Bélgica
Reapertura de La Monnaie
Ruth Prieto

Después de casi dos años de trabajo y dos temporadas extramuros, la Monnaie vuelve a sus dorados y terciopelos rojos y a su sala renovada, sin cambios a simple vista pero con una profunda remodelación del escenario y de la equipación técnica. Para la rentrée La Monnaie apuesta, como ya nos tiene acostumbrados, por recordarnos que este teatro es de todos y nos ofrece una ópera para toda la familia: Pinocchio, de estética minimalista con un libreto impecable del fantástico Joel Pommerat y música contemporánea -sin concesiones- de un compositor de casa, Philippe Boesmans.
Pinocchio es la segunda colaboración del compositor belga Philippe Boesmans y el libretista, autor y director de escena francés Joel Pommerat. Después del muy oscuro Au monde el tándem Boesmans/Pommerat continúa con un cuento clásico para toda la familia.
Pommerat narra su versión del cuento, clásica, certera, inevitable, sin moralismos, al grano, sin adornos innecesarios, a través de un narrador que nos cuenta las peripecias de la marioneta a la vez que nos insiste en la importancia de ‘ir a la escuela’ como el mejor de los antídotos para poder enfrentarse mejor a las dificultades de un mundo que se antoja muy peligroso. Collodi quiere convertir a Pinocho en un adulto, Pommerat solo quiere que llegue sano y salvo a buen puerto y para eso la escuela es la puerta de la libertad.
Si conoces el cuento reconoces los personajes rápidamente: un ‘pantin’ esta vez oscuro -nada que ver con el Pinocchio que recordamos-, sin expresión, casi una mueca que borda Chloé Briot, Geppetto, los bandidos, las orejas de asno, el hada -magnífica Marie-Eve Munger- que hace también las veces de Pepito Grillo y le sobra talento para esto y mucho más, una nariz que crece y crece con las mentiras de Pinocho y por supuesto este narrador empeñado en contarnos la verdad, es decir, la moraleja original de Collodi, que solo la escuela, el conocimiento y la educación pueden salvarte de los numerosos peligros de este mundo, que a fecha de hoy se antojan mucho más crueles, tenebrosos y alarmantes que los que nos proponía Disney en su versión colorista de 1940.
Aquí no hay color, ni hadas azules, ni simpáticos grillos, todo es casi un blanco y negro, mucha austeridad, simplicidad, en la puesta en escena, tal vez un poco demasiado para nuestros ‘niños’ del siglo XXI acostumbrados a un imaginario muy diferente. Eso sí, se permite algunas licencias con algunos episodios de efectos especiales muy poéticos como la presencia del mar, momento de gran belleza, espectacular.
Con respecto a la música, por supuesto ni rastro de When You Wish Upon a Star. La música aquí es otra cosa, una estética contemporánea y moderna para un cuento antiguo y también muy actual. La partitura es magnífica, poliédrica, intensamente lírica, con una paleta de colores que llenan la escena, dan sentido a todos y a cada uno de los personajes y nos meten intensamente en todas las sensaciones, aventuras y penurias por las que pasa esta marioneta de madera con alma de niño rebelde, impaciente, egoísta, a ratos tontorrón, inocente, mentiroso, vapuleado por la vida, que nos recuerda a tantos otros niños abandonados a su suerte en pateras que cruzan el Mediterráneo con la misma esperanza, ser niños de verdad, ir a la escuela, tener esperanza, futuro.
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