Discos
Forever Kunde
Raúl González Arévalo
La ópera, como el fútbol, es un mundo de pasiones. Y aunque ya no tenemos las grandes rivalidades del pasado, con la afición marcadamente decantada, como en el clásico Callas / Tebaldi, es prácticamente inevitable que los cantantes con un sello particular despierten adhesiones. Especialmente tras una carrera larga.
Algunos de ellos alcanzan el estrellato en plena madurez. Es el caso de Gregory Kunde, que se ha convertido en un verdadero fenómeno dentro de la lírica, el único tenor capaz de la proeza de cantar el mismo año los Otellos de Rossini y Verdi. Para quien no conozca las exigencias de uno y otro en detalle este dato no significará nada. Quien sepa que el primero requiere un dominio de todos los resortes del bel canto auténtico, con muchas agilidades, y que el segundo reclama un tenor spinto o dramático, con un centro y grave robustos, capaz de frases heroicas, y que por lo tanto nada tienen que ver ni en la escritura ni en las características vocales el uno con el otro, sabrá que es un logro que, de no ser por Kunde, habría quedado en el campo de la ciencia ficción operística. Un imposible.
Quienes han seguido su carrera de cerca conocen sus magníficas encarnaciones como tenor lírico-ligero: con una voz luminosa, de agudo fácil y coloratura elegante, es difícil resistirse a su Idreno de Semiramide (Ricordi 1992) o su Gérald de Lakmé junto a la estratosférica Natalie Dessay (Emi 1998). El americano no tenía toda la mercadotecnia y el carisma de otros, que han grabado lo que debían y lo que no (en términos de legado discográfico). No era una estrella, ni verdadera ni artificial. Pero tenía una clase y una elegancia al alcance de muy pocos. Más muestras: su protagonista de Bianca e Fernando de Bellini (Nuova Era 1993), el Leicester de la Maria Stuarda donizettiana (Serenissima 1994) o el Laërtes de Hamlet de Thomas (Emi 1993).
Hace poco más de una década empezó a explorar un repertorio más pesado de forma sistemática. Había habido algunas aproximaciones previas, quizás un tanto prematuras a la luz de los resultados que alcanzaría posteriormente, como Rinaldo junto a la Armida rossiniana de Renée Fleming en Pésaro (Sony 1993). En 2003 sorprendía con un Eneas de Les Troyens de Berlioz (Opus Arte) francamente bueno y se reivindicaba como Rodrigo en La donna del lago en Edimburgo en 2006 (Opera Rara), adentrándose con paso cada vez más firme en los papeles de baritenor. La consagración vino con el Otello de Rossini en Pesaro en 2007, inexplicablemente nunca comercializado (Dynamic 2015 es una alternativa menos lograda). Afortunadamente, las discográficas reaccionaron en el caso de Ermione (Dynamic 2008) y Zelmira (Decca 2009). Con todo, seguía “confinado” en cierta medida al repertorio del belcanto, con Donizetti a la cabeza: Poliuto (Bongiovanni 2010), Don Pasquale (Arthaus 2011), Gemma di Vergy (Bongiovanni 2011), Roberto Devereux (BelAir 2015) o la Norma de Bellini (CMajor 2016).
Sobre los escenarios los nuevos horizontes los ha proporcionado el repertorio romántico francés: Benvenuto Cellini de Berlioz (Virgin 2004) y los papeles asesinos de Rossini (Arnold en Guillaume Tell) y Meyerbeer: Raoul de Nangis de Les huguenots y Vasco da Gama de L’Africaine (a lo mejor alguien tiene el buen juicio de publicar su grabación desde La Fenice de Venecia de 2013, disponible en Medici.tv) y, en la próxima temporada, Jean de Leyden de Le prophète. El repertorio más dramático estaba a la vuelta de la esquina, aunque se trataba de un paso muy arriesgado por el cambio en las exigencias estilísticas y el lenguaje musical. En el pasado algunos que lo habían intentado (pienso en Francisco Araiza o Chris Merritt) habían fracasado. Y aquí es donde Kunde ha terminado de dar la campanada, principalmente con Verdi: no solo Riccardo de Un ballo in maschera (Rai 2013), sino sobre todo Radamès de Aida, Álvaro de La forza del destino y Otello. Pero también la Giovane Scuola de Puccini (Manon Lescaut), Mascagni (Cavalleria rusticana), Leoncavallo (I pagliacci) y Giordano (Andrea Chenier). Estos cuatro últimos todos en Bilbao, lo que establece el vínculo del cantante con España y su nuevo repertorio. A la luz de lo que escuchamos en Vinceró! esperemos que vayan saliendo a la luz las grabaciones completas.
Mezquindades de la industria discográfica, este artista polifacético, de estatura artística excepcional, solo contaba con un disco solista en su haber: In Love and War (Vai), dedicado a Rossini. Eso sí, prácticamente cada mes llega al mercado un nuevo recital de una prometedora estrella que, o bien no cumple lo previsto, o bien se desvanece sin pena ni gloria. Así las cosas, Vinceró! no es solo un gran disco: es un disco necesario, al menos para dar testimonio de un cantante excepcional. Y a la postre para rendirle homenaje.
Lo primero que llama la atención es que el tenor americano no ha dejado de ser fiel a sí mismo al abordar un repertorio diferente. No hay modelos evidentes, ni imitaciones, ni sonidos oscurecidos artificialmente, engolados o entubados. La voz suena madura (¿alguien espera realmente otra cosa?) pero no vieja. Son dos cosas muy distintas. Apenas el aria de Roméo (“Ah, lêve-toi, soleil!”) llega un filo tarde. Se reconoce un sonido más seco, que recuerda al gran Kraus –referencia constante en su carrera– en su última fase. Quizás porque del propio personaje se espera una juventud que pocos han sabido encarnar. Pero en cuanto se pasa a la siguiente pista entramos en otro nivel irreprochable.
Meyerbeer es el otro homenaje a la ópera francesa, con “Ô paradis”. Con todo, el impacto llega con la ópera italiana. El dramatismo de Canio, el valor de Arrigo. No se puede sino admirar la inteligencia con la que ha sabido abordar Don Alvaro de la Forza, cuyos graves en “O tu che in seno” y la exigencia de un centro con suficiente robustez echaban para atrás a Pavarotti. Naturalmente, suena más claro de lo que estamos acostumbrados (Domingo, Kaufmann, Del Monaco, Corelli), pero no es menos cierto que la voz tiene el peso suficiente, los agudos resuenan y los graves no plantean problemas, como cabía de esperar del mejor baritenor rossiniano de la última década. Lo mismo se puede decir de “Dio, mi potevi scagliar” (Otello). Tiene un acercamiento más lírico, más cercano al tenor de Módena (otra referencia declarada por el americano), que sin embargo no dejó un testimonio importante del moro. Las similitudes entre ambos son más evidentes en Puccini (Des Grieux, Calaf) y Giordano (Chénier) que en Verdi, con una “Pira” discretamente variada y unos agudos poderosos.
Solo aquí hay una concesión al espectáculo: el Do4 de Manrico se alarga hasta el final, como ha impuesto la tradición. Tampoco hace el filado en el Si de “Celeste Aida”, que mantiene en forte hasta el final. Peccata minuta. Sobre todo porque, en esas ocasiones, como en otras, el virtuosismo del intérprete reside en la palabra. Kunde siempre canta partícipe y en estilo. No resulta enfático ni sobreactuado, pero tampoco carece de arrojo y por ello es más variado que un Corelli como Dick Johnson, Don Álvaro u Otello, papel con el que finalmente no se atrevió el italiano. La introspección de “Dio! Mi potevi scagliar” revela el tormento profundo y retorcido del moro de Venecia. Con tanto Casio cantando Otello, Kunde imprime al agudo final sobre “o gioia” un empuje realmente sobresaliente.
Y llegamos al final del disco con ese himno en el que se ha convertido “Nessun dorma”. Kunde está sencillamente rutilante. Es más que ópera, es un grito, una reivindicación del triunfo que ha sido su carrera, superando todos los obstáculos. Su colocación al final del recital es perfecta y emocionante, como el agudo sobre “Vincerò!”.
Cómplices absolutos de este magnífico disco son Ramón Tebar y la Sinfónica de Navarra. No es casualidad que el disco se haya grabado en España, evidencia la vinculación de Kunde con nuestro país. A diferencia de otros recitales, no son fuerzas al servicio del intérprete, para enmascarar carencias o resaltar virtudes. Son protagonistas por derecho propio, suenan brillantes, compactos, con entusiasmo y vitalidad, la que requieren las piezas grabadas.
Con un resultado tan magnífico aún me estoy preguntando por qué Universal, que ha tenido el acierto de grabar el recital, no ha tenido la vista y la generosidad de comercializarlo bajo alguno de sus dos sellos insignia, Decca y Deutsche Grammophon. Espero al menos que tenga la difusión internacional que merecen Kunde y su disco.
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