Discos
Meritorio desconocido premiado
Raúl González Arévalo
Ediciones Singulares sigue deparando grandes sorpresas en su descubrimiento del repertorio francés romántico y postromántico que abarca ese Gran Siglo XX que se extiende desde 1780 hasta 1920. En esta ocasión, siguiendo con la colección dedicada al Prix de Rome, el famoso concurso de composición cuyo vencedor obtenía un año con los gastos pagados en la Villa Medici de Roma. Son muchos los compositores famosos que lo obtuvieron (Debussy, Charpentier) o que se quedaron a las puertas (Saint-Saëns), como revelan los anteriores volúmenes de la colección. Los candidatos debían componer una cantata y un coro con orquesta, lo que, dada la capacidad de convocatoria, ha permitido conservar un ingente volumen de composiciones que duermen el sueño de los justos, incluso en el caso de los vencedores. Más aún, con frecuencia se ha juzgado que la música de los perdedores no merecería tanta atención, sin tener en cuenta que, por el contrario, la causa de su fracaso podía deberse a las innovaciones audaces que proponían sus autores, lejos del academicismo que normalmente presidía las elecciones del jurado.
Max d’Ollone (1875-1959) es uno de esos nombres que, como mucho, el oyente interesado habrá leído en entradas eruditas de la literatura musical especializada. Alguno más avezado tal vez conozca las grabaciones realizadas de su música vocal por el sello Maguelone a finales de la década de 1990. Sin embargo, la cosa empieza a cambiar si descubrimos en él a uno de los discípulos favoritos de Massenet, que le animó a presentarse al Prix hasta en cuatro ocasiones, logrando imponerse como vencedor en la última. Precisamente las cantatas que optaron al concurso conforman el núcleo de la grabación: Frédégonde, Mélusine y Clarisse Harlow. A las que se unen composiciones sinfónicas de gran efecto como Villes maudites, y otras que también requieren del coro como la exquisita Sous-bois, Pendant la tempête o L’Eté.
La música de d’Ollone tiene muy presente la densidad orquestal wagneriana –aunque con la exquisitez instrumental propia de la escuela gala– y el melodismo massenetiano, lo que se traduce en una música atractiva, que se escucha fácilmente, pero que no deja necesariamente un sello personal distintivo que la haga inolvidable, a diferencia de lo que ocurre con sus grandes referentes. En todo caso, se escucha con gran agrado e interés, pues se trata de composiciones que ayudan a completar el cuadro musical parisino de finales del siglo XIX, más allá de los grandes nombres y títulos consabidos.
Como siempre con la Fundación Palazzetto Bru Zane, el equipo que levanta el proyecto oscila entre el notable y el sobresaliente. En el caso de los cantantes, habituales en las grabaciones de Ediciones Singulares, se trata de voces jóvenes, frescas, perfectamente educadas y capaces de hacer frente con holgura a las exigencias de la partitura. Resulta difícil escoger entre un reparto tan extenso, pero merece la pena señalar el Chilpéric de Julien Dran en Frédégonde y el soberbio Raymondin de Frédéric Antoun en Mélusine, mientras entre las mujeres destaca Jennifer Borghi en el doble cometido de Frédegonde y Clarisse Harlow en las cantatas homónimas. El texto es perfectamente inteligible –se agradece la procedencia francófona del reparto–.
La Filarmónica de Bruselas está perfecta a las órdenes de Hervé Niquet, que parece haberle tomado gusto a las resurrecciones y está dejando una serie de grabaciones de referencia en colaboración con la fundación que patrocina los registros. El director sabe sacar partido de las grandes posibilidades dramáticas que ofrecen las composiciones, en particular de en Frédégonde y Clarisse Harlow. Además, como siempre con Ediciones Singulares, el lanzamiento se acompaña de estudios específicos del contexto y de las obras, en inglés y francés. ¿Para cuando una de sus óperas?
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