Suiza
Aires del Norte
Alfredo López-Vivié Palencia

Para esta noche, y puesto que la orquesta se encuentra en un período de interregno hasta que el año próximo tome posesión James Gaffigan, han recurrido a los buenos oficios del veterano Neeme Järvi (Tallin, 1937). Fue todo uno ver salir a escena al viejo oso estonio con su gran humanidad y en smoking de verano, e imaginarlo como personaje de ficción a medio camino entre un embajador de la Unión Soviética y Perico Chicote.

Järvi es, en efecto, un director de los de la vieja escuela, de gesto adusto con mucho codo y poco brazo, y de gran expresividad facial cuando quiere pedir algo especial a sus músicos. Suele decirse de él, y es cierto, que es un director "todo terreno", al que todo le sale aseado y con dignidad, aunque sus interpretaciones no hagan historia. Esta noche no iba a ser la excepción, pero con un programa tan hermoso en cartel tampoco tenía que ser difícil ir más allá del mero compromiso, y afortunadamente así fue.
De tan conocido, el Peer Gynt se toca poco, y aunque sólo sea su breve primera Suite da gusto escucharlo de nuevo, si, como en este caso, la 'Muerte de Ases' se dice con emoción, y si ve uno transformarse a Järvi en el 'Rey de la montaña' dando saltos en la tarima mientras la orquesta respondía como un solo hombre. O como una sola mujer, porque quiero dejar constancia aquí de la extraordinaria labor de la concertino Lisa Schatzman, tan canija de estatura que casi no le llegan los pies al suelo, pero de tan gran personalidad que sabe tirar con fuerza de sus compañeros.

El Concierto de Grieg es otro de esos favoritos de toda la vida. Y a fe que Lars Vogt (Düren, Alemania, 1970) se lo sabe del revés. Vogt combina bravura y delicadeza a partes iguales, y si a veces sus aspavientos hacen temer por su integridad física, también es verdad que eso no le resta fuerza para tocar con claridad, y sobre todo para dialogar con una orquesta que Järvi le sirvió en bandeja. Como también propició su propina, al quedarse el maestro en el escenario y marcar las palmas a esos efectos: así pudimos escuchar una preciosa versión del Nocturno 'póstumo' de Chopin.
Mucho más rara de escuchar es la música para Pélleas et Mélisande de Jean Sibelius, que un servidor conoció gracias a la grabación del propio Järvi. Y es una pena, porque la única pega que se me ocurre poner a esta obra es que sus números sean tan breves. Otro tanto -en lo raro y en lo hermoso- ocurre con su Tercera Sinfonía, que esta noche se daba en el Festival de Lucerna ¡por primera vez! La versión de Järvi fue de las pedagógicas, en el sentido de desentrañar con claridad el tupido tejido sonoro que deja el autor en la partitura, evitando espesores innecesarios, y en el sentido de propulsar la cosa con buen pulso, lo cual aleja el peligro de que se le caiga a uno la orquesta encima. Valga como ejemplo la expresividad contenida pero elocuente con que fue dicho el Andantino.
El público se lo pasó bien, y lo demostró con creces. Y Järvi, que tiene muchas tablas, agradeció los aplausos, se volvió al respetable y simplemente dijo: "Zugabe!" (propina). Y antes de que se acabaran las carcajadas, ya estaba sonando el Vals triste. Nuevos aplausos y nuevo anuncio del maestro: "Zugabe zwei!", añadiendo luego "Sibelius". Claro que era Sibelius, pero esta vez no supe identificar la pieza que tocaron, de carácter hímnico y sólo para orquesta de cuerda.
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