España - Valencia
Programa inteligente, bonito concierto. Mostra del Cinema Mediterrani y Slatkin
Francisco Leonarte
Ustedes me perdonarán, pero, a pesar del
actual star system que impera también en la música clásica, a quien esto
escribe le importan mucha más las obras interpretadas que las personas que las
interpretan. No se trata de negar el valor del intérprete sino más bien de
poner de relieve el que a veces parece olvidado valor de lo interpretado y de
su compositor. Por eso cuando un programa es coherente y presenta obras un poco
menos trilladas, se agradece.
Tal fue el caso del concierto que, con motivo
de la trigésimo octava Mostra del Cinema Mediterrani de Valencia, propuso el
Palau de la Musica de Valencia con la Orquesta de Valencia dirigida por Leonard
Slatkin. Obras pues en torno al cine, atractivas tanto para el cinéfilo
habitual como para el melómano habitual: el equilibrio es más difícil de lo que
pudiera parecer.
Primera parte
Empezaba el asunto con la brillante Obertura
que Korngold escribió para El halcón del mar, película de Michael Curtiz
estrenada en 1940. Triunfo del manierismo a lo Richard Strauss, esta banda
sonora en su día envolvió de prestigio musical y de emoción las hazañas de
Errol Flynn en traje de época, y es testimonio del estilo de composición que
reinó en el Hollywood de los años dorados. Slatkin le da todo el brío que le
hace falta, y la Orquesta de Valencia visiblemente disfruta con esta música
rutilante. ¿Faltó por momentos dulzura o poesía? Acaso no se hallen presentes
en la partitura misma...
En un cambio total de rumbo, de esos que tanto
se agradecen en un programa, pero sin dejar la coherencia, llegamos a música no
compuesta para el cine sino utilizada después por el cine, la soberbia Atmosphères
de Ligeti que Stanley Kubrick utilizó para 2001, una odisea en el espacio.
Ejemplo de cómo el cine, en contadas ocasiones, ha sabido incorporar las
vanguardias musicales a la industria. Y qué hermosura escuchar esas texturas,
esas invenciones tímbricas, esas micro-variaciones que los instrumentistas se
van pasando bajo las indicaciones atentas de Slatkin. Quien esto escribe iba
acompañado de dos buenos amigos, melómanos aunque no necesariamente versados en
música contemporánea, que sin embargo disfrutaron, asombrados ante la variedad
de registros y de hallazgos que los nueve minutos de la obra podían contener.
Y para terminar la primera parte, la única
música que Berstein compuso directamente para la industria cinematográfica, la
banda sonora de On the waterfront, traducida en Hispanoamérica como Nido
de ratas y en España como La ley del silencio, la famosa película de
Elia Kazan protagonizada por Marlon Brando, ejemplo a su vez de cómo la
industria de Hollywood, a través de jóvenes compositores prestigiosos, supo
adoptar ciertas novedades del lenguaje musical del siglo XX (protagonismo de la
percusión, influencia de Stravinsky y del jazz, …), traducidas con la
conveniente acritud por Slatkin. La trompa solista tiene ocasión de lucirse -y
si no es perfectísima es mucho más que eso, emocionante- al igual que
saxofonista, flautas y percusionistas.
La obra en sí, centrada en pocos motivos que
reciben diversos tratamientos, puede cansar un pelín, fuerza es reconocerlo. La
música de banda sonora, al igual que la operística, está escrita para
situaciones concretas, planos concretos, actores e imágenes concretas, y que
funcione muy bien en el cine no significa que pueda funcionar sin él, a no ser
que que la adaptación a la sala de conciertos en vez de ser exhaustiva
sea astuta: y tal vez por eso, por no ser más concentrada, resulte esta
suite un punto prolija...
Y de segunda parte, un atracón de postres
Pocas músicas hay tan disfrutables como la
trilogía de poemas sinfónicos que Respighi compuso en torno a Roma, dos de los
cuales constituían la segunda parte del concierto,
Y de nuevo, siendo refrescantes estas obras
(siempre lo son), tenían coherencia en el programa. No sólo porque Pinos de
Roma fueron incorporados a Fantasia 2000, la película con la que
Disney intentó redorar su prestigio como lo hizo la mítica Fantasia de
1940, sino sobre todo porque, escuchando a Respighi uno se da cuenta de cuánto,
cuantísimo, le debe el mundo de la banda sonora a este compositor que -que
servidor sepa- jamás compuso directamente para el cine.
Y ahí, en Fuentes de Roma y en Pinos
de Roma, se lucieron el oboista (magnífico), la trompista, el timbalero
(poderoso), violín y viola solistas, trompeta (qué bonito su solo en
bambalinas), flautas, metales (ay, esos vientos valencianos, impagables),
cuerda; ahí encontramos la poesía que no encontrabamos en la primera obra; ahí
Slatkin embarcó a la orquesta entera, tanto para crear climas juguetones (Pinos
de Villa Borghese) , misteriosos (Pino al lado de las catacumbas) o
incluso -venga, arriesguémonos a usar el término- orgiásticos (Pinos
de la via Appia), con una bonita espacialización de los vientos, situados a
una y a otra parte de las gradas altas.
El público, que hasta entonces había aplaudido
cortesmente todas las obras, prorrumpió esta vez en aplausos y bravos
entusiastas. ¿Cómo no, después de ese chute de energía tremenda que son Los
pinos de la via Appia?
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