España - Euskadi
Excelente técnica y sentido artístico
Nuria Balbaneda

En el marco del IV Centenario de El Quijote, se estrena por primera vez fuera de Rusia la versión que Grigorovich realizó en 1994, basada en la de Marius Petipa (1869) que quedó fijada en el repertorio de Bolshoi y Kirov por Alexander Gorski en 1900. Esta nueva ‘revisión’ de Grigorovich consta de tres actos, con un prólogo y un epílogo, y conserva la música original de Ludwig Minkus. Como en la obra de Petipa, Don Quijote y Sancho no son realmente los protagonistas, sino el hilo conductor de la obra, que narra el episodio de las Bodas de Camacho.
En el primer acto se presentan los personajes y la trama de la obra, los amores de Basil con la hija del tabernero, Quiteria (Kitri en el ballet), que no son bien vistos por el padre de ésta, ya que Basil es pobre.
En el segundo es donde se nos ofrecen algunas de las variaciones más famosas del repertorio clásico, incluyendo el gran paso a dos, interpretado con excelente técnica y sentido artístico por las estrellas de la compañía, Anna Antonicheva y Dmitri Belogolovtsev, ambos provenientes del Ballet Bolshoi.
Brillante fue la variación de Cupido, así como la de Mercedes (Ekaterina Yaroschuk), temperamental, elegante y haciendo gala de un magnífico cambré de inspiración ‘española’ (uno de los tópicos recurrentes sobre España para los coreógrafos del siglo XIX es el quiebro de cintura de las bailarinas españolas, al cual base, desde luego, no le falta). Menos afortunada fue la actuación de su pareja, el Torero Espada (Serguei Barannikov), al que faltó carácter y brillantez en su interpretación. Tatiana Vladimirova estuvo también correcta y distante en su papel de reina de las dríadas. Muy destacable fue la actuación del cuerpo de baile, que mostraron buena técnica, musicalidad y precisión a lo largo de toda la obra.
En 1994, y tras dieciocho años de servicio, Yuri Grigorovich sale, de forma algo turbulenta, del Teatro Bolshoi, tras lo que pasa a dedicarse a su propia compañía. Reconocido mundialmente por su labor coreográfica, produce algunos de los grandes ballets del repertorio clásico como El lago de los cisnes y El Corsario, que pueden verse esta semana en Barcelona. Queda patente en este montaje el oficio, conocimiento de la tradición y buen gusto de Grigorovich, que son sus mejores aportaciones a la compañía.
En esta ocasión se estrenaba vestuario y una hermosa escenografía, en la que se permiten algunas licencias, como es la localización en un puerto de mar, lo que posibilita la introducción de algunos elementos nuevos, como las danzas de los marineros rusos del tercer acto.
El público, casi aforo completo, comenzó algo frío, pero fue siendo conquistado por la calidad del espectáculo, que recibió una gran ovación, y es que si hay algo estupendo de los festivales veraniegos es que, durante algunos días, podamos disfrutar de grandes espectáculos y conciertos, de compañías e intérpretes de prestigio. Si a ello le añadimos que se trata de una gran producción de danza clásica, tan poco habitual en nuestros escenarios (baste recordar que en nuestro país ni tan siquiera hay una compañía dedicada a ello), el gozo es doble, así que vaya por delante la felicitación a los programadores de la Quincena Musical donostiarra… y el ruego, con la venia, de que programen más danza, y, a ser posible, clásica.
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