Hoy es imposible que un escritor pueda comportarse como Pynchon y vivir bajo anonimato, o como Salinger, que podía permitirse fijar las condiciones de publicación incluso en lo que se refería a la portada de sus libros.
Entre tanta trilogía magufa o tostón amoroso-costumbrista de 500 páginas, resulta un alivio leer un cuento o un relato más o menos corto escrito por alguien competente.
Contraviniendo mis propias predicciones y de manera extemporánea y, ya que estamos, estentórea, dedico este artículo no a la reseña anunciada, sino a un conjunto de obras que he venido a acabar este diciembre.