España - Cataluña

Concurso Viñas: 53 edición

Jorge Binaghi
lunes, 25 de enero de 2016
Barcelona, viernes, 22 de enero de 2016. Gran Teatre del Liceu. Prueba final del Concurso Viñas 2016, con 21 finalistas y diversos pianistas acompañantes
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Repito lo del año pasado: “Como en esta ocasión podré asistir el próximo domingo al concierto de los premiados, escribo rápidamente antes de que se conozca el veredicto del jurado (claro que los lectores lo leerán después) más que una crítica una serie de impresiones o reflexiones que esta prueba final me ha suscitado”. Mis apreciaciones generales no han cambiado desde los últimos años, aunque el jurado sea en buen parte diverso. Esta vez hubo más finalistas, aunque uno (lástima, un tenor, con los pocos que hay) tuvo que retirarse por problemas de salud de esta prueba y quedó excluído. Siete eran coreanos, siete del ‘área eslava’ (Rusia, Ucrania, Moldavia, Armenia), un polaco, dos españoles, dos italianos y un estadounidense.

Así como los eslavos, y rusos en particular, suelen ser muy enfáticos, los coreanos, salvo alguna excepción apreciable, parecen tenerse aprendidos gestos idénticos en piezas distintas, lo que hace que su ‘naturalidad’ quede afectada. Hubo muy buen nivel, y según lo que se valore, los resultados pueden ir a unos o a otros; nunca me pareció tan abierto el palmarés. Si las señoras resultaron más interesantes y de mayor nivel técnico que los caballeros, hay que decir que las actuaciones más cuestionables o débiles (por diversos motivos, no más de cuatro en todo caso) reflejaban un nivel de preparación y de interés por la profesión ausente en varios de los profesionales que ayer ejecutaron (nunca mejor dicho) el Otello verdiano. Parece que para ellos sí -y ojalá persistan en ese camino, cualquiera sea éste- como dice uno de los fragmentos elegidos (el del Compositor de Ariadne auf Naxos de R. Strauss) ‘Musik ist eine heilige Kunst’ (la música es un arte sagrado), cosa que nunca debería olvidarse. Una prueba complementaria la hemos tenido en que, por primera vez en mi experiencia, no hubo un solo fragmento repetido (y había varios en común).

Fue buena la labor de los acompañantes (Anna Crexells, Ricardo Estrada, Stefano Giannini y Marta Pujol) y uno de los candidatos, el bajo Yurii Vlasov, actuó con su acompañante personal, cuyo apellido no entendí, pero era una enérgica dama de nombre Vera. Precisamente Vlasov podría ser uno de los candidatos a los primeros premios visto su color, caudal, técnica y, más que su sin duda buen Banquo verdiano, su extraordinario Konchak de Borodin.

Interesantísima, aunque con algunos elementos que mejorar en particular en su Imogene belliniana, fue la labor de la soprano Selene Zanetti (despertó la primera ovación con su magnífica versión de ‘Tacea la notte placida’. Muchos, como ella, incluyeron recitativos y hasta cantaron escenas completas, lo que habla bien de sus maestros y de su musicalidad). Quizás la actuación más equilibrada, con un punto de reserva, fue la de Mariia Buinosova (Pamina y Manon -donde el público volvió a insistir en aplaudir a cada agudo final como si el fragmento hubiera acabado).

Impactante resultó la voz de Yulia Mennibaeva, una mezzo que se lució en el arioso de Marfa de Mussorgski y en el aria célebre de Dalila de Saint-Saëns (ella también hizo honor a la tradición de cantar al final los agudos del tenor). Sara Blanch eligió muy bien sus fragmentos: la voz no es bella, pero está bien usada, y si convenció más en la malvada Reina de la Noche (segunda aria) que en la zarzuela (‘Me llaman la primorosa’, que seguramente le valdrá un premio frente al trabajo de sus dos rivales) se debió a esos gestos inútiles de ‘españolada’ que varios creen necesarios para el género.

Kihun Yoon fue un barítono (se habla mucho de las sopranos ligeras coreanas, con razón, pero menos de los barítonos) de excepción por su sobriedad y expresividad vocal en el monólogo del Tabarro pucciniano y la difícil -por su propensión a la monotonía- ‘Di Provenza’ verdiana. Su colega Hankyol Kim demostró mucha preparación, y una expresividad estudiada y a veces desplazada en la gran escena del barítono de La forza del destino, pero menos en carácter y estilo en la difícil ‘Vision fugitive’ de Massenet (bastante ópera francesa, por suerte, esta vez).

J’nai Bridges, mezzo norteamericana, impresionó como una joven Verrett en el momento de su aparición en escena, y si bien su Favorita donizettiana tuvo algún momento ‘exótico’ de fraseo (por lo menos pude volver a oír ‘O mio Fernando’ en italiano, disculpen ustedes mi casposidad), resultó excelente el ‘Sein wir wieder gut’ antes mencionado de Strauss. Anush Hovhannisyan empezó bastante mal en la poco frecuentada segunda aria de Matilde del Tell rossiniano, pero mejoró mucho en la gran escena de Violetta (antes de la cual, muy espontáneamente y con la benevolente risa del público, se persignó: lo tendrían que hacer muchas colegas más famosas a ver si alguna vez se les da).

El barítono polaco Adam Kutny presentó probablemente la voz más bella y caudalosa de su cuerda, pero tanto en la célebre aria de La ciudad muerta como en la escena de Posa de Don Carlo exhibió problemas de emisión. Irina Levian es una soprano lírica fuerte, al borde del spinto y su versión de la portentosa ‘Tu che le vanità’ fue buena, salvo en las notas filadas, que no siempre lo fueron (su versión de ‘Tres horas antes del día’ fue estimable por su buen castellano, pero poco más). Ildo Song es un buen bajo coreano en arias de Don Carlo y Faust, y, por último, el joven barítono Dmytro Kalmuchyn, que iniciaba la sesión, hizo una más que correcta entrada del fanfarron donizettiano por antonomasia (Belcore) y tradujo bastante bien la dificilísima aria del Conde mozartiano. A ver qué sale de todo esto.

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