España - Cantabria
Una conmovedora Matthäus Passion
Roberto Blanco

Ocho meses después de escuchar en el Palacio de Festivales de Cantabria la Johannes Passion interpretada por el Bach Collegium Japan dirigido por Masaaki Suzuki, este 12 de abril fue el turno de Justin Doyle de proponer otra Pasión de J. S. Bach, la Matthäus Passion, interpretada por el Rias Kammerchor y la Akademia für Alte Musik de Berlín (Akamus), una obra absolutamente imprescindible cuya sutileza musical sobrepasa el marco de la fe.
Repartidos en dos coros y
dos orquestas como lo exige la partitura, ambas formaciones ofrecieron una
notable homogeneidad durante toda la ejecución por su precisión y riqueza en
cuanto al color de los timbres y al brillo de las armonías así como en intenciones.
El discurso musical no perdió nunca fluidez ni coherencia, con una dinámica
barroca impregnada de profundidad religiosa. Las entradas sucesivas de las voces
destacaron por su perfecta precisión para fundirse después en una masa
poderosa, consiguiendo un sonido magníficamente pleno.
Desde el primer coro y
coral, el juego de respuestas entre ambos coros fue perfectamente conducido,
con el coral de las sopranos planeando por encima del diálogo como una
plegaria. En general los corales son vivos, unas veces animados y otras
suplicantes, o ambos a la vez, como en el Herliebster
Jesu. También mostraron momentos de apaciguamiento y de unión en un
contexto atormentado (Wer hat dich so
geschlagen).
Y a los coros debemos dos
de los momentos más emotivos de la ejecución. Cuando Jesús es prendido, los
elementos se desencadenan, y el Sind
Blitze -de gran dificultad- fue perfecto; inquieto pero no pesado, todo
matices, apresurado pero sin precipitación. El segundo momento fue el Wir setzen uns mit Tränen nieder, todo
un éxtasis musical: Cristo está ya en la tumba, ya no sufre, solo queda el
recogimiento y la esperanza.
Y si el coro es siempre
un elemento indispensable en toda tragedia, la narración de la Pasión
tuvo en Patrick Grahl un Evangelista idóneo. Lejos de ser un narrador neutro de
una antigua historia, Grahl vivió la acción con una proyección perfecta; su
timbre claro y la vivacidad de su buena dicción animaron incesantemente sus
recitativos. El Jesús de Matthew Brook, por contraste, fue calmado, resignado,
desplegando una línea flexible con graves amplios y matizados.
Elisabeth Breuer fue una
soprano de voz ligera y algo delgada, y aunque convincente, estuvo un punto por
debajo del excelente nivel del resto de solistas. Anna Lucia Richter,
mezzosoprano, ofreció una voz penetrante, redonda, con graves generosos y sonoros.
Su Buss und Ren resultó sombrío y
particularmente dramático, mientras que el diálogo con el coro que abre la
segunda parte lo abordó con perfecta línea vocal y elegantes ondulaciones. Su
aria Erbarme dich resultó sublime,
con el acompañamiento del primer violín derramando maravillas.
Thomas Hobbs, tenor,
ofreció un Ich will bei meinem Jesu
wachen muy convincente, resaltado por el suntuoso fraseo de los oboes, y en
su segunda aria (Geduld) mostró su
clara y bellamente articulada voz. El bajo Stephan Loges fue -junto con la
soprano- el segundo punto débil del reparto, pero su voz de corta presencia fue
mejorando gradualmente y terminó con un Mache
dich bien equilibrado.
El director, Justin Doyle, concertando a coros, orquesta y solistas ofreció una legibilidad perfecta de la arquitectura de la obra. Siempre flexible y sobrio, acompañó sin ostentación y propuso una interpretación equilibrada y retenida donde ningún protagonista quedó desprotegido.
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