pichula un lío.
Echo la vista atrás sobre lo escrito y, está
claro, de columnita nada. Lo siento, he fracasado. Pero aún puedo llegar a la manifestación
(algo es algo). Aunque antes de irme le tendré que reconocer a Riccardo Minasi
el mismo deseo que el del director de escena, si bien en su dominio: en este
caso influir en todo lo sonoro. Todo es todo. Sin resquicios. Y, como la
puesta, imposible permanecer indiferente.
Minucioso en grado sumo, sacudió bien fuerte
las tradiciones interpretativas del siglo pasado, esas que los más viejunos
tendemos a tener como canónicas. Me agradó. Y la reducida orquesta me resultó
fantástica (como el reducido coro). Solo me sobró el zumbido del clave en
algunas partes instrumentales, como en la obertura. Sin embargo, lo que más me
gustó es que parecía evidenciarse una muy trabajada participación en la tarea
de quienes cantaron, una búsqueda de una adecuación estilística a la partitura
nada mecánica.
Davide Luciano fue un buen Don Giovanni, de
línea bien asentada, proyectada y hermoso timbre. Mientras, al Leporello de
Riccardo Fassi, a quien Michieletto obliga a tartamudear en los recitativos,
solo se le reprochó cierta monotonía en su expresión. La tercera de las voces
oscuras (aunque quizá no tanto como uno tiene por ideal), la de Gianluca
Buratto, fue un chorro limpio, contundente y técnicamente bien manejado. Y la
cuarta, la del Masetto de Adolfo Corrado, evidenció unos grandes recursos y un
color muy atractivo. Entre tanto bajo, el pobre Don Ottavio ha de asumir que
como mucho es un héroe discreto, pero al menos cuenta con dos arias preciosas.
Giovanni Sala (que vino a sustituir al inicialmente anunciado Xabier Anduaga,
al que se esperaba con verdadero interés) las cargó de intención, medias voces
y elegantes fraseos, sin embargo un punto veladas por algo de vaporosidad. Por
cierto, las secciones de repetición de todas las arias admitieron discretas
ornamentaciones.
Las voces femeninas (en este caso las tres
agudas) fueron defendidas con dignidad. Ruth Iniesta (ya habitual en Les Arts)
compuso una Donna Anna entera, competente y comprometida. La Donna Elvira de
Elsa Dreisig, no menos entregada, pareció verse afectada por cierta tensión (si
el público la sintió así poco le importó, porque la aplaudió mucho). Y
Jacquelyn Stucker, finalmente, fue una estupenda Zerlina, perspicaz a la par
que delicada. Todos y todas se mostraron como estupendos actores y actrices.
El teatro estaba lleno. Las entradas, a
precio algo más caro de lo ordinario, se vendieron desde hacía tiempo. No sé lo
que opinaría de esta producción una persona que se enfrentara por primera vez a
la obra. Quizás me lo acabe contando alguien. Pero, en fin, un Don Giovanni
siempre suele merecer la pena.
Los helicópteros están dando la matraca. La manifestación estará por aquí cerca. Me voy corriendo. Visca, visca, visca, la lluita feminista!!!! (No sé, lo mismo me estoy haciendo en alguna parte un lío).
Comentarios