España - Andalucía
Madame Butterfly tras la dana
José Amador Morales

Tras la Manon Lescaut de Giacomo Puccini, representada en mayo, previa inauguración de la presente temporada con el estreno mundial de El gitano por amor de Manuel García, el Teatro Cervantes ha querido culminar la conmemoración del centenario de la muerte del genial compositor de Lucca con la puesta en escena de Madama Butterfly. Las condiciones que se han vivido a la hora de preparar estas representaciones no han sido fáciles, como nos recordaba una voz por megafonía antes de alzarse el telón. Especialmente durante los ensayos que debieron ser cancelados varios días por la llegada de la dana a Málaga, obligando a redoblar el trabajo en los días restantes para evitar el retraso de los días previstos para las funciones. Y todo ello con una producción de Valencia que nos traía el recuerdo imborrable de las víctimas de la tragedia sufrida en aquella tierra sólo semanas antes.
Entrando
en materia puramente operística, podemos afirmar, ya de partida, que esta vez
sí se ha retomado el nivel y el equilibrio artístico al que nos viene
acostumbrando en las últimas temporadas el Teatro Cervantes, habida cuenta de
la solvencia y profesionalidad del equipo artístico congregado, que ha sacado
adelante la puesta en escena de uno de los títulos más paradigmáticos del
género operístico en general y del repertorio pucciniano en particular como sin
duda es Madama Butterfly. La propuesta escénica ideada por David
Livermore para el Palau Les Arts de Valencia, aquí convenientemente dirigida
por un eficaz Emilio López, es conocida por sus citas visuales al desgarro que
sendas bombas nucleares provocaron en Japón en agosto de 1945 y que, como es
sabido, supusieron el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero más allá del
efecto, bastante superficial en relación a la trama, la tragedia personal de
Cio-Cio San es servida y seguida con fidelidad. A ello debemos añadir un fluido
movimiento de actores, una cuidada iluminación y, en general, buen gusto en el
plano estético.
Musicalmente la dirección de Giuseppe
Finzi logró establecer un aseado equilibrio entre un sonido no especialmente luminoso
pero sólido, un certero acompañamiento a las voces y un importante contenido
dramático que, a manera de enorme crescendo, el maestro italiano fue sabiamente
dosificando durante toda la función hasta exponerse por completo en la
impactantes escenas finales. A sus órdenes, la Filarmónica de Málaga tuvo una
prestación, si no inolvidable, sí bastante segura y convincente al igual que el
coro.
A este respecto ha sido
noticia la ausencia del Coro de Ópera de Málaga, colaborador esencial en las producciones
líricas de este teatro malagueño durante tantos años, siendo reemplazado por el
proporcionado por una empresa bastante conocida en el mundo coral nacional como
es Intermezzo y dándose a conocer aquí como el Coro Titular del Teatro
Cervantes de Málaga-Intermezzo.
Francamente no hemos percibido
una especial diferencia cualitativa aunque estamos seguros de que la aportación
emocional y comunitaria que supone para la ciudad la pérdida de un coro amateur
propio de demostrada calidad, a la hora de participar en la temporada lírica
como hasta ahora, es incalculable en otro tipo de valores no siempre
apreciables desde lo meramente artístico y mucho menos desde lo económico.
El reparto convocado ofreció
un gran equilibrio en general, tal vez con la excepción del rudísimo,
desafinado y de materia vocal tan poco atractiva pese -eso sí- al importante
volumen de Željko Lucic como Sharpless.
En el rol protagónico, Claudia
Pavone, de voz no precisamente grande pero de atractivo timbre italiano, tras
un comienzo bastante discreto reveló un fraseo lírico de gran factura y, por
ende, un idiomatismo que le llevó a dar en la diana dramática del personaje,
ofreciendo una caracterización memorable.
Antonio Gandía pareció
desenvolverse cómodamente como Pinkerton, con consistentes ascensos al agudo y
una -por momentos- inusitada entrega vocal (perceptible por ejemplo en su
“Addio fiorito asil”) pese a su habitual distanciamiento expresivo ya marca de
la casa.
Muy convincente también Nozomi Kato como leal Suzuki así como extraordinarios los experimentados Luis Pacetti como Goro y Javier Castañeda como Tío Bonzo. Bien Marcelo Solís en su doble cometido Príncipe Yamadori y Comisario, al igual que Sophie Burns, quien dio un inusitado realce vocal a su Kate Pinkerton a pesar de lo brevísimo de su cometido.
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