España - Aragón

Lupu, Florestán y Eusebius

Pablo-L. Rodríguez
lunes, 15 de mayo de 2006
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Zaragoza, viernes, 31 de marzo de 2006. Auditorio del Palacio de Congresos. Sala Mozart. Radu Lupu, piano. Robert Schumann: Waldszenen, op. 82; Humoreske en Si bemol, op. 20; Sonata nº 1 en fa sostenido menor, op. 11. Propinas: Robert Schumann: ‘Aufschwung’ de las Fantasiestüscke, op. 12 & ‘Träumerei’ de las Kinderszenen, op. 15. IX Ciclo de Grandes Solistas “Pilar Bayona”. Aforo: 1992; ocupación: 80%
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Algunas veces, un pianista no sólo tiene la capacidad de culminar su concierto con dos propinas ideales, sino que ofrece una interpretación que le permite resumir todo el recital. Las piezas en cuestión fueron la famosa ‘Aufschwung’ (‘Ascenso’) de las Fantasiestüscke (Piezas fanstásticas) y la aún más conocida 'Träumerei’ (‘Ensueño’) de las Kinderszenen (Escenas infantiles) de Schumann, donde el gran Radu Lupu creó un ambiente impetuoso y apasionado en la primera, y lírico y evocador en la segunda, acentuando en ambos casos su relación literaria con las novelas de Jean Paul, es decir, con Florestán y Eusebius. Resulta sorprendente la capacidad que tiene el pianista rumano para conseguir en un auditorio tan grande como la Sala Mozart de Zaragoza que el público experimente sensaciones musicales (y literarias) tan especiales.

Y digo que resulta sorprendente, porque los recitales de Radu Lupu son visualmente fríos y extraños. Cuando uno llega, lo primero que llama la atención es la silla simple y con respaldo que utiliza el pianista rumano para tocar. Poco después, sale a escena un señor de apariencia estoica, vestido de gris y negro, y con aspecto de monje ortodoxo. Camina tranquilamente hacia el piano e inmediatamente se sienta. Es entonces cuando comienza a tocar y es también entonces cuando lo frío se vuelve cálido y lo extraño, perfectamente natural y comprensible.

Su forma de relacionarse con el instrumento es muy familiar y parece tocar de la misma forma que lo haría en su propia casa. Es más, parece guardar una cierta indiferencia hacia la presencia del público en la sala, lo que refuerza una cierta sensación de soledad, pero también da a su forma de interpretar grandes dosis de inmediatez. Uno se siente, en cierto modo, como un voyeur o incluso como un intruso en sus conciertos.

Para su recital en Zaragoza, Lupu eligió un programa íntegramente dedicado a Robert Schumann, con el que ha circulado los últimos meses por Europa y América. La razón del mismo está en el no suficientemente recordado 150 aniversario de la muerte del gran compositor alemán nacido en Zwickau. Lógicamente, Schumann es un compositor que cuadra perfectamente con la forma de ser artística de Lupu, es decir, con su actitud solitaria y evocadora. De hecho, los ciclos de piezas que eligió para la primera parte no hicieron más que subrayar esa actitud, al incluir algunos de los pasajes más personales de la obra de Schumann.

Las Waldszenen o Escenas del bosque datan de finales de 1848 y reflejan musicalmente sus impresiones durante un día de soledad en el bosque. Como siempre, la literatura está fuertemente presente en la obra, e incluso hay piezas basadas en lemas poéticos como sucede con la inquietante ‘Verrufene Stelle’ que utiliza como prefacio un poema de Hebbel. La obra representa escenas e impresiones y cuenta con el cazador como personaje en dos de ellas. No obstante, lo más destacado de la interpretación de Lupu fue su capacidad para enfatizar lo narrativo de esta música y para pasar con total naturalidad de un extremo a otro, de la alegría desbordante al misterio, pasando por la melancolía y la ansiedad. Para mí lo más destacado fue el extraordinario legato en ‘Einsame Blumen’ (‘Flores solitarias’) donde supo sacar todo el perfume de esta música. Luego destacaría la joya del ciclo, ‘Vogel als Prophet’ (‘El pájaro como profeta’), cuyo inquietante y repetitivo canto de pájaro cobró en manos del pianista rumano una dimensión especial al resaltar lo cromático de la armonía y crear así un ambiente de inquietud muy relacionado con el lema poético de la pieza: “Hüte dich! Sei wach und munter” (“¡Ten cuidado! ¡Sé vigilante y despierto!”).

El siguiente ciclo, Humoreske, fue escrito en 1839 y es también una obra que habla de sentimientos personales y de soledad. Quizá más que soledad, la palabra correcta sería ausencia de la amada, es decir, de su querida Clara. Sobre esta obra escribió precisamente a Clara que había “estado toda la semana al piano, componiendo, escribiendo, llorando y riendo, todo a la vez”. Y es que eso es lo que encierra esta música: un montón de estados de ánimo contrapuestos. En este caso, Schumann además pretende hacer la cuadratura del círculo, es decir, crear unidad en ocho piezas muy diferentes entre sí. Para ello las plantea como una especie de variaciones sin tema, algo que en la versión de Lupu pudo notarse con claridad. De nuevo, su capacidad para dar unidad y equilibrio a esta música tan extrema resultó sorprendente, tal como pudo comprobarse, por ejemplo, en ‘Einfach und zart - Intermezzo’. No obstante, destacaría también el aspecto narrativo visible en los momentos de intimidad, como ‘Inning’ (‘íntimo’) cuya esencia Lupu plasmó a la perfección, pero también la ira del ‘Sehr lebhaft’ (‘Más vivo’) que le sigue.

La segunda parte se centró en otra composición anterior, la primera Sonata para piano de 1835, una obra escrita en los comienzos de su relación de Clara. A pesar de ser una sonata, la idea compositiva no se aleja mucho de la concepción de un ciclo por lo caleidoscópico de su construcción. Sin embargo, aquí no está tan claro lo programático, aunque en el primer movimiento Schumann utiliza temas extraídos de sus Quatre Pièces caractéristiques op. 5 en los que se representa a sí mismo y a su amada; en el ‘Aria’ que le sigue y que está basada en una canción escrita en 1828 y en donde se habla de la ausencia de la amada; o incluso en el ‘Scherzo e Intermezzo’, donde incluye referencias a sus personajes favoritos de las novelas de Jean Paul, Eusebius y Florestán, o a la Liga de David. No obstante, la aparente ausencia de programa no hizo decaer en manos de Lupu el poder evocador y narrativo de su interpretación, y ello se hizo palpable en el ‘Finale’, cuya forma musical resulta difusa, y donde logró un extraordinario equilibrio al acentuar los contrastes entre la pasión y robustez propias de Florestán y el intimismo lírico de Eusebius.

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