Discos
Nueva luz para Pacini
Raúl González Arévalo
Opera Rara hace una vez más honor a su nombre (a estas alturas ya no es noticia) al incluir en su catálogo la ópera con la que Giovanni Pacini se presentó en el San Carlo de Nápoles con una composición expresa. Dado el enorme número de obras compuestas (unas ochenta, aunque el compositor en sus Memorie hable de más de cien) creo necesario explicar qué tiene esta de meritoria sobre las demás de la primera etapa.
Con Maria, Regina d’Inghilterra (ORC15) Opera Rara presentaba uno de sus mayores éxitos del período de madurez de Pacini, cuando ya reinaba indiscutido Verdi. Posteriormente vino Carlo di Borgogna (ORC21), la ópera que cerró su etapa intermedia y cuyo fracaso le hizo retirarse cinco años y replantearse su profesión. En esa ocasión se mostraba una obra que recuerda en ciertos aspectos el Donizetti maduro antes de la etapa parisina. Ahora llega Alessandro nell’Indie, que narra la campaña de ‘El Magno’ en la India, compuesta cuando Rossini había abandonado ya la Península Italiana por París. Una primera audición revela lo que Jeremy Commons, en su ejemplar y entusiasta ensayo introductorio, afirma: que es un digno sucesor de Mayr y Rossini (en el trono napolitano, se entiende). Yo añadiría además que del mejor Meyerbeer, cuya última ópera italiana, Il crociato in Egitto, se estrenó también en 1824, con seis meses de diferencia.
Los libretistas (no está claro si Schmidt o Tottola) hicieron un buen trabajo al modernizar un texto del gran Metastasio que a lo largo del siglo XVIII fue utilizado por compositores como Händel, Gluck, Paisiello, Cimarosa, Cherubini o Vinci, eliminando personajes secundarios y fundiendo la estructura a base de arias para incluir dúos y escenas de conjunto, más acordes con el gusto imperante, aunque permanezca la división de la obra en dos actos. Además, Pacini contaría con el veterano Andrea Nozzari, el ‘baritenor’ que estrenó papeles en todas y cada una de las nueve óperas napolitanas de Rossini, y la aclamada soprano Adelaide Tosi, que crearía igualmente papeles para Meyerbeer, Vaccaj, Donizetti y Mercadante.
En 1824 el San Carlo de Nápoles seguía siendo el primer teatro de Italia, con una orquesta excepcionalmente nutrida, y Pacini, que sabía lo que se jugaba, puso toda la carne en el asador, de manera que comienza con una inusual 'Sinfonía-introducción', que bien podemos interpretar de dos maneras: como una sinfonía con coro, al estilo de la Ermione rossiniana, o como un breve preludio que da paso inmediatamente a una gran introducción, como puso de moda Meyerbeer, sobre todo desde L’esule di Granata, fórmula que él mismo repetiría en Il crociato in Egitto y Rossini emplearía en Semiramide. Se trata de una escena grandiosa, de rasgos clasicistas, que da paso a la cavatina de ‘Cleofide’. Esta primera aria con cabaletta muestra ya lo que será la tónica del resto de la ópera: la búsqueda de la continuidad musical, prescindiendo de cadencias conclusivas claras para domar la estructura a base de números cerrados.
No es el único elemento llamativo. Hay un uso maduro de la orquesta, en el que las maderas tienen una importante presencia y las flautas y clarinetes se hacen notar con gran efecto. También destaca el arpa, poco frecuente entonces, en la plegaria 'Giorno terribile', y hay una búsqueda de color local en el uso del sistro. Los recitativos, como era norma en Nápoles, son todos acompañados y alcanzan un alto grado de expresividad, sobre todo en la introducción al dúo entre ‘Cleofide’ y ‘Alessandro’ o en la escena final de la primera. La ‘Batalla’ orquestal es, evidentemente, una reminiscencia del origen barroco del texto.
Y coloratura. Mucha. Muchísimas agilidades. No podía ser menos tratándose del maestro delle cabalette. Es más, el aria de ‘Poro’ 'Se possono tanto due luci vezzose' comienza y termina, sorprendentemente, con una cabaletta, separada por una sección central. Las tres partes principales están muy decoradas y son muy exigentes, lo que requiere una solidísima técnica. Pero también hay espacio para melodías más líricas, empezando por la plegaria ya citada (imposible no recordar a ‘Anna Erisso’ en Maometto Secondo) y siguiendo con la sección central de la última aria de ‘Cleofide’, ‘Bell’ombra adorata’, realmente emotiva con su solo de violochelo.
Por último, cabe decir que Alessandro nell’Indie tuvo uno de los estrenos más exitosos conocidos en Nápoles, con treinta y ocho funciones en la primera temporada, superando de lejos éxitos más conocidos de compositores más dotados como Donizetti, que con Lucia di Lammermoor alcanzó las veintidós y las diecinueve con Roberto Devereux.
Ésta es la última grabación de Bruce Ford para Opera Rara, y el tenor tejano se despide a lo grande. Bien es verdad que el registro agudo ha perdido brillantez e incisividad, pero le favorece una escritura menos comprometida (es un decir) que los papeles rossinianos destinados igualmente a Nozzari y que tan bien ha servido. Evidentemente ha sido una experiencia preciosa a la hora de afrontar este ‘Alessandro’, que sabe dotar de grandeza en el acento expresivo y en el canto, con la calidez del centro y los graves y la calidad de la coloratura. No pierde golpe en el extenso dúo con ‘Cleofide’, aunque me quedo con la grandiosa cavatina de presentación.
Laura Claycomb (‘Cleofide’) hace frente a la elevada tesitura y la enorme extensión con solvencia, resolviendo sin problemas la decoradísima línea vocal. Encuentro que de los tres protagonistas es la que tiene un fraseo menos expresivo, aunque la dicción es correcta. En cualquier caso, está a la altura de los dos veteranos consagrados y aprovecha todas sus intervenciones.
Como siempre en papeles travestidos, Jennifer Larmore (‘Poro’) me convence más por el impetuoso y trabajado fraseo que por la adecuación del instrumento vocal, demasiado claro y liviano, sopranil, para mi gusto. Siendo la agilidad uno de sus puntos de fuerza, en Pacini se encuentra especialmente a sus anchas (ya lo demostró con ‘Stella’) y cierra brillantemente la escena final, inusualmente asignada a la seconda donna. Dean Robinson y Mark Wilde cumplen correctamente con sus cometidos, si bien podrían trabajar más la dicción.
El Geoffrey Mitchell Choir, muy presente en toda la obra, hace un excelente trabajo, visible desde el complejo y monumental coro de introducción, mientras que la Filamónica de Londres suena plena, brillante y flexible a la hora de secundar a un David Parry poco fantasioso pero acertado en los tiempos. Es innegable además que sabe acompañar a los cantantes, algo básico en este repertorio.
¿Tengo que insistir, una vez más, en el lujo de presentación? Para los no familiarizados les diré que la toma de sonido es muy buena y equilibrada; las notas introductorias un verdadero estudio musicológico (en inglés). La idea de incluir el texto dedicado al estreno de la ópera por el propio Pacini en sus memorias, oportuna. Hay traducción del original italiano al inglés. Y todo el entusiasmo puesto al mejor servicio del autor y de su música. Sin tratarse de una obra maestra, Opera Rara alumbra ese vacío entre la marcha de Rossini (1823) y Meyerbeer (1824) y la explosión de Bellini (Il pirata, 1827) y Donizetti (Anna Bolena, 1830), además de permitir trazar la evolución de quien, en palabras del Cisne de Pésaro, “por fortuna, no hacía música, porque si no nos habría eclipsado a todos”.
La próxima cita, en febrero, con Imelda de’ Lambertazzi de Donizetti. Ya les contaré.
Este disco ha sido enviado para su recensión por Opera Rara
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