Rusia
Una auténtica maratón
Maruxa Baliñas

Como ya sabrán muchos lectores, el Teatro Mariinski inauguró en abril de 2007 un nuevo edificio destinado a sala de conciertos, el también llamado Mariinski 3. Y en estos momentos avanza la construcción de la segunda sala de ópera y ballet, el Mariinski 2, casi pegado al Teatro original, que será el que sustituya al Teatro Mariinski mientras duren las tan deseadas obras de restauración. (aunque aún no hay fecha, ni presupuesto claro, para este cierre del Mariinski original). Se espera que el Mariinski 2 se inaugure en diciembre de este año 2012, pero la construcción se está realizando con dinero público y las obras avanzan lentamente.
En el poco tiempo que lleva funcionando, la Sala de conciertos del Mariinski ya se ha ganado fama de ser una de las salas con mejores condiciones acústicas de Europa y además presenta una programación interesante, que no se limita a los conciertos sinfónicos o de cámara, sino también a óperas en version de concierto o semiescenificadas. De hecho, y debido a esta acústica, las grabaciones del Mariinski se suelen hacer aquí.
Y en esta sala es donde se celebraron la mayoría de los conciertos del Festival de Piano que tuvo lugar entre el 8 y el 14 de este mes de abril. Como clausura del Festival, Gergiev, su director artístico, planteó un concierto maratoniano: la interpretación de todos los Conciertos para piano y orquesta de Prokofiev en una sola sesión. Para ello se convocó a cinco pianistas rusos, cuyo nexo de unión es el de haber ganado concursos internacionales de su instrumento: Daniil Trifonov, Alexander Toradze, Igor Tchetuev, Alexei Volodin y Sergei Babayan.
Daniil Trifonov (Nizni Novgorod, 1991) -quien ya tiene un curriculum impresionante a pesar de no haber terminado todavía sus estudios- fue el pianista encargado de abrir el concierto. Se trata de un intérprete muy joven aún, pero que muestra unas excelentes cualidades técnicas -gran potencia, agilidad en escalas y sobre todo en cruces de manos, buen uso del pedal- y en menor medida expresivas. Pero el que esté aún más centrado en los asuntos técnicos no es un problema en absoluto con este Concierto para piano nº 1 op. 10 que Prokofiev escribió para sí mismo a los 20 años, cuando también él estaba más ansioso de demostrar sus cualidades pianísticas -y ser un poco provocador- que su profundidad expresiva. Para quien le gusten las coincidencias, su profesora de piano fue la misma que la de Volodin y ha sido alumno en Cleveland de Sergei Babayan. Gergiev le animó a dar una propina, sobre todo porque su concierto era el más breve de todos.
El Concierto en sol menor nº 2 op. 16 fue para mí el más interesante. Y no porque lo sea en sí -mis preferencias van por el 3 o el 4- sino porque Alexander Toradze (Tiflis, Georgia, 1952) hizo una interpretación francamente impresionante. Escrito sólo un año después del Primer concierto, no es esta tampoco una obra muy madura (a pesar de la profunda revisión que le hizo Prokofiev en 1923). Pero quizás por estar dedicada a un amigo fallecido, Prokofiev hizo una obra más profunda y sobre todo ambiciosa. Toradze marcó desde el primer momento las distancias con Trifonov: experiencia, madurez, expresividad, sutilezas, incluso mayor efectividad en los problemas técnicos (aunque sin tantos malabarismos). Los dos movimientos finales fueron simplemente antológicos y me ha quedado grabado el ff repentino del movimiento final, puro Haydn. Por cierto, me llamó la atención que siendo Toradze un experto en el Tercer concierto, Gergiev le encargase interpretar el Segundo, ¿o fue decisión del propio Toradze?. Aunque esto no es tampoco un gran problema porque Toradze ha grabado con Gergiev para Philips todos los Conciertos de Prokofiev. Toradze no dio propina por más que el público se la solicitó.
El Tercer concierto op. 26 le tocó a Igor Tchetuev (Sebastopol, Ucrania, 1980). Resulta injusto criticar a Tchetuev, quien hizo una interpretación digna de cualquier sala de conciertos de primera línea, pero en comparación con el resto de pianistas convocados, me pareció el menos interesante. Convirtió el Concierto nº 3 en una sesión de fuegos de artificio, centrándose como Trifonov en las exigencias técnicas. Pero lo que es justificable en el Concierto nº 1 ya no lo es tanto en el Concierto nº 3, compuesto por Prokofiev en 1921 cuando ya le interesaba menos darse a conocer como pianista -su fama estaba bien asentada- que como compositor. Este Concierto fue además el primero en el que hubo ciertos problemas de ajuste entre director y pianista.
El Concierto nº 4 en si bemol mayor op. 53 (1931) fue el otro culmen de la velada. Escrito sólo para la mano izquierda, por encargo del pianista manco Paul Wittgenstein (1887-1961), sin embargo este nunca lo llegó a estrenar y sigue sin ser una obra muy habitual en los conciertos dada su dificultad. Alexei Volodin (Leningrado, 1977) hizo una interpretación impecable en lo técnico y expresivo, y Gergiev y la Orquesta del Mariinski no le fueron a la zaga, algo fundamental en esta obra en la que la orquesta debe suplir a la mano derecha del pianista con una coordinación milimétrica. Sólo una cosa deslució la interpretación, la gente que se fue entre movimientos o nada más terminar la obra. Dado que el concierto había comenzado con bastante retraso (por lo visto pasa a menudo con Gergiev, quien no comienza el concierto hasta que ha quedado conforme con el ensayo), la velada se estaba prolongando ya en demasía.
El Quinto concierto en sol mayor op. 55 (1932) es sólo un año posterior al Cuarto, pero hay bastantes diferencias entre ambos. Este es un Concierto relativamente breve a pesar de tener cinco movimientos, y de hecho los tres primeros casi parecen uno sólo por las relaciones temáticas entre ellos. La interpretación estuvo a cargo de Sergei Babayan (Armenia, 1961), a quien no conocía ni siquiera de oídas. Se trata de uno de los profesores de piano más prestigiosos de EEUU, desde su puesto en la Universidad de Cleveland. Me llamó la atención que se sienta en una posición bastante alta sobre el teclado, aunque las manos no están especialmente elevadas. Como todos los pianistas anteriores demostró grandes recursos técnicos y la orquesta lo acompañó con flexibilidad, adaptándose muy bien a sus planteamientos, lo cual es una de las cosas que más aprecié en general en esta maratón pianística. Si algo se debe destacar de Babayan es la tremenda delicadeza que mostró en los diversos momentos en que lo requería la partitura, más incluso que sus impresionantes recursos técnicos. Fue muy aplaudido y ofreció también una propina con música de Arvo Pärt, un compositor que toca con frecuencia.
Por cierto, ¿se habían fijado ustedes en las similitudes técnicas entre todos los Conciertos para piano de Prokofiev? Este fue para mí uno de los principales descubrimientos, al tener la ocasión de escuchar los cinco Conciertos consecutivamente. El lenguaje de Prokofiev varía mucho, sus circunstancias y su público son también muy distintos. Y sin embargo él es siempre el mismo pianista y recurre a trucos muy semejantes para lucirse en cada ocasión: espectaculares cruces de manos, virtuosismo en escalas y arpegios, y todo ello acompañado por unas exigencias expresivas, en absoluto menores.
Mi segundo descubrimiento viene del hecho de que me sentaron en el borde del escenario, lo que me permitió ver a Gergiev muy de cerca y descubrir que de vez en cuando gruñe mientras está dirigiendo, que pone cara de malo casi siempre -o por lo menos muy adusto- pero ocasionalmente sonríe del modo más beatífico y que su batuta es diminuta, la más pequeña que ví nunca: abulta menos que sus dedos. Tuve la sensación de que está dispuesto a abandonar la batuta, que no la necesita, pero al mismo tiempo tiene la costumbre -o disciplina- de sostener algo en la mano y no quiere perderla.
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