Discos
Mucho más que el Do de pecho
Raúl González Arévalo
Como toda compañía operística que se precie, Opera Rara ha prestado atención a sus artistas favoritos, a los que ha dedicado recitales bien recopilatorios (Yvonne Kenny, Diana Montague, Della Jones), bien grabados específicamente (Nelly Miricioiu, Bruce Ford, William Matteuzzi). El último lanzamiento fue el de Jennifer Larmore en 2005. Después sobrevino la desaparición inesperada de uno de los fundadores de la compañía, Patric Schmid, en 2006. Y la retirada del patrocinio de la Peter Moores Foundation en 2010, tras cuatro décadas de colaboración. Ambas circunstancias han conllevado la reestructuración del modelo artístico y financiero de la compañía, que felizmente sigue adelante con grabaciones previstas y lanzamientos anunciados para el año que viene: el estreno mundial de L’Ange de Nisida de Donizetti, que no llegó a ver la luz una vez finalizada en colaboración con el Covent Garden; y la Semiramide grabada el año pasado.
El anuncio en abril de este año de la publicación de dos recitales en torno a las figuras de Gilbert-Louis Duprez y Julie Dorus-Gras contando con las voces de Michael Spyres y Joyce El-Khoury fue una sorpresa por inesperado, aunque se trata de una iniciativa más que bienvenida, sobra decirlo, y que ojalá tenga continuidad en el futuro. El cuidado en la selección de los programas prometía. La escucha confirma que se trata de dos de los recitales vocales más interesantes de este año, indispensables en cualquier caso para los amantes del belcanto. En esta ocasión nos centraremos en el del tenor, y próximamente en el de la soprano.
Gilbert Duprez ha pasado a los anales divulgativos de la historia como el inventor del Do de pecho. En realidad, la historia es mucho más compleja e interesante que el mero espectáculo circense al que en ocasiones se reduce la emisión de la nota desde el registro de pecho. El tenor se educó en la tradición francesa del haute-contre, de modo que cuando se desplazó a Italia en 1828 se centró en los papeles de contraltino como Rodrigo (Otello) e Idreno (Semiramide) de Rossini, sin obtener el éxito que esperaba.
El reconocimiento le llegó con Gualtiero de Il Pirata de Bellini. A partir de ahí empezó a cambiar su técnica tomando como modelo Giovanni Battista Rubini y, sobre todo, Domenico Donzelli, el gran baritenor del momento. En 1831, en el estreno italiano del Guglielmo Tell de Rossini en Luca, afrontó por primera vez en público la emisión del Do4 “desde el pecho”. Con todo, estuvo alternando la nueva técnica con la antigua del falsettone aún una temporada. De hecho, todavía se sirvió de esta última en el estreno de Parisina de Donizetti en 1833.
El contacto con el Cisne de Bérgamo permitió establecer una relación artística de primer orden. Por fin encontraba un compositor que escribía específicamente para su voz, sacándole el mejor provecho, a la vez que el bergamasco encontraba sustituto para el tantas veces esquivo con él Rubini. Pero, sobre todo, el desarrollo de la nueva técnica de canto influyó decisivamente en el desarrollo posterior del género y del gusto romántico, a lo que contribuyeron las obras que crearon juntos. Así lo revelaba ya la nueva ópera que ambos estrenaban al año siguiente, de nuevo en Florencia, Rosmonda d’Inghilterra. En adelante Donizetti le compuso una serie de papeles icónicos, a la cabeza del cual se sitúa Edgardo de Lucia di Lammermoor, al que Donizetti concedió cerrar la ópera rompiendo con la costumbre de la gran escena final para la prima donna.
De vuelta en París la colaboración continuó y Donizetti contó con él para sus tres grand-opéras compuestas en francés: Les martyrs, La favorite y Dom Sébastien, además de la inconclusa Le duc d’Albe. Salvo la segunda, todas han sido grabadas en primicia en el francés original por Opera Rara, la primera y la última además con el propio Spyres. Y salvo la primera, todas contienen arias para tenor que nunca han desaparecido del repertorio, por su belleza y capacidad de lucimiento. La escucha integral de las óperas confirma además su adecuación dramática.
En la Opéra de París Duprez reinó indiscutido, sustituyendo a Adolphe Nourrit como primer tenor de la casa. Esta posición le permitió participar en las creaciones de otros compositores indispensables de la escena francesa, Auber y Halévy, aunque ninguna de las óperas que estrenó se han mantenido en el repertorio. Apenas se ha recuperado recientemente La Reine de Chypre este año, si bien parece que con algunos problemas en el reparto [leer la reseña de Jorge Binaghi]. Paradójicamente, más éxito ha tenido Benvenuto Cellini de Berlioz, que fue un fracaso y solo ha comenzado a valorarse en el siglo XX, a partir de la recuperación de Colin Davis con Nicolai Gedda, supremo estilista del repertorio francés, más discutido en el italiano. En este contexto, la presencia, absolutamente justificada, del aria de Gaston de la Jérusalem de Verdi casi resulta anecdótica.
Más de uno se sorprenderá de ver que el recital abre con “O ma Venise” del Othello de Rossini. En realidad, el aria no es sino la traducción directa del original “Ah! Sì, per voi già sento”, la cavatina de Otello, que Spyres grabó íntegro en 2008 (Naxos). Las óperas italianas del Cisne de Pésaro tenían un gran éxito en París en la década de 1830, también traducidas al francés. Duprez encarnó en repetidas ocasiones al moro de Venecia en París. El americano, que encarna de forma soberbia papeles de baritenor, está sobrado de graves –no solo de agudos– y, probablemente, despliega una coloratura más brillante que la del propio Duprez, que no tenía su fuerte en el canto de agilidad.
Las arias donizettianas constituyen el núcleo duro del recital. La belleza vocal, el canto suave, los ataques precisos, el canto ligado en la mejor tradición italiana, la nobleza de acentos en las frases dolorosas y la potencia de los agudos, con pleno sentido dramático, encuentran cumplimiento absoluto en “Seul sur la terre” y “Ange si pur”. El dominio de la prosodia francesa y la claridad de la dicción hacen el resto. La brillantez se repite con el aria de Enrico II (“Dopo i lauri di vittoria”). Pero no en la de Edgardo. Más allá de los cortes que imponen los límites de espacio, eliminando la escena de transición entre el aria y la cabaletta, y la repetición de “Tu che a Dio spiegasti l’ali”, el americano no alcanza el mismo nivel de excelencia con “Tombe degli avi miei... Fra poco a me ricovero”. Naturalmente, se trata de un reparo frente a la excelencia mostrada en las otras arias, y probablemente juega en contra el recuerdo de encarnaciones memorables, con Kraus y Pavarotti a la cabeza. Desde luego no se puede achacar falta de capacidad dramática, si bien diría que Spyres alcanza su mejor versión en francés (Guillaume Tell, Les huguenots), mientras que en italiano es imbatible como baritenor rossiniano (Otello, Roderigo, Pirro). Las arias de Verdi y Berlioz me inclinan en el mismo sentido.
Las piezas de Auber y Halévy son diferentes. Sorprende que hayan sido compuestas para el mismo intérprete, en un momento más avanzado de su carrera: Guido et Ginévra en 1838, Le Lac des fées en 1839 y La reine de Chypre en 1841. Por esos años, según Berlioz, la voz no solo se había oscurecido, sino que los agudos se habían hecho más duros y la línea de canto más inestable. Sin embargo, ambos compositores requieren un tipo de tenor no particularmente central, solicitado de agudos brillantes, alcanzados incluso en bruscos e incómodos saltos. En este sentido, Guido suena casi contraltino, como el Léopold de La juive. Comoquiera que sea, las exigencias vocales no plantean problemas a Spyres, que se despacha con agudos resonantes y fáciles y sostiene las largas frases líricas con maestría. Para la primera ópera de Halévy se incluye, además, un extenso dúo con Joyce El-Khoury, que deja con las ganas de más. Todas son primicias absolutas y, desde luego, sería deseable contar con integrales para poder apreciarlas plenamente.
The Hallé es una buena orquesta, colabora regularmente con la discográfica y toca con frecuencia óperas, de modo que conoce los requisitos y necesidades músico-teatrales del género. La flexibilidad es patente en los colores y las dinámicas que despliega para los compositores italianos y los franceses, bajo la guía sabia de Carlo Rizzi. Con todo, como corresponde en un recital de estas características, el protagonismo absoluto corresponde a Michael Spyres. En definitiva, el recital es un recorrido magnífico por el arte un intérprete único, de la mano de un tenor espléndido en plenitud de medios. La edición se presenta cuidada, como siempre, con una breve introducción sobre Duprez, seguida de notas de presentación de cada una de las piezas seleccionadas. ¿Qué tal un monográfico sobre Nourrit en el futuro? ¿O dedicado a Andrea Nozzari?
Esta grabación ha sido enviado para su reseña por Opera Rara. El lanzamiento internacional del disco tendrá lugar el 8 de septiembre próximo, aunque ya está disponible en la web de Opera Rara
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