En su novela Tela de araña (Trifolium, 2012), el escritor gallego José María Pérez Álvarez, con su habitual sentido del humor y magisterio literario, escribe: «¿Ustedes conocen a una persona no húngara que hable húngaro? ¡No hay ni una! Sólo los húngaros hablan húngaro (y algunos de ellos lo hablan mal). Es un idioma enrevesado, demoníaco, esotérico»... Algo que tantos podríamos suscribir, si al idioma se refiere. Sin embargo, en términos musicales lo húngaro es una sustancia cuya universalización ha conseguido que muchas sean las partituras magiares que identificamos sin mayor dificultad, y no porque las hubiésemos escuchado con anterioridad, sino por la fuerte personalidad que destilan, por el pálpito estilístico que (per)vive en el rizoma de la música magiar, actualizado de generación en generación a lo largo del siglo XX (verdadero…
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