Discos
Una ocasión perdida
Raúl González Arévalo
Antonio Caldara: La concordia de’ pianeti, componimento teatrale per musica sobre libreto de Pietro Pariati (1723). Ruxandra Donose (Júpiter), Franco Fagioli (Apolo), Delphine Galou (Venus), Daniel Behle (Mercurio), Veronica Cangemi (Diana), Luca Tittoto (Saturno), Carlos Mena (Marte). La Cetra Barockorchester Basel. Andrea Marcon, director. 2 CDs (DDD) de 108 minutos de duración. Grabado en la Konzerthaus de Dortmund en enero de 2014. Archiv Production 479 3356. Distribuidor en España: Universal.
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A Caldara le está costando arrancar. En plena fiebre barroca, con un mercado ávido de nuevos títulos inéditos, de descubrir las glorias de compositores olvidados, con Händel como compositor supremo, Vivaldi plenamente restaurado y otros compositores italianos reivindicando con fuerza su lugar en el firmamento barroco -Hasse, Vinci o Porpora, por citar tres de los que más expectación han suscitado en los últimos dos años- sorprende la escasa atención que ha recibido el compositor favorito del emperador Carlos VI de Alemania. Efectivamente, Caldara gozó de una fama europea tan sólida que parecía imposible que se desvaneciera tan rápido como lo hizo en cuanto falleció. Tal vez podría explicarse porque frente a otros nombres nuestro protagonista puede parecer de entrada más competente que brillante, proclive a un tipo de expresividad más sencillo que la exhibición vacía presente en tantos barrocos, aunque en realidad no renuncia al despliegue deslumbrante cuando la situación lo requiere. Sic transit gloria mundi. En las últimas décadas apenas destacan dos intentos serios por rescatar su figura. El primero de ellos vino de la mano del siempre inquieto René Jacobs, que grabó en 1996 su oratorio Maddalena ai piedi di Cristo. En 2010 Philippe Jaroussky, siguiendo la fórmula “patentada” por Cecilia Bartoli, reivindicaba la producción lírica vienesa con su álbum Caldara in Vienna. Forgotten Castrato Arias. Tras las incursiones en la música religiosa y el ámbito operístico llega ahora esta propuesta típica de la música de corte, una serenata alegórica. Más allá del valor intrínseco de un producto cuidado en todo su desarrollo musical y comercial, cabe preguntarse si cumple el objetivo final de estas operaciones: la reivindicación del compositor. La respuesta es que no. Ni la obra hace justicia al compositor, ni va a reivindicarlo poderosamente. Pero la culpa no es de Caldara.
El género de la serenata cortesana tiene un contexto muy concreto que resulta hoy día demasiado lejano a la sensibilidad del oyente moderno, que además busca no sólo virtuosismo sino también dramatismo en las obras antiguas. Así, la ópera seria, con su acción enrevesada y su variedad de sentimientos, aun codificados por las normas del género, resulta mucho más variada y atractiva que la serenata. Para muestra, esta obra, una larga conversación entre dioses cuyo objetivo es afirmar el derecho de la emperatriz Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel a figurar en el Olimpo por sus incomparables y elevadas virtudes. En consecuencia no hay acción ni variedad dramática, lo que repercute en una obra que a la postre aburre, pues en resumen se trata de una sucesión de arias de bravura sin mucha diferenciación musical o dramática. Repito, la culpa no es de Caldara. Por más interés que pueda contener la obra en sí misma como exponente de su autor, Marcon, después de ver “cientos de microfilms”, tal vez le habría hecho un favor a Caldara si se hubiera decidido por alguna de sus nada menos que 89 óperas.
Dicho lo cual, hay que reconocer que los cantantes se muestran todos entre competentes y sobresalientes. Ruxandra Donose seduce y convence como Júpiter, con un timbre bien diferenciado, más aterciopelado y menos andrógino que el de la correcta Delphine Galou. Por encima de ellas vuela la voz cristalina y siempre atractiva de Verónica Cangemi. Entre los dos contratenores Carlos Mena realiza un gran trabajo, sin menoscabo de la compañía más brillante de un Franco Fagioli en plena cresta de la ola (no en vano recibe la mejor música, destinada al gran castrado Carestini). El tenor Daniel Behle campa a sus anchas, como siempre en el Barroco, y el bajo Luca Tittoto se desempeña con delicadeza. Andrea Marcon dirige con sabiduría, acompañando las voces y explotando los colores de su magnífica orquesta de instrumentos antiguos.
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