Rusia
Unos buenos mimbres hacen un buen cesto
Maruxa Baliñas
Como siempre que dirige el propio Gergiev, la función era casi 'de gala'. Ya no se trata de que la dirección musical sea superior, sino que además suele elegirse un buen plantel de cantantes, que en este caso -tratándose de 'su' festival- era totalmente de la casa. A menudo echo de menos en los festivales españoles este 'chovinismo' en el buen sentido que tan claro tienen los rusos y nórdicos: en España el festival veraniego se plantea principalmente como un traer figuras de fuera que 'engrandezcan' el festival; Noches Blancas -como el Festival del Báltico u otros semejantes- se basa principalmente en mostrar lo mejor de sus producciones y cantantes. Y no se trata de que sean festivales orientados al turista, porque en el Mariinski, por más que pueda parecer lo contrario, el público es mayoritariamente ruso (si bien es cierto que muchos son turistas rusos que visitan San Petersburgo), sino que están orgullosos y celebran lo suyo. Es por eso que presentan sus producciones exitosas, sus mejores cantantes, sus obras recuperadas del olvido, y sólo como excepción o guinda -así ocurrió este año- convocan a Plácido Domingo o a otra estrella.
Obviamente el que elijan 'lo mejor de cada casa' no implica necesariamente que se alcance la excelencia. Es lo que ocurrió con el tenor armenio Hovhannes Ayvazyan, a quien se le concedieron dos papeles protagónicos en esta edición del Festival y me decepcionó tanto en Tosca como en Trovatore. Pero en este Otello no hubo decepciones. Vladimir Galouzine (Rubtsovsk, Rusia, 1956) es un gran tenor que se ha presentado en las mejores salas del mundo -además de ser miembro de la compañía del Mariinski desde 1990- pero, sea por edad o por exceso de trabajo, en esta ocasión la voz parecía cansada, la variación dinámica era escasa y por momentos estuvo algo 'gritón'. Sin embargo cuando llegó el 'Addio' se creció y volvió a embelesar.
El barítono Roman Burdenko (Barnaul, Siberia Occidental, 1984), casi treinta años más joven, le robó el protagonismo a Galouzine en muchos momentos. Cantó espléndidamente su parte y actuó de un modo igualmente convincente. Era difícil no sentirse fascinada por él por más que el papel de Yago sea odioso. Por cierto, tanto Burdenko como Galouzine se formaron en el Conservatorio Glinka de Novosibirsk antes de trasladarse a San Petersburgo.
El otro puntal de la ópera es Desdemona y tampoco en este caso hubo objeción. La soprano Yekaterina Goncharova (Novokuznetsk, Rusia, 1981) lleva sólo cinco años como miembro regular de la compañía del Mariinski, pero es ya una de las grandes cantantes de la compañía y tiene en repertorio una veintena de roles, la mayoría protagónicos. Actoralmente es más bien reservada, parece confiar más en la música que en la actuación para definirse. Pero si recordar su cara no es fácil, su voz es preciosa: tiene potencia pero sobre todo musicalidad, fraseo, y expresión. Su evidente 'adios a la vida' al comienzo del cuarto acto resultó desolador, bordó la 'canción del sauce' y casi me hizo llorar con la belleza de su 'Ave María'.
Me gustó mucho también la mezzosoprano Natalia Yevstafieva (Leningrado, 1975), aunque sus intervenciones en Otello sean modestas o de conjunto. Miembro de la Academia de Jóvenes Cantantes del Mariinski desde 2001 hasta 2007, se incorporó como solista a la compañía en 2008 tras haberse curtido en otros teatros rusos. Es una cantante muy comunicativa, tanto dramática como musicalmente y ayudó mucho a la feminización de una ópera que me resultó muy machista (mucho más que en las ocasiones anteriores en que la había visto en directo) hasta el punto de que me sentí personalmente afectada.
Los secundarios tuvieron también una gran calidad. Disfruté especialmente con Alexander Mikhailov (Cassio), sobre todo en su borrachera del primer acto. Todo un lujo -casi un desperdicio- contar con Mikhail Petrenko para hacer de Lodovico o con Alexander Gerasimov para un papel tan mínimo como el del Heraldo.
Aunque la producción original es de 2007, esta es una revisión realizada en 2017. Esta era la primera vez -creo- que veía un montaje de Vasily Barkhatov (Moscú, 1983), un director de escena con un amplio curriculum a pesar de su juventud. Debutó en el Mariinski con sólo 23 años y ya ha realizado una decena de estrenos allí. Con treinta años se convirtió en Director Artístico del Teatro Mijailovski de San Petersburgo -renunció en 2004- y también ha hecho montajes para el Teatro Bolshoi de Moscú y la Ópera Nacional de Lituania, además de obtener un Golden Mask en 2009 por su montaje de la ópera Los hermanos Karamazov de Smelkov. Este Otello tiene un comienzo brillante, con una bodega del barco llena de literas y marineros, inmersa dentro de un escenario que se movía con la tormenta, lo que casi mareó al propio público (o por lo menos a un miembro del público, yo). Excelente la confusión del primer acto, las peleas entre los oficiales de Otello, la borrachera de Cassio, etc. Muy logrado también el cuarto acto, tanto la escena en que Desdémona está acompañada por sus criadas mientras hace un equipaje que ella misma sabe que no va a llevar a ninguna parte, como la despedida de Emilia y su posterior asesinato, que no tiene lugar en su habitación sino en una especie de faro que es omnipresente desde el primer acto. Como antes indiqué, nunca me había afectado tanto la injusticia de esta muerte ni me había enervado tanto el posterior -e inútil- arrepentimiento de Otello.
En los dos actos intermedios se podría mejorar la escenografía, que resulta algo pobre -o cuando menos escasa- dentro de lo que es el amplio escenario del Mariinski II. Barkhatov trabaja sobre dos niveles, el inferior con el despacho de Otello, poco más que una mesa, un armario y un sillón en la esquina derecha, y el superior donde se mueven preferentemente Desdémona, Emilia y sus hijos. Dramáticamente se malgasta una escena como es la de los hijos de Yago visitando a su padre, quien prefiere la venganza a sus hijos, y en general las asechanzas de Yago resultan frías y algo indefinidas. En ese sentido aunque la actuación de Galouzine está poco marcada también, su experiencia le hace dotar de mayor realismo a su Otello.
Poco se puede decir de la dirección de Gergiev. Otello es una ópera que va bien con su carácter porque le permite lucir a la orquesta, y jugar con fraseos y dinámicas sin exageraciones pero tampoco timideces. Gergiev conoce además muy bien al plantel de cantantes, los ha elegido a casi todos personalmente para la compañía y los ha dirigido con frecuencia. Por su parte, los músicos le tienen un gran respeto y se vuelcan (tampoco les consentiría otra cosa), y además la partitura contiene momentos de lucimiento para ellos. No es de extrañar por tanto que en una función en la que hubo abundantes aplausos, un buen número de ellos fueran para orquesta y director.
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