Discos
Binomio perfecto
Raúl González Arévalo
Como exponente máximo, Haendel es el compositor barroco que más álbumes monográficos ha inspirado. Al mismo tiempo, el desarrollo imparable de la cuerda de contratenor en las últimas décadas y su identificación con el repertorio de los castrados ha hecho que sean precisamente estos cantantes los que más lo hayan frecuentado. Tanto es así que en los últimos años son los principales responsables de algunos recitales absolutamente indispensables para profundizar en el catálogo del sajón, a la vez que reivindicaban una voz discutida en sus orígenes fuera de los oratorios porque no era una tipología que el compositor hubiera empleado en el género lírico.
Bien es cierto que desde la primera grabación con un contratenor de una ópera de Haendel (Alfred Deller como protagonista de Sosarme, re di Media) en 1954 las cosas han cambiado mucho. La labor de James Bowman, con múltiples integrales (Giulio Cesare, Silla, Ariodante, Admeto, Ottone, Orlando) y recitales fue decisivo en este sentido desde finales de la década de 1970. Drew Minter, Jeffrey Hall, René Jacobs, Derek Lee Ragin y Jochen Kowalsky conformaron una generación que abrió definitivamente el camino, normalizando su presencia en los escenarios y discos en la década de 1980, y que culminó a partir de la siguiente década, cuando diversos intérpretes dejaron retratos definitivos en distintos títulos, como fue el caso de Andreas Scholl (Giulio Cesare, Rodelinda, Partenope) David Daniels (Rinaldo) y Bejun Mehta (Agrippina, Orlando, Giulio Cesare). Los dos americanos han dejado además dos recitales que son piedras de toque absolutas de este repertorio (en Virgin Classics y Harmonia Mundi respectivamente y para más señas).
En el siglo XXI, con Franco Fagioli dedicado esencialmente a la escuela napolitana (Adriano in Siria de Pergolesi, Catone in Utica de Vinci, Siroe re di Persia de Hasse), la supremacía en Haendel se la disputan básicamente un croata y un francés. Pero mientras que Max Emanuel Cenčić se está centrando en patrocinar grabaciones de títulos secundarios de los que ofrece una grabación definitiva tras otra (Alessandro, Arminio, Ottone), por el contrario Philippe Jaroussky se ha ocupado de títulos mayores: Partenope, Giulio Cesare y Alcina. Y ahora se adelanta a la competencia ofreciendo el primer monográfico del compositor.
Las características vocales de Jaroussky, más ligero que Cenčić, hacía que los papeles estrenados por Senesino, destinatario original de Riccardo primo, Siroe, Radamisto, Tolomeo, Ezio y el Guido de Flavio, tuvieran una tesitura demasiado baja para él. Como el propio cantante advierte en las notas preliminares, amparado por la práctica habitual permitida por el compositor cuando otros intérpretes encarnaban estos papeles, ha ajustado la tesitura de manera que le viniera más cómoda (es decir, elevándola). Al mismo tiempo, esta misma circunstancia hace dudoso que los llegue a cantar completos.
Comoquiera que sea, la interpretación del francés también es novedosa desde este punto. Obviamente, en este contexto, legítimo, sería absurdo entrar a comparar su timbre ni la profundidad de la interpretación en lo que es una selección frente a asunciones integrales. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de la calidad absoluta de su canto y del interés del programa confeccionado, variado en situaciones dramáticas y recursos musicales. La adhesión al lenguaje y al estilo handeliano es absoluta, como el control técnico de todos los recursos expresivos barrocos.
Bien es cierto que personalmente encuentro que la dulzura intrínseca del timbre y la suavidad del canto impone limitaciones interpretativas en el acercamiento. Como ejemplo, el aria “Rompo i lacci” de Flavio, frente a la interpretación ya clásica de Derek Lee Ragin. El americano creaba una gran tensión dramática a través de un canto aristado, que a la postre redundaba en una gran fuerza expresiva. El francés resulta menos crispado y más perfecto en su canto. Preferir uno u otro es mera cuestión de gustos. Lo que no lo es, por el contrario, es el tempo, un punto lento frente al propuesto por René Jacobs para por insuflar otra garra a la página. En sentido diverso, en el caso de Radamisto, frente a la composición excesivamente plana, más melancólica que heroica de Joyce DiDonato, Jaroussky es capaz de transmitir mayor intensidad. Claro que ella tenía al académico Curtis a la batuta.
Acompañándole está su conjunto Artaserse. Su interpretación lo sitúa a la altura de los nombres más reputados, resistiendo perfectamente la gran calidad de la toma sonora.
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