El plato fuerte de la noche se reservó para el final, con el «Concierto para violín» de Barber con Joshua Bell como solista y director, quien se empleó a fondo con su violín, el famoso Stradivarius Gibson ex-Huberman fabricado en 1713, y dejó pasajes de timbre cristalino, con una técnica arrolladora y una limpieza en la ejecución difícilmente igualables.
En una agrupación instrumental como esta, cuyos miembros poseen una consagrada madurez artística y amplísima experiencia, la figura del director pasa a ser prescindible y ello se traduce en una comunicación directa entre solista y orquesta, sin pasar, por así decir, por la intermediación del director.