Memoria viva
El violín en la vida (y la muerte) de Carlos López García-Picos
Florian Vlashi
No sé cuándo escuchó Carlos López García-Picos por primera vez en su vida el violín; quizá a un violinista ambulante por su barrio de infancia, La Madalena, o en alguna agrupación de las fiestas en Betanzos, o en un concierto en A Coruña. No lo sé. Pero una cosa es segura – el violín ocupó el lugar más importante en su creación musical. Sé que nadie puede creerme, ni Carlos mismo me creería y eso, por una sencilla razón: él escribió solamente dos obras para violín, una Suite y una Monodia, nada más. Y las dos cuando tenía… 77 años.
Pues sí, matemáticamente es cierto pero no es tan sencillo. Entonces hablamos de números:
Carlos escribió dos obras para violín solo. 4 Tríos para cuerdas. 29 Cuartetos de cuerdas -como las dos partes del violín en el cuarteto son de solista, ya tenemos 58 partituras. Contando el quinteto experimental en la escuela, los 3 sextetos, el octeto y el noneto, el número total nos sale 71. Es la mitad de todo su Opus.
Seguimos: Calculamos una media de 10 páginas por obra - hay cuartetos de 17 páginas y solos de 5 - nos encontramos con una impresionante cifra:
Alrededor de 700 páginas para violín solista!!!
Sorprende esa relación con el violín para un compositor que a lo largo de su vida tocó el clarinete, el piano y dirigió corales. Entonces, ¿por qué el violín?
En las obras que él llamaba “experimentales”, el violín aparece por primera vez en su quinteto de cuerdas “Preludio, intermezzo y fuga” en el año 1955, cuando tenía 33 años. Pero antes había escrito obras pianísticas, una coral, sinfónicas y grupos de vientos para llegar hasta las cuerdas con el violín solista.
Después del quinteto, el violín tarda 10 años en aparecer de nuevo. Esa vez acompañado con vientos y percusión en el sexteto Diálogo 2, obra de 1965. Un año más tarde nos fascina con un solo del violín en Diálogo 3 para cuerdas.
Le sigue otro periodo vacío de 6-7 años y, en 1972, con 50 años de edad, Carlos escribe su primer Cuarteto de cuerdas Dialogo 5 donde el violín entra definitivamente en su obra, en su vida, para no salir nunca más. Sus últimas obras las escribió en el mes de agosto de 2006. Son el Cuarteto de cuerdas nº 29 y una obra sinfónica donde, curiosamente, en su plantilla no utiliza la percusión y aparece por primera vez en su vida el instrumento con sonido celestial - el Arpa. No escribió más. Esas dos obras eran su Adiós…
Ha pasado por mis manos casi todo lo que Carlos escribió para el violín, sea solo, grupo de cámara u orquesta. He visto su catálogo, su archivo, sus escritos, sus fotos… siempre pensando en la pregunta “¿por qué el violín?”. Y he llegado en una tímida respuesta: Para Carlos el violín era una relación íntima. Era la nostalgia, la morriña, el pasado, la infancia, el amor, lo que se perdió para siempre y que para siempre quedó en su recuerdo…
El violín era su secreto.
La primera obra con violín (Diálogos 2), se la dedicó a su amor, Mit-a , también a ella su Elegía para un amor para solo…cuerdas. Siempre escribe para cuerdas en recuerdo de sus mejores amigos (Oración, Réquiem, Elegía para un mártir, Elegía para Lida de Schemper), siempre cuerdas para el recuerdo de sus padres (Oda a meus país), cuerdas para sus más íntimos secretos…
Yo tuve la suerte de adentrarme en sus “cuerdas”. Encargué la Suite y estrené sus obras para violín solo, toqué con el Grupo Instrumental XX el Cuarteto nº 11 “Festivo”, el sexteto Promenade y, dentro de la Sinfónica de Galicia, su Elegia para cuerda, Sindy, Poema etc.
Sus partituras para violín solo están escritas a mano. Su texto y dedicatoria también. Me parece muy interesante esa forma de acercarse a su música, desde el texto. Su letra es bonita, elegante, clara y siempre armoniosa. Las “o”-s o las “r” muy “barrocas” y la palabra “cuerdas” es como una firma. Los textos son, sencillamente, instrucciones precisas sobre la interpretación pero, a primera vista, parecen… cartas de amor.
Pero lo más sorprendente es su escritura musical. Es increíble su precisión en la distancia y altura de las notas por no decir que las rayas de las corcheas y semicorcheas están hechas con regla. ¿Y cómo es posible que los compases estén repartidos de tal manera que terminan coincidiendo al final de la página? Eso es un auténtico trabajo artesanal, de un carpintero como era su padre. Esa manera de escribir nos da mucha información sobre la perfección de la ejecución. No hay en la partitura ni correcciones ni errores ni tampoco acordes mal escritos que no se puedan tocar. Nada. Allí está todo pensado minuciosamente, con la precisión de un relojero. Tener una partitura así delante impone respeto porque te dice “Yo he hecho mi trabajo con amor y devoción. Por favor, ¡haz tu lo mismo!”
La perfección, el equilibrio y las proporciones adecuadas las encontramos también en sus formas musicales. Impecables. Incluso su vida, entre Betanzos, Argentina y Paris, nos recuerda la forma de sonata: B – A – P – A – B . Se pueden leer igual en las dos direcciones como un Palíndromo. También su número de opus - 141 (del griego palin dromein, que significa volver a ir hacia atrás.) Pero, ¿no era su vida así?
En cuanto a su técnica de violín se ve un cambio en las diferentes épocas. En el periodo de Argentina, después de Paris, encontramos una escritura más contemporánea en los efectos sonoros; trémolos, glissanti, ponticelo, armónicos, diferentes tipos de ataques, accentos y sf que nos recuerdan a Stravisnsky , acordes y alturas de extremos inaudibles como en las partituras de Xenakis y Crumb o nuevos signos como en las más rompedoras vanguardias. Sin embargo, pasando los años, a partir de finales de los 80, los efectos pasan a un segundo plano. Su exceso desaparece poco a poco quedando al final un idioma más expresivo, profundo pero, en absoluto, menos complicado. Solamente comparar la partitura del primer cuarteto y del último el cambio es… dramático, también por reflejar ya su enfermedad.
Otro aspecto muy curioso de la música para violín de Carlos son sus indicaciones. Hay una contradicción entre el título del movimiento y la música, algo que me recuerda las obras de Ligeti de su periodo húngaro. Carlos pone Allegro pero la música es todo lo contrario; escribe “gracioso” donde hay melancolía, titula “Vals jocoso” en un vals hipnótico desgarrador; en un movimiento con acentos, acordes, crescendos, glissanti y FFF pone…”Scherzando”; en las disonancias del Cuarteto nº 8 dice “algo dulce” y, a la partitura más difícil para violín que escribió en todas sus 700 páginas, a la Suite para violín solo, le llama “esa obrita”… No comprendo muy bien esas contradicciones. Alguna vez me parecen bromas o ironía, otras veces mensajes que hay que descifrar y, últimamente, creo que son las propias contradicciones de la naturaleza humana, son el Yin y Yang de la vida misma. Para los que le conocieron en persona, su retrato y su voz tenían algo así entre lo vital y pesimista. Mirad el dibujo que le hizo su amigo Seoane; entre sus líneas, como pentagramas y cuerdas de violín, se lee bien la sonrisa, la melancolía y el drama.
Carlos murió un día antes de la Nochebuena del 2009. Sus cenizas fueran depositadas en la ría de Betanzos, a la altura de la Cangrexeira, cerca del barrio La Madalena, donde nació. Un violinista, con los dedos congelados por l frio, tocó al borde de la ría mientras las aguas llevaban los restos del compositor hacia el océano. Era el mismo violinista que una noche de otoño del 97, en las escaleras del edificio Liceo, le había pedido que escribiese una suite para violín “sin preocuparse de la dificultad”; era el mismo violinista que había tocado su cuarteto festivo, su Promenade de recuerdos, su Sindy y su Poema; era el mismo violinista que, con una copa de vino delante en el bar “Plaza” de Betanzos, le prometió que seguiría tocando su música…
Yo no sé cuándo escuchó Carlos por primera vez en su vida el violín; quizá a un violinista ambulante por su barrio de infancia La Madalena. Pero sé muy bien lo que escuchó aquel día que se fue para siempre de nosotros. Era la Partita en Re menor para violín solo de Johann Sebastián Bach.
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