Discos

El violonchelo, hoy

Paco Yáñez
jueves, 2 de febrero de 2017
Rebecca Saunders: Solitude. Mauro Lanza: La Bataille de Caresme et de Charnage. James Dillon: Parjanya-Vata. Liza Lim: Invisibility. Thierry Blondeau: Blackbird. Séverine Ballon, violonchelo. Mark Knoop, piano. Marita Emigholz y Renate Wolter-Seevers, productoras. Klaus Schumann, ingeniero de sonido. Un CD DDD de 69:08 minutos de duración grabado en la Sendesaal de Bremen (Alemania), del 8 al 11 de julio de 2013, y el 13 de octubre de 2014. æon AECD 1647. Distribuidor en España: Sémele Proyectos Musicales.
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El pasado 12 de noviembre, pudimos escuchar a la violonchelista francesa Séverine Ballon en la ciudad de Vigo, en el marco del IV Festival Internacional de Creación Musical Contemporánea Vertixe Sonora. Entonces, aún con el 2016 en curso, aventuraba que habíamos asistido a uno de los mejores conciertos del pasado año en Galicia. Pues bien, ya avanzado el 2017, afirmaría que, de a cuantos pude asistir en territorio gallego en 2016, el de Séverine Ballon fue el concierto más completo e impactante, mostrando la absoluta fusión entre instrumento e instrumentista a la que en la reseña de aquella cita me refería; algo que he vuelto a encontrar al escuchar este monográfico de la francesa para el sello æon.

La primera de las partituras registradas en este compacto sonó igualmente en Vigo, donde Ballon asombró con Solitude (2013), estremecedora página para violonchelo solo de la británica Rebecca Saunders (Londres, 1967). De nuevo, un ronco arranque desde la cuerda grave del violonchelo, aquí destensada hasta bajar una octava su afinación: scordatura que nos sumerge en una oscuridad abismática, angustiosa, de raigambre diría que beckettiana. Desde la exploración del registro bajo, con la cuerda al aire atacada en diferentes velocidades, Ballon alterna con la otra técnica fundamental en Solitude: un trémolo en doble armónico que marca una vibración de una naturaleza muy diferente, más inasible y proliferante, frente a la oscura concentración inicial. Nos situamos, así, ante una doble perspectiva: una, más asentada; otra, más impredecible e inestable: dos polos de esa soledad ensimismada que Saunders explora desde el violonchelo, con su circularidad obsesiva y un ir-y-venir sobre apenas dos técnicas/color/motivo que, antitéticamente, desde su parquedad despliegan una profusa sensación de polifonía textural. Tal y como en vivo escuchamos, versión impactante, tanto técnica como emocionalmente, a cargo de la dedicataria de la partitura.

La segunda pieza recogida en el compacto también visitó Mundoclasico.com en su día, cuando en agosto del pasado año reseñamos la edición discográfica de las Wittener Tage für neue Kammermusik 2012. Fue allí donde conocimos Der Kampf zwischen Karneval und Fasten (2012), obra del italiano Mauro Lanza (Venecia, 1975). En Witten se interpretó la página en versión para octeto de cuerda, con una arrebatadora lectura en la que (¡ahí es nada!) los cuartetos Arditti y JACK sumaban sus fuerzas en un mano a mano de resultados acongojantes. Como entonces señalamos, la partitura se basa en el óleo homónimo de Pieter Brueghel el Viejo El combate entre don Carnal y doña Cuaresma (1559), así como en el cuarto libro (1552) del Gargantúa y Pantagruel rabelesiano. Lanza ha compuesto otras dos versiones de la obra; y así, además del octeto (nombrado en alemán), tenemos la versión para violonchelo y electrónica, y ésta que hoy reseñamos, para violonchelo y piano: La Bataille de Caresme et de Charnage (2012) -ambas, dedicadas a Séverine Ballon-. Tal y como destacamos al comentar el octeto, la obra funciona como una confrontación desde dialécticas discrepantes que nos hablan del cuerpo y del espíritu desde sus (otrora, verbigracia del cristianismo) antitéticas posiciones. Es así que, de nuevo, prolifera una cohabitación (aquí, combate) de técnicas extendidas y procedimientos armónicos: seña de identidad arquetípica de nuestro tiempo y que en la música de Lanza se lleva a cabo con gran refinamiento y musicalidad. Al incluir esta versión dos instrumentos de naturalezas tímbricas más heterogéneas, las texturas y los efectos se multiplican, incluyendo preparación del piano, activación de globos, pájaros mecánicos y diferentes juguetes y artefactos que enriquecen sobremanera un paisaje acústico que John Fallas -en sus notas al compacto- define como «desorden institucionalizado» (habría que retornar al respecto a José Ángel Valente, y recordar aquello de que Lanza lleva aquí el caos al orden). A todo ello añadimos efectos vocales por parte de los músicos y obtenemos una pieza muy rica, más direccional y arrastrada en esta versión, cual comparsa que avanza desde dos personalidades vestidas de esperpentos, con una proliferación polirrítmica también a destacar, que va conduciendo este pasacalles hasta un final más silencioso y apagado.

Al igual que en su programa gallego, Séverine Ballon introduce en su compacto una partitura para violonchelo de la segunda mitad del siglo XX; dejando el resto del cartel para obras recientes, en su mayor parte estrenadas por ella misma. Contaba apenas un año de vida la violonchelista francesa cuando el escocés James Dillon (Glasgow, 1950) compuso Parjanya-Vata (1981). Tal y como señala John Fallas, de inmediato es audible el hecho de que nos encontramos ante otro universo estético, sintetizado por técnicas instrumentales más convencionales y canónicas, con ausencia de scordatura, efectos extendidos, añadidos guturales, etc. Sin embargo, un virtuosismo, igualmente, de impresión, especialmente en el manejo de la presión del arco y su articulación (febril), en las fluctuaciones dinámicas, o en la gradación del glissando. Todo ello permite a Dillon adentrarse nuevamente en el universo de las deidades indias que tanto ha fascinado a otros contemporáneos británicos (recordemos a Jonathan Harvey), para dar cuenta de una personificación del viento y de la lluvia, cuyas fuerzas se coaligan con Indra, rey de los dioses y señor del firmamento: deidad primera de la religión védica. A modo de danza, la partitura avanza en diferentes secciones, sumando sensualidad, proliferación rítmica y ese virtuosismo al final enriquecido con armónicos y un planteamiento más ampliado y polifónico. De todo ello da cuenta Séverine Ballon con solvencia, aunque no alcanza la increíble perfección de Rohan de Saram en su grabación de Parjanya-Vata para el sello Montaigne (MO 782046), una lectura mucho más refinada, en la que cada gesto sonoro se matiza con mayor técnica y sentido, con una afinación perfecta y una estratificación del sonido más repleta de capas y gradaciones. En Ballon destaca su relación con el silencio, su diseminación de los eventos sonoros en el espacio, su búsqueda de la reverberación en los intersticios; pero, en conjunto, la versión de Rohan de Saram me parece más perfecta y es, globalmente, preferible.

En el concierto de Séverine Ballon en el Museo de Arte Contemporánea de Vigo pudimos escuchar la impactante an ocean beyond earth (2016), insólita página para violonchelo preparado por medio de su unión con hilos a un violín vertical de la compositora australiana Liza Lim (Perth, 1966). La relación entre Lim y Ballon viene de lejos, y de ello Invisibility (2009) es buena muestra, como pieza dedicada a la violonchelista francesa que es. Resulta curioso que las dos presencias femeninas en este compacto muestren unas propuestas tan afines entre sí. Al igual que en Solitude, nos encontramos aquí con una dialéctica entre la soledad y la compañía, abordada a través del concepto aborigen del shimmer, un estado en el que se entreveran lo consciente y lo soñado, el pasado, el presente y el futuro, en un espacio que nos sitúa más allá del tiempo. Lim revela el shimmer de un modo muy físico en Invisibility, intentando hacer visible lo invisible por medio de una gestualidad aguerrida. Como en la partitura de Saunders, la compositora australiana procede a reafinar las cuerdas del violonchelo, ligeramente más graves, de forma que obtiene una sonoridad más cavernosa y unas resonancias que afirman armónicos desnaturalizados, lo que le permite concitar esas presencias que, tomando elementos de la cotidianeidad, nos introducen en un universo otro, duplicado. Esa hibridación se refuerza mediante la utilización de un segundo arco en el que las cerdas envuelven a la madera en espiral (algo de lo que ya habíamos dado cuenta cuando reseñamos, en interpretación del Quatuor Tana (Paraty 205146), Substance (2013), el segundo cuarteto de cuerda de Raphaël Cendo). De este modo, se concita aquí el roce dos texturas: el de la cuerda y el de la madera, que se alternan según la zona del trenzado que rasque al violonchelo, reforzando esa cohabitación de realidades, enrareciendo su relación y alternancia (especialmente audible en la primera mitad de la obra, en la que el arco-guiro es utilizado; mientras que en la segunda parte el sonido es más familiar, con cuerdas al aire y profusa modulación de presiones y densidades).

Como si se tratara de un motivo recurrente en los comienzos de varias de estas partituras, Blackbird (2013), del francés Thierry Blondeau (Vicennes, 1961), también nos sumerge en las simas del sonido, con una cavernosidad oscura desde la que emerge de nuevo en una cuerda grave totalmente destensada que parece el rugido de un animal aletargado. A medida que la armonía se asienta en un registro medio, lo que prolifera son armónicos, dobles cuerdas y microtonalidad, por lo cual la suma del paisaje inicial a estos desarrollos hará inevitable que pensemos en la atávica sonoridad de un Giacinto Scelsi. Ahora bien, si un compositor viene a nuestra memoria en el final de Blackbird, ése es Olivier Messiaen, por la plétora de cantos aviares que acompañan al violonchelo desde la cinta magnética (seguramente, ya archivo digital). Los compases ambientados por el canto de los pájaros los expone el violonchelo en un registro agudo que culmina el recorrido efectuado desde la oscuridad hacia la luz, en una elevación armónica que acompaña a la instrumentista al cielo, rodeada por el canto de sus moradores.

Disco, por tanto, magnífico (idéntico calificativo para las grabaciones, la edición del compacto y las notas de John Fallas), repleto de rutas estilísticas que explorar, en interpretaciones de muy alta calidad, como no esperábamos menos de la violonchelista que de tal modo nos había deslumbrado en vivo. Esperamos que se trate del primero de muchos monográficos en los que Séverine Ballon registre la amplia nómina de clásicos del siglo XX y estrenos del siglo XXI que atesora en su repertorio. Podremos, así, disfrutar ya no sólo de la enorme poética de sus interpretaciones, sino de la rigurosidad técnica que aplica a cada lectura, algo de lo cual sus trabajos de investigación sobre la notación contemporánea para violonchelo son un buen ejemplo y una guía ineludible para comprender cómo tantos genios han reinventado este instrumento siguiendo una tradición que se remonta a siglos atrás.

Este disco ha sido enviado para su recensión por el sello æon.

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