Rusia

Un momento de felicidad

Maruxa Baliñas
martes, 4 de julio de 2017
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San Petersburgo, domingo, 2 de julio de 2017. Teatro Mariinski I. Sala histórica. Macbeth, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi sobre un libreto de Francesco Maria Piave, basado en la tragedia de William Shakespeare. Estreno en el Teatro della Pergola de Florencia el 14 de marzo de 1847. David McVicar, director de escena. Tanya McCallin, decorados. David Cunningham, iluminación. Intérpretes: Plácido Domingo (Macbeth), Mikhail Petrenko (Banquo), Ekaterina Semenchuk (Lady Macbeth), Sergei Skorokhodov (Macduff), Kirill Chystiakov (Duncan, rey de Escocia), Andrei Iliushnikov (Malcolm, hijo de Duncan), y otros. Coro (Andrei Petrenko, preparador) y Orquesta del Teatro Mariinski. Valery Gergiev, director musical. Festival 'Estrellas de las Noches Blancas' 2017.
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Más de dieciseis años tiene ya esta producción de Macbeth que McVicar realizó para el Teatro Mariinski de San Petersburgo en 2001, prácticamente un estreno en un teatro que lleva más de 234 temporadas consecutivas y a lo largo de este tiempo ha ido acumulando tradiciones y más tradiciones que a veces a los que llegamos de fuera nos cuesta captar. Pero aunque la producción no fuera un estreno, las entradas estaban agotadas y la expectación era grande. Plácido Domingo cantaba el papel de Macbeth por primera vez en Rusia y además lo hacía bajo la dirección de Gergiev. Como comentaba ya ayer, Domingo era la estrella y el público lo dejó claro desde el primer momento. Es cierto que los rusos son cariñosos con los artistas, pero también muy caseros y no es habitual que se reciba a un artista de fuera con aplausos ya antes de que empiece a cantar. Pero Domingo lo consiguió: apareció desde el fondo del escenario junto a Mijail Petrenko (Banquo) y en cuanto lo reconocieron -justo cuando empezaba su intervención- empezaron los aplausos.
 
Saber que despierta tales expectativas tampoco es algo que vaya a asustar a Domingo a estas alturas de su carrera, pero sin duda es una responsabilidad y la cumplió con amplitud, abundando que decimos los gallegos. No creo que sea el momento de analizar si su voz se adapta a Macbeth o si es demasiado tenoril, porque tampoco Banquo, Mijail Petrenko, tiene la pesadez típica de los bajos rusos, lo que le dió un aire bastante juvenil a los dos, y prestaba además veracidad a la historia de Shakespeare, que en último término habla de unos jóvenes ambiciosos que están dispuestos a acelerar lo que el destino les tiene preparado. Pero si ya las diferencias entre Petrenko y Domingo fueron relativamente escasas, lo que resultó gracioso es que el timbre de Skorokhodov (Macduff) se parece bastante al de Domingo y además Skorokhodov lo imita abiertamente en su modo de cantar así que sus momentos de coincidencia resultaron curiosos.
 
En cualquier caso, Domingo se mostró como un verdadero maestro, con una musicalidad y un fraseo que superaban a sus compañeros de escenario y como además es un gran actor la función giró en buena medida a su alrededor. Petrenko no le fue a la zaga, es uno de los grandes bajos rusos del momento y todas sus intervenciones fueron contundentes en carácter y volumen. Tiene además una voz bonita y como antes indicaba bastante ágil, así que hizo un Banquo memorable. La mezzo-soprano (no me equivoco, aunque cantara en esta ocasión un papel de soprano) Ekaterina Semenchuk (Lady Macbeth) comenzó dudosa y Gergiev le apoyaba incluso excesivamente haciendo que fuera la orquesta la que cantara su parte más que ella misma. Pero a medida que avanzaba la representación fue soltándose y ya en el segundo acto comenzó a competir con Domingo: ella ganaba en voz juvenil y él en musicalidad. Al final de la representación fue casi tan aplaudida como Domingo y Gergiev (aunque recibió menos flores que ellos) y todo parece indicar que es una de las nuevas estrellas del Mariinski. Por de pronto el próximo 4 de julio, el mismo día que ustedes leerán esto, cantará la Azucena de Il trovatore, precisamente bajo la dirección de Domingo.
 
Y si Domingo no consiguió erigirse en el amo y señor de la representación es porque tenía en el foso a otro gran manipulador: Valeri Gergiev. La partitura de Macbeth ya da juego para que la orquesta se luzca y Gergiev tuvo una de sus noches geniales, en las que todo funciona como movido por un destino superior, que racionalmente sé que es sólo trabajo bien hecho, pero que por momentos hace pensar que existe el Arte con mayúsculas, al modo platónico. Cada comienzo de acto, cada interludio orquestal,  fue un auténtico placer.
 
El montaje de David McVicar me sorprendió por lo convencional que era en algunos aspectos, especialmente el vestuario: Macbeth y el resto de los nobles y príncipes iban con amplias cotas de malla y casi exclusivamente de negro, mientras sus hijos iban con túnicas blancas. El rey Duncan iba de blanco, lo mismo que Macbeth cuando se convirtió en rey. Las brujas iban con vestidos entre beis y gris, pero sobre todo muy sucias y desharrapadas. El resultado era un colorido francamente escaso que contribuía al aspecto de pesadilla de la historia. Pero el principal error de McVicar estuvo en no acotar el enorme espacio del escenario del Mariinski histórico, que causó problemas en la proyección de las voces. Tampoco entendí -teniendo tanto espacio- la renuncia a ofrecer las habitaciones del castillo de Macbeth: el rey y sus acompañantes desaparecen -con poca agilidad- por una trampilla del escenario, seguidos más tarde por Macbeth, y desde allí llegan algunos ruidos que nos hacen suponer que el rey ha sido asesinado.
 
Con pocos elementos arquitectónicos y un escenario abierto por todos lados, hubo evidentes problemas de volumen cuando los cantantes no estaban cerca de la boca, y Domingo, por ejemplo, sufrió por ese tema. Claro que a cambio este enorme escenario permitió que se luciera el coro del teatro, que en ocasiones superó las cien personas, algo que ya muy pocos teatros del mundo pueden permitirse. Como curiosidad añadir que los tres oráculos fueron cantados por bajo y dos sopranos, como indica la partitura, pero dos sopranos infantiles, algo con lo que nunca me había encontrado, pero que muestra hasta qué punto el Mariinski cuida su tradición y su cantera. Porque no fueron estos los únicos niños en escena, los aquelarres tenían siempre abundancia de crios de diferentes edades que se movían por el escenario con una enorme soltura y actuaban bien.
 
Aunque al releer esta reseña veo que puntualizo un montón de detalles, creo que no es necesario que diga que en conjunto fue una representación excepcional, que ver a Gergiev y Domingo juntos es un auténtico lujo, que el resto del elenco era de primera categoría, y que por un momento -y llevaba tiempo sin pasarme- me sentí simplemente feliz de estar allí y poder escuchar algo semejante. El poeta Cernuda creía en la sala de conciertos como un refugio, un lugar donde olvidar el mundo real, y este Macbeth realmente fue ese paraíso soñado.
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