Discos
Correcto Giacomelli, hasta mejor ocasión
Raúl González Arévalo
En los últimos meses han llegado propuestas de recitales monográficos sobre Händel (Jaraoussky y Fagioli), Graun (Lezhneva), Porpora (Cenčić), y Gasparini (Invernizzi). Ahora le toca a Giacomelli. Como bien recuerdan las notas de la introducción, hasta el presente su música ha sido objeto de interés más por el destinatario –fundamentalmente Farinelli– que por el compositor en sí mismo. Ciertamente es un riesgo en la música barroca (a menos que uno se apellide Handel o Vivaldi) que los compositores queden eclipsados por los intérpretes, pasados (castrados) o presentes (contratenores, mezzosopranos), o solo se conozca su obra más espectacular en términos de virtuosismo, sin posibilidad de profundizar en otros aspectos de la producción lírica. Incluso cuando la música comparece en pastiches, como ocurre con L’Oracolo in Messenia, el mérito se lo lleva Vivaldi por encima de Broschi (¿para cuándo un monográfico suyo?), Giacomelli y Hasse, autores a partes iguales.
Ahí reside la importancia y la particularidad de esta grabación: en esta ocasión el compositor es protagonista absoluto, se impone la calidad de su música por encima de las limitaciones del intérprete. A buen seguro una parte del mérito se la lleva indudablemente la orquesta. En los discos solistas se suele hablar más de los cantantes que de las formaciones que les acompañan. Pero en este caso, calidad obliga, debe ser al revés: Musica Fiorita suena sencillamente de maravilla. Acorde con el estilo del compositor, la dirección de Daniela Dolci es más amable que agitada, prefiere los sonidos cálidos a los secos y se conduce sin brusquedades. Incluso cuando se trata de música marcial, como la breve Sinfonia con tromba y la más desarrollada Sinfonía con trombe e oboi, ambas procedentes de Gianguir. No hay tiempos muy dramáticos ni contrastados, pero creo que el carácter de la música que se escucha lo admitiría mal y sería forzarla. Para muestra, lo acertado de la óptica con que se aborda las Sinfonía con corni de Adriano in Siria y de Cesare in Egitto (¿para cuándo grabaciones integrales? ¿Y de Merope?). Los metales (trompas, cornos) están intachables, como el resto de instrumentos. Todo un descubrimiento.
Respecto a la música, ciertamente es complicado confeccionar un retrato completo de un compositor con una producción tan amplia, que trabajó con las mayores estrellas de la época y que conocía el medio a la perfección. Pero, como siempre con estas propuestas, la selección busca ofrecer variedad, de afectos y de situaciones dramáticas. Ya se sabía que Giacomelli es capaz de producir preciosas líneas largas, en lamentos espectaculares. Para muestra, “Sposa, non mi conosci” (más conocida en la adaptación hecha por Vivaldi en su Bajazet, “Sposa son disprezzata”) y “Mancare, oh Dio, mi sento”. En sentido inverso, me queda la duda de los logros en el canto de agilidad, que parece menos lograda dramáticamente no ya que en Handel o Vivaldi, sino que en Graun y Porpora. Con todo, también soy consciente de que se trata de una impresión derivada de las limitaciones de la interpretación de Flavio Ferri-Benedetti, voluntariosa, pero sin llegar al nivel de excelencia de otros intérpretes barrocos como Fagioli o Cenčić, por centrarme en dos contratenores en la cresta de la ola que han hecho de la coloratura un arte y cuya emisión es tan redonda que pueden competir sin problemas, en términos de calidez y espesor, con mezzosopranos como Bartoli, Genaux y Lezhneva (Hallenberg y Basso son aquí inalcanzables), cantantes que han cantado este mismo repertorio.
Es una observación que hago desde el respeto más absoluto: más allá del timbre poco bello, incluso ingrato en algún momento, el italiano tiene una emisión menos refinada, que por momentos le llevan a forzar en el grave con el registro de pecho, o a mostrar sonidos más blancos y notas puntualmente fijas en el agudo. La coloratura tampoco es trascendental (esas notas picadas, la ausencia de trino), ni en el dominio de las agilidades, abordadas entre la prudencia y la escolástica, ni en las variaciones propuestas, siempre dentro de estilo pero sin traslucir fantasía de intérprete. En este sentido, el aria que abre el disco y de donde toma el título, “Fiamma vorace” de Merope, no causa la mejor impresión, aunque posteriormente mejore algo. Se echa en falta un acento más incisivo, más variedad en el color para dotar de sentido particular la palabra, más mordiente en la emisión. A la postre ni se sitúa al mismo nivel ni se le puede medir con los criterios que a otros que juegan en la primera liga. Su mejor baza está en el centro, donde el sonido es más redondo y cálido y puede exhibir con comodidad una buena capacidad para el fiato y el legato, como demuestra con la estupenda nota sostenida que abre “Spera, sì, presago in petto”, así como en los dos lamentos citados que, aun estando entre lo mejor del disco, no pueden competir con otras versiones más conocidas.
En definitiva, la grabación señala una senda que aún espera ser recorrida y es una propuesta necesaria, bien resuelta, a la espera de mejor ocasión.
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