Rusia

Y otra ópera rusa (aunque no lo parezca)

Maruxa Baliñas
jueves, 5 de julio de 2018
Moshinsky, La forza del destino © Teatro Mariinski, 2018 Moshinsky, La forza del destino © Teatro Mariinski, 2018
San Petersburgo, martes, 3 de julio de 2018. Teatro Mariinski 1. Sala histórica. La forza del destino, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi, sobre un libreto de Francesco Maria Piave basado en el drama 'Don Álvaro o la fuerza del sino' de Ángel Saavedra, Duque de Rivas. Estreno en el Gran Teatro Imperial (Bolshoi Kamenni) de San Petersburgo el 22 de noviembre de 1862. Elijah Moshinsky, dirección escénica. Andrei Voitenko, recuperación de los decorados de 1862. Hovhannes Ayvazyan (Don Álvaro), Roman Burdenko (Don Carlos de Vargas), Elena Stikhina (Doña Leonora de Vargas), Natalia Yevstafieva (Preziosilla), Yuri Vorobiev (Padre Guardián), Alexander Nikitin (Fray Melitón), Grigori Karasev (marqués de Calatrava), Kira Loginova (Curra). Coro y Orquesta del Teatro Mariinski. Christian Knapp, director musical. XXVI edición del Festival Estrellas de las Noches Blancas.
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A veces tengo la sensación de que los rusos lo celebran todo, incluso como en esta representación de La forza del destino de Verdi: "celebrando los veinte años de la producción en el Teatro Mariinski". Pues sí, fue un 7 de julio de 1998 cuando se estrenó este montaje de Elijah Moshinsky, quien -como es bastante habitual en el Mariinski- aprovechó los decorados originales de Andreas Roller para el estreno mundial de 1862, que tuvo lugar precisamente en este Teatro Mariinski (entonces llamado Gran Teatro Imperial), en una reconstrucción firmada por Andrei Voitenko. Aunque no todo fue tradicional: Moshinsky es un buen director escénico y junto a los decorados tradicionales hubo alguno nuevo y sobre todo un movimiento de personajes muy ágil, con dignidad pero sin los envaramientos que puede haber en otras óperas del Mariinski. Hay cosas que un director escénico no puede salvar -esa acumulación de muertes en el final de la ópera- pero Moshinsky consiguió que casi pareciera lógico el desarrollo de la acción. A destacar la abundante presencia infantil en la escena del reparto de comida del cuarto acto (también hubo niños en la escena de la taberna del segundo acto) y lo bien que trabajaron.

Christian Knapp en el podio fue una agradable sorpresa. Desde hace unos años, el Mariinski invita a bastantes directores extranjeros a dirigir, pero normalmente es para cosas muy concretas, no para las obras de repertorio. En cualquier caso, Knapp no puede ser considerado un extranjero, ya que estudió en el conservatorio de San Petersburgo con Ilia Musin. Quizá por eso es un director que trabaja mucho en el Mariinski -la temporada pasada hizo ocho títulos distintos en el teatro-  y es bien conocido entre el público. Knapp fue recibido con aplausos y empezó con un gran brío, casi demasiado. Pero a poco de comenzar la ópera se calmó e hizo una espléndida interpretación, dejando respirar la obra y controlando bien a los cantantes. La orquesta sonó mucho mejor que en Ruslán y Ludmila dos dias antes. Debo decir que aunque el nivel general de la orquesta es bueno, al tratarse de una orquesta tan amplia, que atiende simultáneamente dos o incluso tres salas, no siempre la respuesta es la misma, y aunque ignoro la organización de los ensayos, en este tipo de macro-orquestas (la orquesta del Mariinski tiene más de 300 componentes) suelen ser cuestión complicada.

Vocalmente fue una buena función. Elena Stikhina cantó muy bien su Leonora, porque además su voz se adapta bien al rol. No es una cantante exuberante o que impresione, pero se hace oír perfectamente y tiene una gran delicadeza y musicalidad. Actuó además bien, desde el punto de vista actoral. Como se trata de una cantante joven (menos de 30 años), cabe esperar que aún mejore más y creo que es una cantante cuyo nombre conviene seguir.

Conocí a Hovhannes Ayvazyan -otra de las recientes incorporaciones del Mariinski- en la anterior edición del Festival Estrellas de las Noches Blancas y no me convenció. Pero ayer cuando salió a escena me quedé gratamente impresionada: comentaba hace unos días el problema que tienen con los tenores en el Mariinski, y sin duda Ayvazyan es superior a la media. Pero en el tercer acto ya se mostraba cansado y la calidad había bajado bastante. Hizo luego un cuarto acto bueno y aunque en los dúos con Stikhina sigue quedando desdibujado, en general debo decir que está desarrollándose muy bien.

Si los tenores son un problema, los bajos no. Yuri Voroviev, que tenía un papel secundario como Padre Guardián, robó la función en varias ocasiones. Ya no es habitual ver bajos bufos que distorsionen la voz sin perder afinación y tensión, pero Voroviev lo hacía, y como además tiene experiencia, resultó uno de los bajos más cómicos que he podido escuchar en años. En comparación Alexander Nikitin, el Padre Melitón, que además es uno de los grandes bajos de la casa, pareció menos atractivo en sus primeras apariciones, pero en el cuarto acto despegó espectacularmente y sacó un registro de bajo profundo también memorable.

Roman Burdenko es -como Stikhina y Ayvazyan- una nueva incorporación a la compañía del Mariinski. Aunque ya había cantado con ellos anteriormente, no se incorporó hasta el año pasado´. Se trata de un buen barítono verdiano, que además ha estudiado en el programa de la Academia de Santa Cecilia, por lo que conoce bien el estilo, y su italiano es comprensible, cosa que no se puede decir de buena parte de los cantantes de ayer. Su Don Carlos robó el protagonismo a Álvaro, actoral y vocalmente. Mató estupendamente a su hermana Leonora y fue un malo ejemplar. Otro nombre a seguir. ç

Muy bien el coro, y aunque su italiano sigue necesitando inseguro, ya lo hacen mucho mejor que en otras ocasiones que les oí. Sus intervenciones son siempre un placer porque actúan muy bien e incluso se atreven a hacer algunos de los números de baile, al tiempo que siguen camtando, con una gran eficacia. 

Público más ruso que extranjero, educado y aplaudidor. Les gustó más Ayvazyan que Burdenko, pero eso ya es cuestión de gustos. Muy aplaudida también Stikhina y Knapp, un director que se presenta con cierta regularidad en el Mariinski. 

En resumen, una función con protagonistas jóvenes pero que tienen madera de buenos cantantes, junto a algunos tradicionales del Mariinski tanto o más interesantes. La producción se mantiene bien a pesar de sus veinte años, y seguramente cuando llegue el momento se celebrarán sus bodas de plata y sus treinta años. Acaso los cantantes sean los mismos para entonces, pero si cambián, seguramente será conservando la tradición que ya se ha creado en torno a este montaje.

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