Discos
Massenet en estado puro
Raúl González Arévalo
No es Massenet el nombre que más se asocia al género de la grand-opéra, codificado y llevado a su cima por Meyerbeer medio siglo antes de que el francés se convirtiera en el compositor lírico galo de su generación más amado en Francia. Sin embargo, no cabe duda de que el canto del cisne del género le corresponde de pleno derecho, gracias a títulos como Le Roi de Lahore (1877), Hérodiade (1881), Le Cid (1885) y Le Mage (1891). Las tres primeras gozan de magníficas grabaciones –en Decca, Emi y BMG respectivamente, con direcciones de Bonynge, Plasson y Queler– pero la última permanecía inédita, salvo por el aria del tenor “Ah! Parais astre de mon ciel”, que tuvo cierto predicamento hasta principios del siglo XX y fue grabada por Léon Escalais. La rescató del olvido Rolando Villazón en su recital dedicado a Gounod y Massenet. Recientemente el recital de dúos Patrie! (Brilliant), patrocinado igualmente por el Palazzetto Bru Zane, recuperaba el dúo entre Varedha y Amrou en las voces de Hjördis Thébault y Pierre-Yves Pruvot.
La temática recuerda a ratos Le Roi de Lahore por la ambientación oriental exótica, la Persia de Las mil y una noches en este caso, pero también Esclarmonde por los elementos mágicos y la densidad de la orquestación. Como siempre con Massenet, se impone la inspiración melódica, con momentos de gran belleza, y la audacia de la instrumentación, que combina el sinfonismo más rampante, acorde con las influencias wagnerianas, con la exquisitez gala.
Para montar y grabar una ópera tan rara ha hecho falta que se decidiera la ópera de Saint-Étienne –el reconocimiento de los hijos predilectos siempre es una obligación– con el apoyo de la fundación del Palazzetto Bru Zane, que sigue reivindicando de manera ejemplar la recuperación del patrimonio musical francés. Semejante operación tendría poco sentido si no se grabara, permitiendo la difusión de la obra, en las mejores condiciones posibles. Aparte de las extensas notas que acompañan los lanzamientos de Opera Rara, no creo que los ensayos que acompañan la lujosa publicación de Ediciones Singulares tengan parangón en el mercado, siendo verdaderos libros que incluyen el libreto original con traducción al inglés.
El reparto ha sido escogido con cuidado y grandes aciertos. Luca Lombardo es, casi con seguridad, el mayor tenor massenetiano de la actualidad, teniendo en su repertorio los papeles más conocidos como Werther y Des Grieux, pero también Roland de Esclarmonde, Alim del Roi de Lahore, Teseo de Ariane, Juan el Bautista de Hérodiade o Jean Gaussin de Sapho, de modo que conoce el estilo de sobra. Aunque durante las funciones en las que grabó Zarâstra se anunció indispuesto, lo cierto es que sus medios parecen muy líricos para un papel de tintes indudablemente heroicos. En todo caso, resuelve con gran inteligencia y honestidad un desafío sin duda formidable. En sentido contrario, Catherine Hunold, soprano lírico-dramático que ha abordado papeles wagnerianos, resulta excesivamente pesada como Anahita, papel inicialmente pensado para Sibyl Sanderson, creadora de Esclarmonde y Thaïs, que requiere un centro corposo, sobreagudos cristalinos y gran capacidad para la coloratura, por lo que las propias notas de presentación establecen como equivalente el de la princesa Eudoxia de La juive. Así, Hunold, al contrario que su compañero, debe plegarse a la partitura para no arrollar el personaje, lográndolo con convicción.
Por el contrario, Kate Aldrich se mueve cómoda en los papeles anfibios, y pasa con soltura de Rossini (Zelmira) a Massenet con una Varedha de excelente francés, hasta el punto de que se erige no sólo en digna rival de la prima donna, sino en la mejor del reparto. Del mismo modo, no se pueden poner pegas al Amrou de Jean-François Lapointe, barítono perfecto para el repertorio francés.
La orquesta explota toda la paleta cromática que el compositor le regala, sonando con una convicción que sin duda debe gran parte del mérito a la dirección de Laurent Campellone, capaz de manejar con soltura el enorme edificio sonoro para construir una narrativa fluida, lo que a la postre se traduce en hacer justicia a las enormes demandas de una partitura llena de grandes atractivos. Esperemos que la fundación Bru Zane pueda recuperar otras obras similares dignas de una nueva oportunidad, como Charles VI, Haydée y La Reine de Chypre de Halévy, Le Caïd y Françoise de Rimini de Thomas, o Henry VIII y Étienne Marcel de Saint-Saëns.
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