Discos
Dolor y horror barrocos
Raúl González Arévalo
La guerra, como invento humano, está indisolublemente unida al hombre. Por eso existe desde la Prehistoria, cuando estaba en juego la mera supervivencia individual y de grupo cada minuto, y perdurará mientras lo haga la especie. Lo cierto es que ni las más grandes epopeyas de la Antigüedad (La Iliada, La Eneida) pueden esconder bajo el halo de la épica el horror que conllevan. Con el agravante, además, de que las guerras románticas terminaron con la I Guerra Mundial; las heroicas con la II Guerra Mundial; y las revolucionarias con Vietnam. La Sociedad de Naciones que siguió a la primera contienda planetaria para que no se repitiera un horror sin precedentes fue un rotundo fracaso; la segunda alumbró la Guerra Fría, de la que es consecuencia, entre muchos otros, el conflicto del Sureste asiático. La ONU es un organismo vacío, incapaz de hacer cumplir sus propias resoluciones en el tablero de intereses internacional. Incluso la Unión Europea ha fracasado en su ideal de ser un ejemplo de democracia y paz, un referente moral, ya que mira para otro lado intentando que no le salpiquen los refugiados de esa vergonzosa guerra de Siria.
En este panorama desolador siempre hay elementos que reconcilian con el género humano, artistas comprometidos, dispuestos a poner su granito de arena para sacudir las conciencias. Pienso en Picasso y el Guernica. También la música tiene su papel. Ahí está el War Requiem de Britten, compuesto para la reconsagración de la catedral de Coventry, destruida durante la II Guerra Mundial, en el que, lejos de ensalzar la victoria aliada, denuncia la desolación de la guerra. En esta ocasión Joyce DiDonato ha querido reflexionar sobre la guerra y la paz después del impacto que le produjeron los atentados de París de 2015 a través de una selección de piezas barrocas, organizadas en dos bloques que corresponden a las dos caras de la misma moneda. En realidad, no hay guerra y paz, como sugiere el título del album, sino desolación, llanto y pérdida provocados por la guerra. Así que hay que empezar por agradecer a la artista americana su compromiso y su intención.
Respecto al programa en sí mismo, “sólo” hay tres primicias mundiales (dos arias de Attilio Regolo de Jommelli y otra de Andromaca de Leo), lo que puede resultar insuficiente para los ávidos de descubrimientos que dormían el sueño de los justos. Entre los demás números pasamos de auténticos éxitos inmortales como el lamento de Dido (Purcell) y las arias de Rinaldo y Giulio Cesare de Händel, a otras obras menos conocidas como Bonduca (de nuevo Purcell) y Susanna del omnipresente Händel, el autor privilegiado de la selección.
Joyce DiDonato es una artista inteligente y sensible que sabe bien lo que conviene a su instrumento de mezzo ligera. De modo que las elecciones se ajustan perfectamente a sus posibilidades. Uno puede preferir -porque el oído también está más hecho- el terciopelo de Norman o el sentido trágico de Baker para la desgraciada reina de Cartago, pero no se puede negar sinceridad a la de Kansas en su encarnación, aunque probablemente nunca sea completa sobre un escenario. Como tampoco lo serán las óperas de Leo y Jommelli, de las que domina sin problema la intrincada coloratura. Por el contrario, sería deseable verla como Almirena y como Sesto más que de Cleopatra. En todo momento su autoridad estilística es suprema, como el refinamiento vocal.
La compenetración con Il Pomo d’oro y Maxim Emelyanychev es total, de modo que se ayudan a crear el clima necesario para cada obra. La transparencia de los planos sonoros, el virtuosismo en los números más exigentes, son uno con la mezzo.
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