España - Madrid
Loa a lo rural
Germán García Tomás
Al margen de otras zarzuelas de corte histórico o costumbrista, las de los años 20 y 30 tienen una característica sustancial y definitoria que debe ser reivindicada por encima de toda cuestión: su naturalismo, tanto en el plano escénico como en el musical. (Teatro Calderón de Madrid, 1930) es quizá el título más prototípico de zarzuela regionalista o ruralista, al menos el que más fama y taquilla le proporcionó a su autor musical, el toledano Los , junto a sus otros dos precedentes: la opereta de trama francesa (1923) y la zarzuela de ambientación histórica, auténtica del Siglo de Oro español, (1927), lista a la que podríamos añadir (1922), otra opereta de trama inglesa con la que el compositor de Ajofrín inauguró la costumbre de bajar los telones cortos con el texto de los números bomba -corales con parte de tiple, gran parte de ellos- y por ende, de crear de la nada el fenómeno del karaoke.
En el caso de esta última, el público
coreaba junto a las tiples y vicetiples el tango-milonga “Ay que ver / la ropa
que hace un siglo / llevaba la mujer”, en el de El huésped era un coro de reivindicación regional: “Lagarteranas
somos / venimos todas de Lagartera” y en la Rosa,
más de lo mismo, pues eran las espigadoras las que lamentaban su recio faenar:
“Ay, ay, ay, ay, qué trabajo nos manda el Señor / levantarse y volverse a
agachar / todo el día a los aires y al sol”.
Y es que ese apego a la tierra,
al terruño, es lo que determina que la propuesta escénica que se acerque a toda
zarzuela de alpargata que se precie, preponderante en las aludidas décadas, se
engrandezca, se dignifique y se ennoblezca. , que de teatro
lírico español sabe bastante, pues ha puesto en escena multitud de zarzuelas de
diferentes épocas, apuesta por espacios abiertos, moviéndose entre azafranes y
espigas de maíz, con la señorial y adusta presencia de los caserones manchegos.
Y permitiéndose un guiño al
estereotipo de los molinos, quizá como previsible excusa para convocar y traer
a colación al Quijote, cuyo trasunto, el inveterado Don Generoso ideado por la
pluma gloriosa de Federico Romero y Guillermo , invoca bajo el
influjo de su mente enajenada en sus solemnes y algo tremendistas parlamentos,
como garante de la reciedumbre de la tierra y las costumbres sociales.
Memorable papel el de Don
Generoso, que junto al de Custodia, alcahueta mediadora entre el nadar y
guardar la ropa (las apariencias) tan asociada a estos entornos rurales, determina
el feliz desenlace de esta trama inspirada directamente en El perro del hortelano del Fénix de los Ingenios, el inmortal Lope,
y la señora ama Sagrario podrá al fin comer las berzas en forma de ayudaor que antes ni comía ni dejaba
comer.
Pero para todo se necesita contexto, y ahí el libreto es fundamental, pues la zarzuela española tiene la virtud o el defecto de contar con un texto hablado que hace avanzar la acción y pone en situación a personajes y trama.
Y La
rosa del azafrán, pese a su llaneza, tiene no pocas aristas, una obra lírica
refinada donde las haya tanto en lo teatral como en lo musical por la
conjunción de tres artistas privilegiados, un músico de fina intuición y
melodismo fácil y directo, y dos libretistas de oficio, sensibilidad y cultura
por los cuatro costados que llevaban a como baluarte de su talento
teatral en el campo de la lírica española, como ya habían demostrado en sus dos
obras precedentes con pentagramas de Amadeo : glosando a La
y haciendo
lo propio con y .
Derivadas teatrales que se
pierden por el camino al prescindir en la presente nueva producción del texto
completo de la zarzuela, que queda bastante reducido pero sin llegar al peligro
de hacer incomprensible el argumento. Se nos priva de parlamentos que circundan
la trama hacia aspectos más secundarios al conflicto principal, y quedan con
escasa entidad personajes como el de Carracuca, que es más que un frívolo viudo
caza mujeres, y lo que es más importante, la historia que rodea a la pareja
seria, pues el remiendo de Custodia -la adjudicación de Juan Pedro como hijo fallecido
de Don Generoso- no se termina de explicar con detalle, ni tampoco la actitud
hostil de Sagrario. Y eso Romero y Fernández-Shaw sí lo llevan en su libreto.
Una vez más nos lamentamos ante el enésimo caso de querer establecer una
práctica en este teatro y que no es más que una pretendida excusa, la de
agilizar y recortar las historias que nos cuentan nuestras zarzuelas.
Pero es justo reconocer por
encima de todo que las virtudes de esta Rosa
del azafrán frente al montaje de esta misma obra que el Teatro de la
Zarzuela ofreció ahora hace 21 años, son mucho mayores, pues en aquel entonces
buscó una rusticidad rayana en lo paleto y lo zafio -como por
ejemplo trayendo a escena el féretro de la mujer de Carracuca y balanceándolo
al ritmo del tanguillo-, y aquí, Ignacio García se rodea de colaboradores como Nicolás
y su pulida escenografía, y Rosa , que recrea las
indumentarias con realismo y precisión fotográfica, pues se ha apoyado en
muchas instantáneas de finales del XIX y principios del XX para cada detalle de
los figurines asociados a la siega en la tierra manchega. Aun así, el baile
asociado a las espigadoras resulta discordante con la idiosincrasia de la
pieza, por lo que la coreografía de es algo irregular en su conjunto.
De los dos repartos -lo que
afectó solamente a la pareja protagonista, pues el resto de nombres fue
idéntico en ambos-, el segundo cuenta con las voces de la soprano
y el barítono , dos grandes defensores de nuestro género lírico
y habituales en este coliseo. Aquí nos suscribimos a la segunda función de ese
binomio protagónico. Romeu posee un buen torrente vocal y temperamento a nivel
teatral, haciendo plenamente convincente su retrato del ama Sagrario con una
digna presencia y un aura de autoridad que se manifiesta al final del primer
acto. La arriesgada romanza del segundo fue salvada con holgura, pese a
vaivenes en la línea. A su lado, el instrumento de Esteves tiene no menos
caudal sonoro, y exhibe elegancia y bello canto en el fraseo desde su romanza
del sembrador, con una dicción que acusa su origen portugués, pero que
sobrelleva con soltura en las partes habladas, en un personaje al que aporta
gallardía e hidalguía a partes iguales.
La soprano Carolina fue
el gran descubrimiento de esta producción, pues su debutante aportación en el
teatro de la calle Jovellanos no pudo ser más feliz y satisfactoria, dando vida
a una Catalina de gran personalidad escénica, cantada con mucha dignidad y
verdad en el decir de sus partes habladas. Su pareja teatral, el Moniquito de
, es sinónimo del buen hacer cómico al que nos tiene siempre
acostumbrados este excelente actor-cantante, uno de los grandes del momento en
el terreno de la comicidad. Destacar asimismo el chistoso tono calavera
asociado al Carracuca de Juan Carlos que siempre saca más de una
sonrisa al espectador.
Los dos papeles actorales antes
aludidos, Don Generoso y Custodia, tienen a su vez a otro par de enormes valedores
por cuyas venas discurre el oficio y la veteranía teatral: el dinástico , director de inolvidables puestas en escena tanto de óperas como zarzuelas,
y la sagaz y dinámica . Ambos por sí mismos -él con su novelesca y
recia declamación de los monólogos quijotescos, ella con la más pura recreación
celestinesca- son capaces de engrandecer, de ennoblecer y de erigir en
categoría de obra maestra a este título señero de la lírica española, y
representan la herencia y el legado de los artistas teatrales de décadas
pasadas.
Sería demasiado extenso detenernos en todos y cada uno de los demás roles actorales, que han sido defendidos con rigor en un amplio abanico de registros y que han proyectado con perfecta definición sobre la escena cada uno de los tipos populares que pueblan la acción de La rosa del azafrán.
Una
zarzuela que 94 años después de su estreno ha sido revivida con gran riqueza de
colores por la batuta de , moviéndose con agilidad por los
ritmos de los diversos números que han honrado con letras grandes las voces del
Coro del Teatro de la Zarzuela, el otro gran triunfador de la representación, cuya
proyección y empaste envidiables han resucitado con alma los cantares que
extrajo directamente de la tierra el genial Guerrero.
Pues de la tierra surgen esos cantos en bruto, el propio folclore de tradición oral que Ignacio García ha querido honrar, exaltar y reivindicar en la voz de Elena , un sustrato y pura esencia del canto popular de la tierra manchega que ayuda a comprender las elaboradas y a la vez sencillas y llanas armonizaciones que el maestro toledano diseñó para su partitura más inmortal.
Comentarios