Madrid, jueves, 8 de mayo de 2003.
Teatro de la Zarzuela. Programa doble. I.- Tomás Marco: Ojos Verdes de Luna. Monodrama para soprano, orquesta de cuerda y dos percusiones (1994). Libreto de T. Marco, a partir de dos leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y un poema de Ludovico Ariosto. María José Montiel, soprano ('La Protagonista'), Mónica Runde ('Bailarina'). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coreografía: Mónica Runde. Escenografía: Elisa Sanz. II.- Tomás Marco: El Viaje Circular. Ópera de Cámara. (2002). Libreto de T. Marco, basado libremente en +La Odisea+ de Homero. Pilar Jurado, soprano('Sirena', 'Antínoo', 'Escila', 'Caribdis', 'Calypso', 'Circe', 'Tiresias'), María José Suárez, mezzosoprano ('Penélope', 'Nausícaa', 'Polifemo', 'Odiseo'), Alfonso Echeverría, bajo ('Odiseo', 'Penélope'). Seis Figurantes ('Pretendientes de Penélope'). Sax-Ensemble. Coro del Teatro de la Zarzuela. Dirección del Coro: Antonio Fauró. Escenografía: Fernando Navajas. En ambas obras: Dirección Escénica: Guillermo Heras; Ayudante de Dirección: Macarena Hernández; Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Dirección Musical: José de Eusebio. Asistencia: 90% del aforo.
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La presentación madrileña de estas dos óperas breves de Tomás Marco (Ojos Verdes de Luna se estrenó, por en cargo del II Otoño Musical Soriano, en el Palacio de la Audiencia de Soria el 9 de septiembre de 1994, y El Viaje Circular en el Teatro Principal alicantino, producción del CDMC y el Teatro de la Zarzuela, el 29 de septiembre de 2002, dentro del XVIII Festival Internacional de Música Contemporánea de Alicante, por encargo del propio CDMC) tuvo, más que visos de reestreno, honores de estreno. Quien esto firma no había visto, aunque sí oído, la primera de las obras; pero sí había presenciado en persona el estreno de El Viaje Circular en Alicante. De modo que, puesto que las miradas críticas (y lo digo en plural, pues hay tantas miradas como críticos) están condicionadas, inevitablemente, por el conocimiento y referencias anteriores, vayamos por partes.Ojos Verdes de Luna, en su encargo inicial, se planteó como una obra que pudiera representarse en versión de concierto, y así se estrenó en 1994. Pero en 1998, también en Soria, fue montada escénicamente por Guillermo Heras, con la incorporación de una bailarina que representa a determinados personajes aludidos en las dos leyendas sorianas de Bécquer, primordialmente la estructura de Los ojos verdes con algunas inclusiones de El rayo de luna, en que se basa esta obra, convertida ahora en una especie de ópera-ballet. Desde el punto de vista musical, como señala el propio autor ‘se trata de una obra nacida por y para la voz de María José Montiel y es un intento de subrayar desde una técnica de hoy el exacerbado romanticismo del texto. Su modelo –añade- creo que está más cerca del ‘melólogo’ español del XVIII que del monodrama de principios del siglo XX’.Desde luego, musical y textualmente, la obra, desarrollada en un impreciso medioevo soñado, insinúa un conjunto de figuras femeninas de la mitología clásica antigua, medieval y renacentista: mujeres encantadas o encantadoras, como las Sirenas, Circe, la donna serpente... Pero, al tiempo, la voz de la soprano lírico-dramática debe asumir varios papeles masculinos (‘el Narrador’, ‘el Montero’, ‘el Espectro de los Ojos Verdes’...), en un verdadero tour de force: canta, recita, utiliza la Sprechstimme y conduce decisivamente la acción dramática. Esto ya nos había atraído en la escucha de la obra, en la que la hazaña de María José Montiel es acompañada por una orquesta de cuerda y dos percusionistas. Pero en esta representación el disfrute de la escucha es potenciado por la escenografía y la coreografía. María José Montiel está, sencillamente, espléndida como cantante y como actriz. Los usos contemporáneos de la voz encuentran, en composición e intérprete, un vehículo incuestionable en la lengua castellana, lo que supone un considerable logro, sea en las partes serenas y fluyentes, sea en las abruptas y volcánicas del discurso sonoro. Discurso musical vocal enmarcado en un fondo instrumental de orquesta de cuerdas y dos percusionistas, fondo o, mejor aún, entrelazamiento, en el que Tomás Marco usa libremente los recursos que buscan la belleza sonora, sin atenerse al corsé de una única técnica compositiva, incluido el uso de la tonalidad en los momentos más líricos. Con ello consigue alternar y fundir el más agudo romanticismo con la más vanguardista modernidad, configurando una obra en la que no se sabe dónde están los límites entre la emoción y la reflexión. Para colmo acción dramática y creación musical son subrayados por la bailarina y coreógrafa Mónica Runde, de una expresividad fascinante, cuya presencia no es simplemente decorativa, sino que se sumerge de pleno derecho en la totalidad de la obra.El Viaje Circular, cuyo estreno absoluto en Alicante tuve la oportunidad de presenciar, recibió en aquella ocasión una crítica en Mundoclásico que, naturalmente, respeto (la libertad de crítica, como la de cátedra, son consecuencia y aplicación de la constitucional libertad de expresión), pero que no comparto. La cuestión del gusto estético es peliaguda, y ya he dicho más arriba que hay tantas miradas críticas como críticos. No deseo entrar en polémicas, pero me explicaré con una simple metáfora: aquella crítica, aunque repito que la respeto, parecía estar hecha con unos prismáticos usados del revés. No pretendo yo usar los mismos prismáticos del derecho, sino sólo los ojos (en todo caso, mediados con unas gafas de modestas dioptrías). Cierto que los medios, especialmente escenográficos, usados en el Teatro Principal de Alicante fueron mucho más pobres. Pero ni la construcción dramática ni la selección de pasajes de la Odisea me parecen facilones, sino bien elegidos, trabados e interesantes, con un planteamiento general circular o espiral que nos coloca en el centro del siempre asombroso enigma del ‘eterno retorno’ nietzscheano: el sorprendente intercambio de papeles entre Odiseo y Penélope. En cuanto a la forma musical, adopta una original y atractiva estructura de ‘circulo de círculos’, cada uno de los cuales contiene a su vez más círculos (dinámicos, melódicos, tímbricos…) con lo que se consigue, a mi juicio, una correlación sumamente compleja (aunque, y ahí creo que está el quid del asunto) de apariencia simple, entre ‘forma musical’ y ‘contenido dramático’, que siempre ha sido, y será, la aspiración máxima hacia la que tiende el género operístico.Tanto la orquesta, constituída por 4 saxofones, piano, 4 percusiones, sintetizador y guitarra y bajo eléctricos, como las voces (el pequeño coro, ‘el Corifeo’, y tres únicos solistas que se reparten numerosos papeles, especialmente Pilar Jurado) desarrollan con maestría las seis escenas, separadas por los cinco ‘intermedios’ del Corifeo. Tanto el Sax Ensemble (en Madrid como en Alicante) eficazmente conducido en un difícil reto por José de Eusebio, como el Coro de La Zarzuela subrayaron y apoyaron el extraordinario cometido de los tres solistas, desde una María José Suárez segura y siempre sorprendente, engrandeciendo con su voz su frágil apariencia física, hasta un Alfonso Echeverría pleno de facultades vocales y dramáticas, culminándose el reparto con una asombrosa Pilar Jurado (ya la he llamado en otra ocasión una ‘fuerza de la Naturaleza’) que soporta el máximo peso vocal de la obra, a través de la diversidad de los personajes que encarna, con una versatilidad dramática y esa aparente facilidad que solo está al alcance de los elegido.Naturalmente, en Madrid, los medios de que dispone el Teatro de la Zarzuela, más la natural decantación y perfeccionamiento de una obra que mantiene a todos sus protagonistas, desde el compositor a todos los intérpretes, y con una escenografía, ahora esplendorosa, de Guillermo Heras, El Viaje Circular se multiplica por sí misma.En resumen: una y otra obra, tan distintas y tan –paradójicamente- semejantes (igual que en los cuadros de los grandes pintores, aun en su diversidad, se percibe la ‘firma’ del autor) son ejemplos del camino hacia el que ha de tender la ópera de hoy: emoción e inteligencia, fuentes para un sinérgico ejercicio de sentir y pensar, que no se oponen, sino se coimplican y se potencian mutuamente.
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