Alemania
... cómo se viene la muerte
Jesús Aguado

Un túnel. Al fondo del mismo, luz blanca. ¿Correr hacia ella o huir desesperadamente en dirección contraria? Ninguno de los personajes que vemos en escena parece saberlo, y por eso tenemos la sensación de que están, de alguna manera, suspendidos, detenidos en ese espacio intermedio entre este mundo y el más allá, como si lo que viéramos fueran tan solo ya fantasmas condenados a repetir eterna y circularmente sus historias.
Explica Lotte de Beer, responsable de la producción de Il trittico que ha presentado la Bayerische Staatsoper, que al intentar establecer un nexo entre las tres óperas que forman la obra de Puccini, Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi, llegó a la conclusión de que lo que tienen en común es la muerte, y no únicamente como ente abstracto, sino que en las tres hay un cadáver que está oculto, que los personajes no quieren ver, pero que no deja de estar ahí. En Il tabarro es el hijo muerto de Michele y Giorgetta, cuya muerte se nos sugiere que marca el inicio del alejamiento de la pareja, en Suor Angelica es el hijo ilegítimo de la protagonista, cuyo nacimiento provocará su encierro en el convento y cuya muerte la arrojará a la locura y al suicidio, y en Gianni Schicchi es el rico pariente que acaba de morir y cuya herencia todos ansían. Por eso presenta las tres historias en esa especie de paso, como si esos muertos estuvieran llamando constantemente a los personajes hacia el otro lado, tiñéndolo todo de una atmósfera irreal y siniestra, en la que todos parecen efectivamente deambular sin dirección.
Il tabarro
De Beer, además, se lanza de alguna manera a explorar también un cierto aspecto temporal, especialmente en las dos primeras óperas. Al inicio de Il tabarro vemos un cortejo fúnebre ocupando estáticamente el escenario, acompañando a un féretro desconocido, y entre ellos vemos a Giorgetta y Michele despidiéndose del pequeño ataúd de su hijo muerto, arrancando la acción de la obra a partir de ese momento. Todo aparece envuelto en neblina, consiguiendo de esa manera que el túnel se transforme en la barcaza en la que los desdichados protagonistas viven su miserable vida. Siempre se dice que Il tabarro es la más verista de las tres obras, no en vano, si tenemos en cuenta que se supone que cada una de las óperas es una alegoría de una de las partes de la Divina Comedia, representaría el infierno de la obra de Dante, pero además seguramente sea la más avanzada musicalmente, con un Puccini que recuerda por momentos a Debussy en el uso de una armonía no del todo funcional y con un uso del color orquestal (esto no ya solo en Il tabarro sino en todo Il trittico) absolutamente exquisito. Nadie es feliz en Il tabarro, y nadie es capaz de explicar por qué. Giorgetta se asfixia en la barcaza, añora volver a su París natal, y es incapaz de sentir nada por el pobre Michele, que tampoco es capaz de expresar nada más que sus celos, fundados, ya que Luigi, su empleado, es el único soplo de aire fresco capaz de revivir el agonizante corazón de Giorgetta.
El trío protagonista estuvo espléndidamente servido por Eva-Maria Westbroek, Wolfgang Koch y Yonghoon Lee. Westbroek sigue teniendo un instrumento amplio y hermoso, y el papel de Giorgetta parece hecho para ella en estos momentos, con un timbre un tanto más oscuro que el de hace unos años y su capacidad dramática absolutamente intacta. Se podía sentir su constante desasosiego, su angustia ante esa realidad que la aplasta y de la que se siente incapaz de hablar con su marido, y de la que únicamente la presencia de Luigi puede rescatarla. Muy grande también Wolfgang Koch como Michele, otro pobre ser perdido en la niebla de su propia incapacidad para sentir, y cuya única posible reacción cuando descubre la infidelidad de su mujer es la violencia. Tosió visiblemente en un par de momentos, pese a que su voz no parecía tocada por indisposición alguna, e inspiró miedo y compasión a partes iguales. Yonghoon Lee era Luigi, haciendo gala de una voz espléndida, de fácil y hermoso agudo y amplísima proyección. Muy bien también el resto del elenco, Kevin Conners como Il Tinca, Martin Snell como Il Talpa, y estupenda Claudia Mahnke como Frugola, todo el reparto estuvo a gran altura.
Suor Angelica
La transición de Il tabarro a Suor Angelica volvió a traer a escena a ese cortejo fúnebre del principio, y volvió a introducir un salto temporal: al retirarse los enlutados figurantes, vemos a Suor Angelica mientras le cortan el pelo en lo que es, evidentemente, su llegada al convento. Con ese pelo mal cortado la seguiremos viendo prácticamente durante toda la obra, sin llegar a ponerse la monjil toca que sí visten sus compañeras, lo que le da un aspecto más de loca en un sanatorio mental que de monja en un convento, lo que, como sabemos, no está demasiado lejos de la realidad. Seguimos en ese túnel que vimos balancearse al ser la barcaza del Il tabarro, y al borde del cual veremos en un par de ocasiones tambalearse a la pobre Suor Angelica, intentando mantener el equilibrio, más endeble el psicológico que el puramente físico, para no caer a un abismo que la atrae prácticamente sin remedio. Ermonela Jaho fue la gran triunfadora de la noche en los aplausos finales (bueno, junto a Petrenko), y compuso una mujer frágil, atormentada, luchando por seguir a flote en esa existencia suspendida (aquí es donde la metáfora del túnel propuesta por De Beer resultó más acertada) que vive en el convento. Aparente placidez en la relación con sus compañeras que esconde el profundísimo mar de fondo de su secreto y su espera, siete años sin saber de la familia que la rechazó, ni del hijo ilegítimo que provocó ese rechazo. Su timbre es amplio, y tiene una cierta resonancia muy física, muy corporal, que hace que en estos papeles arrebate al público: no soy amigo de comparaciones, pero para que el lector se haga una idea, digamos que recuerda más a Callas que a Caballé. Un agudo fácil, un fiato amplísimo y una capacidad dramática sobrecogedora completaron una actuación sobresaliente. Estupendas todas las monjas que la acompañan en el convento, e impresionante la Zia Principessa de Michaela Schuster, venida de más allá de ese túnel a traer respuestas a las constantes preguntas de la pobre Suor Angelica. Más ángel vengador que noble guardiana de las esencias familiares, todo en su gesto causaba verdadero miedo, aunque incluso en su extrema crueldad fuera capaz de encontrar un atisbo de compasión por su desdichada sobrina, compasión, eso sí, que no fue capaz de demostrarle en ningún momento.
Gianni Schicchi
Tras el sobrecogedor final de Suor Angelica, y del entreacto, pues las dos primeras óperas se representaron sin pausa, Gianni Schicchi, fue, como siempre, una especie de alivio, la compuerta que por fin deja salir la tensión acumulada, y lo hace mediante la risa. No es que el retrato de la condición humana que hace sea menos duro que en las otras dos obras, más bien al contrario, pero al utilizar el humor hace que esa mirada resulte más distante: uno puede llegar a identificarse con los dolientes seres que pueblan Il tabarro y Suor Angelica, pero cuando esos seres son tan risibles como los de Gianni Schicchi ya no nos parece que hablen de nosotros, aunque lo hagan, vaya si lo hacen. La escena seguía estando en el mismo túnel, con la cama del moribundo Buoso en el centro y una réplica exacta de la misma en la parte superior de la escena, como espejo invertido o testigo mudo de las miserias que vamos a contemplar. Teatralmente, la obra fue un triunfo de la dirección de escena, ya que, al estar metidos en ese túnel del que llevamos todo el tiempo hablando, los personajes se amontonaban unos sobre otros constantemente, como si en vez de la cámara del pobre y llorado Buoso estuvieramos en el camarote de los Hermanos Marx. Todo funcionó como tienen que funcionar las comedias, como un mecanismo perfectamente engrasado en el que no hay ni una réplica fuera de sitio, cantantes, orquesta y director en estado de gracia supieron llevar a buen puerto la historia de los miserables herederos y del astuto Gianni Schicchi, que acaba quedándose con todo para regocijo general.
Ambrogio Maestri era Schicchi, y dudo seriamente que se pueda hacer mejor, tanto desde el punto vocal como desde el interpretativo. Fue un auténtico gigante en un espacio pequeño, y no me estoy refiriendo únicamente a sus dimensiones físicas. Parecía estar en todas partes, engañando, engatusando, divirtiendo, dictando un testamento antológico y metiéndose al público en cualquiera de los bolsillos de su traje. Magistral. Si bien su papel es el que se lleva todo el protagonismo, hay que destacar también aquí a Michaela Schuster, que después de aterrorizarnos en Suor Angelica nos hizo reír a carcajadas como Zita, probablemente el papel más destacado entre los parientes del difunto. Todo el resto del reparto también estuvo estupendo, pero es inevitable referirse a la Lauretta de Rosa Feola, quien interpretó un Babbino caro memorable, completamente alejado de ñoñerías, con un tempo un poco más ligero de lo que se suele escuchar, y que resultó todo un acierto por parte de Petrenko, pues hizo que un aria tan manida cobrase su verdadero sentido cómico, una broma más en esa negrísima comedia que es Gianni Schicchi.
Petrenko
Dirigía Kirill Petrenko a la Orquesta Estatal Bávara, y qué decir a estas alturas de una colaboración tan fructífera. La orquesta suena inmejorablemente, todas las secciones están al más alto nivel, y en manos de Petrenko parecen capaces de cualquier cosa. Supo dar textura y profundidad en Il tabarro sin apenas hacerse notar, pareciera que la orquesta apenas está tocando la mayor parte del tiempo, y no me refiero al volumen, sino a la capacidad de crear un contexto sonoro tan desasosegante e inestable como la barcaza en la que los personajes se ven confinados, puntuando lo necesario, y pese a todo, hacerlo con una belleza abrumadora. En Suor Angelica contribuyó a la extática experiencia con un sonido delicado y etéreo que se hizo doloroso y corpóreo con la aparición de la Zia Principessa, y por fin en Gianni Schicchi la orquesta prácticamente fue un personaje más de la comedia, de manera que cuando Gianni, en su alocución final pide al público una recompensa en forma de aplauso, todo el público estalla, feliz de haber asistido a un espectáculo tan complejo y fascinante.
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