Discos
Abundando en el mito: ecos de Julie Dorus-Gras
Raúl González Arévalo
En primavera la discográfica británica Opera Rara anunció el lanzamiento de dos recitales en torno a las figuras históricas de Gilbert-Louis Duprez y Julie Dorus-Gras. Los encargados de llevarlos al disco eran habituales de la casa, Michael Spyres y Joyce El-Khoury, que habían protagonizado juntos la grabación memorable de Les martyrs de Donizetti, ópera estrenada precisamente por los míticos intérpretes. Además se anunciaba la participación mutua en el disco del otro, a través de un dúo, de la ópera Guido et Ginévra de Halévy en el caso de él. Hace poco he comentado el resultado soberbio de Espoir, el álbum protagonizado por Michael Spyres. Ahora toca Écho.
Un vistazo al programa abordado revela inmediatamente una diferencia importante entre los dos recitales. El de Spyres está íntegramente compuesto por papeles estrenados por Duprez, escritos para su voz y por consiguiente para sacar el mejor partido de sus puntos fuertes, con excepción del Othello de Rossini. Por encima de las apariencias, el de El-Khoury no sigue esta premisa, apenas cuatro de los diez números son papeles estrenados por la soprano francesa: Alice de Robert le diable (única de la que se incluyen dos arias), Isabelle de Le Pré aux clercs, Eudoxie de La juive y Teresa de Benvenuto Cellini. Los demás son papeles que cantó, pero no estrenó: Lucia fue compuesto para Fanny Tacchinardi-Persiani y tampoco fue un pivote central en el repertorio de Dorus-Gras, aunque su inclusión se explica por el gran éxito cosechado en las funciones de Londres en la temporada 1847-48, en compañía de Duprez, que sí había estrenado Edgardo en Nápoles en 1835. Mejor encaje tienen Isabelle de Robert le diable y Mathilde de Guillaume Tell, estrenadas por Laure Cinti-Damoreau, que la precedió como primera soprano de la Ópera de París. Por último, el aria de Agathe de Der Freischütz (1821), en la traducción preparada para la representación en francés en París dos décadas más tarde, con recitativo de Berlioz en lugar del diálogo hablado del singspiel original, como era imperativo en la Opéra.
En consecuencia, se trata más bien de un recital en torno al repertorio de Dorus-Gras que un programa sobre papeles estrenados por ella. Ambos enfoques son válidos aunque, personalmente, por mayor desconocimiento e incluso ausencia discográfica, hubiera preferido la segunda opción. Se hubiera podido recurrir a las arias de Guido et Ginévra de Halévy, de Gustave III y Le philtre de Auber. Y, especialmente, de Marguerite de Valois en Les huguenots: la gran escena que abre el acto II (“O beau pays”) y, decidida la colaboración con Michael Spyres, el gran dúo de la reina de Navarra con Raoul de Nangis (“Beauté, divine enchanteresse”). En cualquier caso, la opción seguida por la discográfica no quita un ápice de interés al recital.
Hay que reconocer la osadía de abrir el recital con un papel tan expuesto como Lucia di Lammermoor, del que hay grabaciones memorables de grandes sopranos que han alcanzado la categoría de clásicas. Por esta razón y porque es el único papel en italiano del álbum tenía ciertas reservas. Además, se ofrece sin el recitativo de entrada. De ahí también mi sorpresa con el resultado: Joyce El-Khoury compone una escocesa perfectamente atendible con su instrumento de lírica con buenos agudos y coloratura fácil. Por momentos me recordaba a la joven Renata Scotto, el modo de decir el texto y la manera de proyectar el sobreagudo, incluso en el punto de cierta acidez. Y unos filados impresionantes. Posteriormente descubrí que había estudiado con la gran italiana, a la que adora, según confiesa sin reparos en las entrevistas.
A la Scotto le une también Isabelle de Robert le diable, que la de Savona cantó en italiano en Florencia en 1968 en una producción cortadísima, y que durante mucho tiempo fue la única opción para acercarse a este título (Myto/Opera d’oro). La versión de “Robert, toi que j’aime”, aun siendo buena, se ofrece con un tiempo un punto acelerado, lo que probablemente contribuye a que resulte menos desgarrada y patética que la reciente visión extraordinaria que regalaba Diana Damrau en su disco consagrado a Meyerbeer.
Por el contrario, donde El-Khoury está intachable bajo cualquier punto de vista es como Alice, precisamente el papel estrenado por Dorus-Gras en la ópera, tanto en “Va, dit-elle, va, mon enfant” como en el relato “Quand je quittai la Normandie”. Sería deseable que pudiera abordarlo y grabarlo íntegro, son las grabaciones más interesantes desde el registro completo con Michèle Lagrange en directo desde París (Gala 1985), por encima de los más recientes de Annalisa Raspagliosi (Dynamic 2000) y Carmen Giannattasio (Brilliant 2012). El motivo, más que vocal, es el perfecto dominio del francés y su prosodia, como buena libanesa.
Otro plato fuerte indiscutible del disco es la Mathilde de Guillaume Tell. La expresividad de la soprano es fortísima desde el recitativo de entrada, “Ils s’éloignet enfin”, del que recaba una capacidad dramática muy superior a la de Montserrat Caballé, a pesar del milagro sonoro de su canto (Emi 1972). Y si vocalmente el virtuosismo de la catalana queda insuperado, en el aria (“Sombre forêt”) El-Khoury demuestra un gran control del fiato y una capacidad sobresaliente para sostener las largas arcadas de sonido demandadas por Rossini, incluyendo pianissimi de altísima escuela en los que, de nuevo, trasluce el magisterio de la Scotto. Además, tiene mayor presencia que Malin Byström (Emi 2010). Me quedo con ganas de haberla escuchado en el dúo con Arnold que sigue al aria (“Oui, vous l’arrachez à mon âme”), del que además Michael Spyres es uno de los máximos exponentes actuales. Hubiera aportado más a la grabación que el dúo de Edgardo y Lucia, que está muy bien, pero no excelso.
En el aria de la princesa Eudoxie (La juive) la soprano mantiene este nivel, a medio camino entre la más fría June Anderson (Philips 1987-90) y menos virtuosa Anna Moffo (RCA 1974). Más impresiona su Teresa (Benvenuto Cellini), que hasta el momento han asumido voces más ligeras en el disco: la impersonal Christiane-Eda Pierre (Philips 1972) y Patrizia Ciofi (Virgin 2003), con la que compite sin problema.
Las arias de Hérold y Berlioz/Weber redondean por partida doble este atractivo retrato de una de las grandes sopranos del siglo XIX y de una de las voces más prometedoras del siglo XXI. La introducción del aria de Le Pré aux clercs permite apreciar además de forma individual la gran calidad de The Hallé por su lirismo y el virtuosismo de Paul Barritt al violín, con unos trinos y pianissimi espectaculares. Al igual que ya dije en el disco de Spyres, la variedad de colores y dinámicas que obtiene Carlo Rizzi con ella es una gran contribución al disco, sin robar protagonismo sino que realza el de la soprano. Y como con Éspoir, Écho está disponible en exclusiva en la web de Opera Rara hasta su lanzamiento internacional el próximo 8 de septiembre.
Los proyectos siguen: en julio del año que viene la discográfica cuenta con la soprano para la recuperación y estreno absoluto de L’Ange de Nisida, la ópera semiseria que Donizetti compuso en 1839 y que no llegó a estrenar por bancarrota del teatro comisionario. Parte de la música la reutilizó en la archiconocida La favorite. Habrá una representación en concierto en Covent Garden con un reparto que incluye grandes cantantes de escuela francesa como Ludovic Tézier y Laurent Naouri. Para el belcanto será uno de los grandes acontecimientos del año. Antes, a principios de año, llegará el lanzamiento de Semiramide. Como siempre, la espera se hace larga.
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