España - Andalucía

Volodos pone el broche de oro

José Amador Morales
miércoles, 4 de diciembre de 2024
Arcadi Volodos © 2022 by Christian Palm Arcadi Volodos © 2022 by Christian Palm
Córdoba, sábado, 23 de noviembre de 2024. Teatro Góngora. Arcadi Volodos, piano. Franz Schubert: Sonata para piano en la menor, D.845, op.78; Robert Schumann: Davidsbündlertänze, op.6; Franz Liszt/Volodos: Rapsodia húngara nº13 en la menor, S.244/13. XXII Festival de Piano “Rafael Orozco”.
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Regresó a Córdoba, dieciséis años después de uno de los recitales más impresionantes que se recuerden en la ciudad de la Mezquita, uno de los más destacados herederos de la tradición pianística occidental. Y es que Arcadi Volodos ha puesto el broche de oro a la vigésimo segunda edición del Festival de Piano “Rafael Orozco” (Orozco Piano Festival Festival según el rótulo oficial) en el transcurso del cual hemos recibido visitas de pianistas tan destacados como Boris Bermann, Jorge Luis Prats, Eloïse Bella Kohn, Boris Giltburg, Sergey Belyavsky, Zee Zee, Yeol Eum Son o Emin Kiourktchian. Un evento que año tras año ha ido reforzando tanto su identidad como su calidad bajo la meritoria labor de su director, el catedrático de piano Juan Miguel Moreno Calderón, y que, a día de hoy, es una de las citas ineludicbles de la temporada musical y pianística.

Como últimamente es habitual en sus conciertos, Volodos ha ofrecido en Córdoba un programa en torno a la relación de dos compositores netamente románticos, sí, pero también muy personales en estilo y concepto musical como son Schubert y Schumann. Sin embargo el pianista ruso logró la simbiosis extraordinaria entra ambos caracteres musicales gracias a la calidad artística y al talento único de este músico excepcional. Así pues, Volodos conectó el más puro ensimismamiento schubertiano con la brillantez del pianismo schumanniano; la ligereza cantabile de Schubert, con la intensidad irresistible de Schumann…

Nada más sentarse frente al piano, bastante recostado en una silla con respaldo igualmente retrasada como acostumbra, atacó la Sonata para piano en la menor, D.845, que ocupó por completo la primera parte; adelantemos ya seguramente fue sea la mejor versión que quien esto suscribe haya escuchado en directo habida cuenta del absoluto control interpretativo, tanto técnico como expresivo. Volodos pemitió escuchar como nunca la paleta dinámica y armónica de la partitura, así como un equilibrio sonoro y transparencia inaudita de esta partitura schubertiana que le permitió gustarse con un fraseo lírico de gran calado expresivo.

A la vuelta del descanso, los inusuales Davidsbündertänze de Robert Schumann ocuparon el ausente portapartituras del piano -habida cuenta de que Volodos toca siempre de memoria- en otra lectura realmente magistral. El pianista petersburgués se tomó aquí su tiempo para desplegar toda la belleza de esa suerte de “roles” musicales que describe la obra en sus dieciocho piezas, enfatizando los interesantes contrastes líricos y dramáticos con un tempo sereno y sin duda ajustado a sus inmensas necesidades expresivas.

Para ese momento el público estaba muy encendido, muy consciente de estar asistiendo a una velada única…Y el fulgurante virtuosismo con el que termina la Rapsodia húngara nº13 de Liszt en arreglo del propio Volodos, terminó por prender el poco material combustible que quedaba, emocionalmente hablando, a esas alturas. Como señalábamos anteriormente, ahí recordamos al Volodos juvenil y virtuoso entregado a las acrobacias y malabares técnicos casi imposibles. Pero eso sólo era la primera impresión ya que todo ello es sublimado por el valor expresivo de cada sonido, haciendo un todo artístico y creativo al que sucumbió toda la sala.

Como si fuese otra parte más del recital, Volodos enganchó el delirium tremens de la audiencia con cuatro sabrosísimos bises enganhcados prácticamente sin solución de continuidad, a saber: el precioso Pájaro triste de Federico Mompou, el Momento musical nº3 en fa menor D.958 de Franz Schubert, la célebre Malagueña de Ernesto Lecuona para terminar definitivamente su actuación como empezó, esto es, volviendo a otro Schubert soberbio, aquí un bellísimo “Andantino” de la Sonata nº20 en La Mayor D.959. 

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