DVD - Reseñas

En el nombre del padre, del hijo, y de san Eugen Jochum

Alfredo López-Vivié Palencia
sábado, 12 de febrero de 2005
Anton Bruckner: Sinfonía nº 7 en Mi mayor (edición de Leopold Nowak); Richard Wagner: Tristan und Isolde, preludio del acto I y muerte de amor. Orchestre National de France. Eugen Jochum director. Dirección de imagen: Mate Rabinovski. (Bonus: Wolfgang Amadè Mozart: Obertura de Le Nozze di Figaro. Orchestre National de la RTF). Un DVD de 96 minutos de duración, grabado en el el Théatre des Champs Elysées de París el 6 de febrero de 1980 (Bonus: en la Salle Pleyel de París el 9 de abril de 1964). Coproducción de Pierre-Olivier Bardet (Idéale Audience International) y Stephen Wright (IMG Artists). EMI Classics, serie Classic Archive DVB 3101909
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Si hubo, entre los grandes de verdad, algún director de orquesta durante la segunda mitad del siglo pasado que resultara más incompatible con el star-system, ése fue Eugen Jochum (1902-1987). Seguramente por eso existen –al menos fuera de Alemania- muy pocos testimonios fílmicos de su quehacer, aunque su legado discográfico es lo bastante abundante como para hacerse más que una idea sobre su arte. Por suerte, EMI ha tenido ahora la bendita ocurrencia de exhumar este documento de la serie de televisión Classic Archive, que presenta a Jochum en lo que fue su máxima especialidad: Anton Bruckner.

La afinidad de Jochum con el compositor de Ansfelden no le viene tanto por proximidad geográfica -Jochum nació en Babenhausen (Baviera) y Bruckner en la Alta Austria, y aquí los Alpes no son una frontera natural sino un mero accidente orográfico-, cuanto sobre todo por comunión religiosa -uno y otro fueron fervientes creyentes católicos. Y de tal dedicación, que Jochum demostró en vida en multitud de conciertos, dan hoy cuenta -dejando aparte grabaciones sueltas- sus dos integrales sinfónicas (para DG en los años cincuenta y sesenta, para EMI en los años setenta), así como la única integral de la música sacra que existe en el mercado (también en DG).

Los buenos conocedores fruncirán el ceño al comprobar que en este DVD Eugen Jochum no está al frente de su Orquesta de Radio Baviera, ni de la Filarmónica de Berlín, ni del Concertgebouw, ni siquiera de la Sinfónica de Bamberg. La Orquesta Nacional de Francia, en efecto, no se puede comparar con ninguna de ellas en carácter, ni en tradición bruckneriana, ni sobre todo en mimbres adecuados -nótese que Jochum emplea una cuerda inmensa a partir de diez contrabajos y el metal reforzadísimo con diecinueve instrumentistas, pero mantiene la madera a dos posiblemente para evitar en lo posible ese color francés tan característico pero tan inadecuado en este caso.

Poco importa: lo que vale aquí es el milagro de la transmisión del concepto bruckneriano de Jochum a una orquesta hereje. Jochum tiene manos grandes, rústicas, su gesto es siempre nervioso y con escasos alardes técnicos; pero a los setenta y ocho años -se dice pronto- mantiene el pulso firme, la mirada alerta y la expresión facial encendidamente entusiasta. Con esas armas y con su íntimo apostolado por esta música Jochum hace un Bruckner tan intenso como sincero, que se revela como la verdad más sencilla: el mejor ejemplo de que Bruckner no es, ni de lejos, la complicación interminable que algunos han pretendido.

El tema inicial no es una presentación, porque se da ya con toda la carne en el asador, como si la orquesta llevara rato tocando, y la obsesión de Jochum por marcar todas las partes de todos los compases -sobre todo en las caídas de tensión- hace que el movimiento fluya de forma natural; la transición hacia el redoble de timbal suena sorprendentemente irrelevante, pero lo que viene después tiene todo el poder de la conversión: el glorioso tema transportado está dicho con una intensidad irrefutable, y la coda -acelerada, como solía hacer Jochum- es sencillamente irresistible.

El adagio tiene la seriedad y la trascendencia de una ceremonia de elevación progresiva, aunque jamás incurre en premiosidad, y la cima se alcanza -platillo y triángulo incluídos- tras una transición en las violas que corta la respiración (aunque después el recuerdo a Wagner se arruina en unas trompas inseguras). Seguramente, la joya de esta versión es el scherzo, que Jochum convierte en un Dies irae a base de ritardandi angustiosos en el metal, compensado con un trío de un lirismo raro que enfatiza la rusticidad del ritmo ternario. El finale, sin embargo, sale algo deslavazado, como si la orquesta mostrara el cansancio acumulado hasta ese momento.

Más de lo mismo -¡y qué bueno es ese ‘mismo’!- hay en los fragmentos del Tristán: Jochum hila el discurso marcando todas las partes de los silencios y graduando sabiamente las oleadas orquestales, para un resultado en el que, más que arrobo, hay aliento. La curiosidad de la propina (filmada en blanco y negro) trae la obertura del Figaro mozartiano, por supuesto a gran orquesta -estamos en 1964- pero con tiempos ligeritos, en la que Jochum muestra de nuevo su extraordinaria llaneza.

Al sonido no se le pueden pedir excelencias, porque se trata de programas de televisión mondos y lirondos, aunque la filmación sí debía haberse esmerado un poco más en fijar la imagen donde está la atención orquestal y en evitar demasiados travelling de las cámaras y algunos planos superpuestos (esas técnicas ya estaban de capa caída en 1980 a la hora de grabar conciertos). Pero al final uno se suma con gusto a los aplausos del público (y de la orquesta).

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