Bajo la alfombra de Enrique Granados
19] El mito de la miseria familiar de los Granados-Campiña
Xoán M. Carreira
Las obras de referencia sobre Enrique Granados acostumbran a destacar la situación de penuria económica en que queda la familia a la muerte de su padre, el coronel Calixto Granados en junio de 1882, pobreza que obligó a un Enrique adolescente a trabajar como pianista de café. Pero en realidad, Enrique no era tan joven cuando empezó a tocar en el Café de las Delicias (ca. 1886). Si no iba a desarrollar una carrera académica, ni a ingresar en el Ejército, dieciocho año es una edad apropiada para empezar a trabajar, o cuando menos adquirir una cierta experiencia laboral.
¿Una pensión miserable?
A partir de junio de 1882, tres generaciones de la familia Granados-Campiña permanecieron en el domicilio familiar cercano al Paseo de Gracia, bajo el buen gobierno de doña Enriqueta Campiña quien debía alimentar más de una docena de bocas con un presupuesto de 3000 pesetas anuales. Exactamente el salario de un profesor de la Escuela Nacional de Música de Madrid (luego Real Conservatorio Superior de Música de Madrid), puesto al que concursó Granados unos catorce años después, considerándolo un excelente puesto de trabajo. Dado que el IPC español1 apenas varió durante estos años y que el coste de la vida2 en Madrid y Barcelona todavía era semejante, es legítimo afirmar que el poder adquisitivo de los Granados Campiña era bastante digno.3
Hacia 1884 el salario medio de un obrero cualificado4 rondaba las 750 pesetas anuales, el 25% del presupuesto de los Granados-Campiña y bastante inferior, un 62’5%, de las 1200 pesetas anuales que percibía Granados como pianista del Café de las Delicias. Así pues, la situación económica de la familia Granados-Campiña era delicada, exigía una administración cuidadosa y desde luego requería restricciones respecto al nivel de vida de la familia mientras vivía el Coronel Granados, fragilidad que sin duda alguna se alivió en gran medida con los ingresos del joven Enrique, pero en ningún caso se puede hablar de “miseria” y ni siquiera de pobreza, como no lo hace el propio Granados al narrar el episodio en sus Memorias:
La muerte de mi padre produjo en casa un vacío enorme bajo el punto de vista moral y un desamparo material que recuerdo ahora con mucha tristeza al pensar cuál debiera ser el martirio de mi pobre Madre. A su cargo quedamos diez entre hijos y nietos que se vio precisada a llevar adelante con dos tristes viudedades de militar y la paga de mi hermano mayor, total 250 pesetas (!!!!) ¡unos potentados!
Mi Madre pasó un calvario y nosotros no nos dábamos cuenta de sus penas. Más tarde he podido dármela y comprender cuánto sufrió por todos nosotros.
No debían andar muy bien las arcas del tesoro cuando se decidió que yo tocaría en un café y tuve la suerte de encontrar una plaza de pianista en el antiguo Café de las Delicias (hoy Lion d’Or). Me daban cien pesetas mensuales y tocaba desde las dos a las cuatro y media de la tarde y de las nueve a las once y media de la noche.
El mito del artista pobre
La construcción de la fábula de la miseria infantil de Granados se inició poco después de su muerte merced a la pluma del P. Luis de Villalba OSA, bastante mejor hagiógrafo que historiador:
En los primeros años de su niñez perdió Granados a su padre. Dicen los que han recogido los datos de su vida, que el sentido musical se reveló en Granados en la convalecencia que siguió a una grave enfermedad que le acometió a los diez años. El niño encontraba su más delicioso juego en reunir las escupideras de su casa, afinarlas y tocar con ellas la Marcha real y otras canciones; sorprendió la madre los jugueteos del pequeño, y comprendiendo su significación, decidió dedicarle a la música. Un compañero de su padre, el Capitán don José Junceda, fue el iniciador primero de Granados en la música.
Establecido en Barcelona, la penuria en que vivía la familia de Granados no fue obstáculo para sus estudios, pues el alma generosa de Juan Bautista Pujol, aquel maestro que contó entre sus discípulos a Vidiella, Malats, Calado, Viñes y Riera, se prestó a darle gratuita lección de piano. El café de las Delicias, hoy el Lion d’Or, fue el primer teatro donde, para ganarse la vida, hizo muestra de sus facultades artísticas.
Dábase cierto día en El Siglo una reunión y baile, y he ahí que el pianista contratado para el caso, avisa a última hora que no puede asistir; entonces, un hermano de Granados, empleado en aquella casa, manifiesta al propietario, D. Eduardo Conde, que tiene un hermano pianista; inmediatamente se le llama, y con tal lucimiento desempeñó su cometido, y la gracia de su juventud le conquistó las simpatías de modo que por este hecho vino a encontrar un generoso y decidido protector.5
El excelente periodista Antonio Fernández Cid, alérgico a las novelerías y pragmático –como buen Coronel de Intendencia que era-, es mucho más prudente cuando se refiere a la situación económica de los Granados-Campiña a partir de 1882, por más que su libro contenga una anécdota intrascendente que, como una bola de nieve rodando por una ladera, dio lugar al mito de la carta perdida6 alimentado por fertil imaginación y el ampuloso estilo literario de Pablo Vila7. Por el contrario, Carol Hess ofrece un relato ordenado, conciso y preciso de lo que, en 1991, se conocía sobre el trabajo de Granados como pianista de café:
En enero de 1886 se decide que Granados trabaje como pianista de café para ayudar a los gastos de su amplia familiar, y en seguida encuentra trabajo cinco horas diarias en el Café de las Delicias. Según la ambientación de la novela de Narcís Oller, La Bogeria8, las Delicias había sido uno de los mejores cafés de Barcelona, pero en la época del breve contrato de Granados allí la atmósfera se había deteriorado considerablemente. Los gustos de los responsables tendían hacia los pastiches de óperas cargados con efectos pianísticos baratos que Granados se sentía incapaz de realizar; como resultado de sus escrúpulos artísticos, se encontró pronto sin trabajo. Por esta época las necesidades de Granados habían llamado la atención del empresario catalán Eduardo Condé. Condé, quien ya había atendido algunos de los gastos de la educación de Granados, rápidamente contrató a Granados para que diera clases a sus propios hijos por el entonces exorbitante sueldo de cien pesetas al mes. […]
A pesar del prestigio de ser el profesor de piano mejor pagado de Barcelona, Granados se dio cuenta de que una educación musical completa era imposible en España, y con el apoyo de Condé, su objetivo de estudiar en París se hizo factible. Para sufragar algunos de sus gastos, Granados encontró trabajo en otro café, en esta ocasión –y sin ninguna ilusión- en el Café Filipino. Aunque en el cambio de siglo los cabarets y cafés de Barcelona mantenían una vida musical de nivel comparable al del Auberge du Clou de París, esta sofisticación no se percibe durante los dos meses que Granados trabajó en el Filipino, donde, junto a la improvisación sobre melodías populares, se esperaba de él que acompañara a clientes de dotes musicales dudosas, una actividad que más tarde describirá con mucha gracia en su diario. En septiembre de 1887 Granados pudo finalmente irse a París.9
Ignorando la información proporcionada por Hesss quince años antes -y lo que el propio Granados relata en sus memorias- Walter Clark regresa al género fantástico y nos ofrece una descripción pormenorizada de los hechos, en la que se mezclan la deformación de datos bien documentados, las suposiciones arbitrarias y las interpolaciones anacrónicas:
Al inicio de la década de 1880, Calixto decidió que la familia debía pasar una temporada en Olot, en cuyo batallón estaba destinado su hijo mayor. Poco después de su regreso se agravó la inflamación de su columna vertebral, probablemente como resultado de esa visita innecesaria, lo que precipitó su jubilación anticipada y finalmente logró lo que no había conseguido ninguna bala enemiga. Calixto murió a la 1 de la tarde del 24 de junio de 1882, a la edad de 57 años. El efecto de su muerte en la familia, especialmente en Enrique, fue devastador, especialmente por lo inesperado de los hechos. […]. Calixto fue sepultado en el cementerio de Poble Nou, el único que en aquel momento tenía Barcelona. Su nicho, al igual que el edificio en el que entonces vivían, en la Rambla Catalunya 126, ya no existe.
Aunque Enriqueta continuó recibiendo la pensión militar de su difunto esposo, ese ingreso era insuficiente para la familia, lo que empujó al joven Enrique a contribuir a la economía familiar de la única manera que sabía: tocando el piano.
[… excurso sobre la historia secular de los cafés de Madrid y Barcelona y un sainete escrito por Ramón de la Cruz en 1788]
Puesto que estos establecimientos a menudo estaban conectados con teatros de ópera como el Cafè de les Delicies en las Ramblas, al lado del Teatro Principal de Barcelona, la música estaba siempre presente junto al café, las bebidas y los alimentos. De hecho, en este lugar, Granados se inició como músico profesional, con ayuda de Vidiella […]
A pesar de [su trabajo como profesor en la casa de Eduardo Conde], el joven encontró trabajo en el café El Filipino, un lugar que planteaba nuevos retos pues se esperaba que acompañara a los clientes musicalmente inspirados que quisieran cantar o tocar un instrumento. Por ejemplo, un trombonista le pidió que le acompañara en su versión de la obertura de Guillermo Tell.10
Al igual que Hess, Xosé Aviñoa hace un relato ceñido a las evidencias, que contextualiza utilizando sus propias investigaciones sobre la vida musical de Barcelona en la Belle Époque,11
Para conseguir algunos ingresos más o menos estables, el compositor leridano probó también el oficio de pianista de café, actividad muy habitual en aquellos años debido al hecho de que los cafés importantes se distinguían por ofrecer a su clientela música de fondo servida por solistas o pequeños grupos de cámara que interpretaban temas de moda y, en su caso, obras propias. De este modo, los futuros intérpretes adquirían oficio y los incipientes compositores ponían a prueba sus obras. Granados ejerció un tiempo en el Café Delicias, donde antes habían tocado Albéniz, Vives y Vidiella y completó sus ingresos como músico de café aceptando dar clases de música a los hijos de Eduardo Conde, propietario de los Almacenes "El Siglo".12
Siguiendo el modelo literario de Clark, M. Perandones acumula en 1882 gran parte de los acontecimientos acaecidos en la vida de Granados durante el quinquenio 1882-1887 y los rellena con un mortero lucido pero poco consistente, y una flagrante falsedad sobre la pensión de viudedad de Enriqueta Campiña, quien recibió desde el primer momento la pensión de viuda de coronel que le correspondía y nunca sufrió las arbitrariedades administrativas que relata Perandones.
1882 se convirtió en un año clave en la vida del joven Enrique. En este año fallece su padre, y, en consecuencia, la familia tuvo serias dificultades económicas devenidas de la pensión de viudedad concedida a su madre, Elvira Campiña, quien recibió una retribución en categoría de viuda de capitán en lugar de viuda de comandante. Esta situación empuja a Granados a ayudar a la maltrecha economía familiar trabajando como pianista en el Café de las Delicias de Barcelona. En ese mismo año, gracias a la sugerencia de Picó, pianista del Café de Lisboa, Granados comenzó a asistir a clases de piano con Juan Bautista Pujol.13
La narración convencional sobre la miseria de los Granados-Campiña es un ejemplo más de cómo trabaja la musicología creativa: fábulas, invenciones, mentiras e incontinencia opiniaria.
Probablemente quienes han producido esta sarta de despropósitos intentaban emular las fabulosas vidas de artistas, como la falsa miseria de la familia Verdi, o el tan absurdo como increíble cuento del niño Brahms trabajando como pianista de puticlub. Historias más propias de los textos devotos sobre las vidas de los santos que de las biografías académicas de grandes artistas.
¿Qué cosa es la poética romántica hacia 1885?
Hoy mismo se pone a la venta una monografía sobre la música en España durante el siglo XIX que incluye un texto de T. Cascudo sobre Enrique Granados que ofrece una perspectiva historiográfica moderna y diametralmente opuesta a las narraciones hagiográficas que hemos comentado. Al contrario que Clark o Perandones, Cascudo analiza la figura del joven Granados utilizando variables como clase social, gusto, valores y vida cotidiana, para reflexionar sobre el sentido de conceptos como ideal estético o poética artística en los años posteriores a la muerte del coronel Granados, en los cuales su hijo Enrique inicia su andadura profesional.
La biografía de los primeros años de vida de Enrique Granados resulta un peculiar espejo de lo que era la cotidianeidad de la clase media de su época, particularmente de aquellas cuyos rendimientos dependían del Estado. Tal como le ocurrió a Albéniz, sus orígenes y su infancia fueron típicos de las familias de funcionarios en el sentido de que incluyeron el contacto con diversas provincias españolas. [... Tenerife, Barcelona, estudios musicales hasta 1882] En su mediocridad esta primera enseñanza también refleja la época, tanto en el repertorio sentimental en el que se centraba como en las carencias técnicas que no era capaz de colmar.
[... clases con Pujol supusieron...] para Granados la integración en una escuela, la Academia Pujol, que se inspiraba desde el punto de vista pedagógico en la experiencia parisina de su fundador. Este se había instalado en 1850 en París, donde estudió piano como alumno del conservatorio con Alphonse Laurent y composición con Napoleón Henri Reber (ambos fueron, entre otros, profesores de Jules Massenet) y se destacó como pianista. [...]
El resultado de su magisterio sobre el talento natural de Granados [... logró un cambio del repertorio de Granados quien ...] en su presentación pública tocó la sonata num. 2, opus 22, de Schumann [...quien...] en la segunda mitad del siglo XIX formaba parte del repertorio asociado a la música más moderna, esto es, ajena, por no decir opuesta, al estilo de salón. Su lenguaje pianístico, particularmente el de este tipo de obras más ambiciosas, lo hacía únicamente adecuado para pianistas profesionales que, además, debían asumir un particular compromiso con su peculiar universo poético.15
Notas
1. Jordi MALUQUER de Motes, "La inflación en España. Un índice de precios de consumo 1830-2012", Madrid: Banco de España, 2014, Estudios de historia económica nº 64
2. Esmeralda BALLESTEROS Doncel, "Una estimación del coste de la vida en España, 1861-1936", en "Revista de Historia Económica", nº XV,2 (1997), pp 367-395
3. Albert CARRERAS y Xavier Tafunell, "Estadísticas históricas de España: siglos XIX-XX", Bilbao: Fundación BBVA, 2005 (2ª edición revisada y ampliada)
4. Monserrat LLONCH Casanovas, M. (2004), "Jornada, salarios y costes laborales en el sector textil catalán (1891-1936)", en "Revista de Historia Industrial", nº26 (2004), pp.101-139
5. Luis VILLALBA, “Enrique Granados. Semblanza y biografía”, Madrid: Imprenta Helénica, 1916, pp 8 y 9
6. Antonio FERNÁNDEZ-Cid, "Granados", Madrid: Samarán, 1956, p 70
7. Pablo VILA SAN-JUAN, “Papeles íntimos de Enrique Granados”, Barcelona: Amigos de Granados, 1966 pp 79-80
8. Nacis OLLER, “La Bogeria”, Barcelona: Les ales esteses, 1899
9. Carol HESS, "Enrique Granados". A Bio-Bibliography", New York: Greenwood Press, 1991, pp 6-7
10. Walter Aaron CLARK, “Enrique Granados. Poet of the piano”, New York: Oxford University Press, 2006, traducción española de Patricia Caicedo, “Enrique Granados: Poeta del piano”, Barcelona: Editorial Boileau, 2016 pp 17-18
11. Xosé AVIÑOA, "La música i el Modernisme", Barcelona: Curial, 1985
12. Xosé AVIÑOA, 'Compendio histórico-biográfico' en "Enrique Granados. Integral para piano" Vol 18, Barcelona: Editorial de música Boileau, 2002, pp 21-22
13. Miriam PERANDONES, “Correspondencia epistolar (1892-1916) de Enrique Granados”, Barcelona: Editorial Boileau, 2016 p 26
14. Juan José CARRERAS (ed.), "La música en España en el siglo XIX", Vol. 5 de "Historia de la música en españa e hispanoamérica", Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2018
15. Teresa CASCUDO, 'Poética romántica y evocación dieciochesca', en "La música en España en el siglo XIX", pp 689-91
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