Discos
Otras Bodas... ¿Y?
Raúl González Arévalo
Gui (Emi/1955), Kleiber (Decca/1955), Giulini (Emi/1959), Davis (Philips/1971), Karajan (Decca/1978), Solti (Decca/1982)... seis ediciones indispensables de grandes batutas sólo en la segunda mitad del siglo XX... a las que cabe añadir más de un centenar aproximadamente, para todos los gustos: con la llegada del nuevo milenio la oferta se multiplicó con la eclosión del DVD. Toda generación tiene sus cantantes mozartianos; incluso su director mozartiano. Y todos tienen la aspiración legítima de querer inmortalizar su visión de la obra maestra. La cuestión es ¿qué lugar ocupa esta nueva grabación de DG en una discografía tan extensa? A pesar de los esfuerzos de la discográfica por reunir los mejores intérpretes del siglo XXI, grandes nombres no siempre garantizan una gran versión, como puso de manifiesto el anterior Don Giovanni [leer reseña]. La premisa se confirma en esta ocasión.
Luca Pisaroni es el mejor Figaro de su generación, y tras la grabación en el Teatro Real (Opus Arte/2009), lo revalida, con mayor madurez y desenvoltura. El dominio del papel es absoluto, sabe ser llano sin ser vulgar y la voz suena en todo su esplendor, mórbida y matizada. Un sirviente a la altura de grandes nombres del pasado remoto y reciente, que recuerda especialmente en el aplomo y la elegancia a José van Dam. Hace una pareja equilibrada con Christiane Karg, que sorprende por la densidad del instrumento y la oscuridad del timbre, muy alejado del modelo de soubrette que también ha triunfado en el papel. Menos idiomática y desenvuelta en el dominio de la prosodia italiana, logra conferir al menos la profundidad y la inteligencia de Susanna.
Desafortunadamente la pareja noble forma un equipo mucho menos conseguido. Admiro profundamente la inteligencia artística y la calidad de Thomas Hampson, así como la carrera que ha desarrollado, especialmente en Mozart, pero realmente su momento ya ha pasado y habiendo grabado el papel en otras dos ocasiones (con Harnoncourt mejor que con Levine) realmente se podría haber recurrido a otros nombres referenciales para el Conde Almaviva (pienso, por ejemplo, en Ludovic Tézier). La voz clara suena más nasal y seca que en el pasado y el grave es más débil que nunca. Queda la solidez profesional del gran cantante que salva la situación con un papel que conoce al dedillo y no tiene secretos para él.
La comparación del estado vocal de Hampson es especialmente dolorosa al lado de la opulenta Condesa de Sonya Yoncheva, en plenitud de medios. Otra cuestión es si la voz de la búlgara obtiene lo mejor de su potencial con Mozart, cuando en realidad parece brillar con más fuerza en el repertorio romántico, especialmente Verdi y Puccini. Con todo, merece la pena escucharla.
Correcto el Cherubino de Angela Brower, que no deja una huella particular. La aproximación estilística levanta una perplejidad: si no es historicista, y no hay embellecimientos a lo largo de la interpretación del papel en concreto ni de la obra en general ¿qué sentido tiene introducir variaciones en “Voi che sapete”? ¿Se trata de una opción de la cantante permitida por el director, o iniciativa de este último?
Quedan los papeles secundarios, todos con sus arias incluidas. Sorprende la presencia de Jean-Paul Fouchécourt, que alcanzó sus mejores resultados como haut-contre, en el papel de Don Curzio, al que saca gran partido. Por el contrario, Rolando Villazón está completamente fuera de lugar como Basilio: una cosa es que no ridiculice la parte y otra que lo aborde con un ardor juvenil superior al de Cherubino. Por el contrario, el Bartolo de Maurizio Muraro se inscribe plenamente en la tradición del papel, honrando ambos. Queda la Marcellina de Anne Sophie von Otter: la sueca se está reinventando en la madurez con papeles que en el cenit del esplendor artístico no abordó. Fue el caso de la Cornelia de Julio César de Händel [leer reseña], habiendo sido un gran Sesto, y lo es de nuevo en esta ocasión cuando ha sido uno de los grandes Cherubinos del Novecientos. La sabiduría artística de la mezzo nórdica no conoce límites, como confirma una vez más. Correcta la Barbarina de Regula Mühlemann.
Con un reparto tan irregular ¿qué aporta la dirección de Nézet-Séguin? En un momento en el que la visión barroca de Mozart ha llegado incluso a sus óperas de madurez, el director artístico del Met se remite a la gran escuela germánica, con sonidos ampulosos, volumen generoso, aunque logra imprimir un ritmo teatral, lejos de la solemnidad que antaño dominaba. Para muestra, los finales de acto. Se trata sin duda de una gran dirección. Sin embargo, le falla el reparto desigual, por lo que el resultado final no convence de estas nuevas Bodas no convence.
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