Discos
¿Qué queremos de los Estados Unidos de Norteamérica?
Paco Yáñez
En un momento en el que la estabilidad internacional (históricamente tan frágil) entre las grandes potencias económicas y militares es reiteradamente torpedeada por el ombliguismo cerril y bravucón de uno de los mayores botarates que al frente de la Casa Blanca hemos padecido (y tenía el listón bien alto Donald Trump, si pensamos en la nómina de los últimos presidentes republicanos, con el ínclito George W. Bush a la cabeza de la estulticia y de los despropósitos), nos preguntamos, una vez más, qué queremos y qué rechazamos de los Estados Unidos de Norteamérica...
...ya que de proteccionismo y aranceles habla el tuitero-magnate-presidente, no estaría de más recordar que nuestras fronteras están bochornosamente abiertas de par en par a una intoxicación de la industria del entretenimiento estadounidense que no sólo presenta una balanza comercial totalmente descompensada hacia el otro lado del océano, sino que ha rebajado de forma alarmante el nivel cultural, artístico e intelectual de nuestros mass media: cada vez más eco de la idiotización dominante en el mainstream yanqui (si a ello le sumamos los restos de un pensamiento carpetovetónico tan enquistado en cierta España, el cóctel es de traca). No se ve, en algo tan abyecto como la TDT hispánica, ni el más mínimo asomo de europeización, de creación de un marco referencial con el resto del continente en el que la cultura sea el contenido fundamental de la programación (véase un ejemplo revelador y un camino a seguir, como el del canal ARTE), y no la ristra de subproductos deleznables en forma de concursos, series, películas y demás monstruosidades (¡infiltradas hasta como contenido de los noticieros, incluida la televisión pública!) cuyo objetivo es crear autómatas y consumidores de encefalograma plano, en lugar de ciudadanos inteligentes con una aquilatada conciencia de su herencia, bagaje y responsabilidad cultural para proceder a un pensamiento crítico y renovador desde el que construir el futuro como europeos (y ciudadanos del mundo, pues la exclusión de la multiculturalidad en pos de un pensamiento único capitalista es otra de las trabas y barreras de esta nueva forma de colonización mediática que se ha venido denominando globalización).
Afortunadamente, el diálogo que hoy mantenemos con los Estados Unidos, por medio de este soberbio disco del sello New World Records, es tan bidireccional como bienvenido, y lo es con la Norteamérica que queremos: ésa a la que abrimos los brazos en Mundoclasico.com año tras año: la de la excelencia y la cultura, sea en sus universidades de referencia, en sus mejores auditorios, teatros y museos, en sus discográficas de música culta, en sus intérpretes y artistas, o en las partituras de compositores y pensadores tan interesantes como James Tenney (Silver City, Nuevo México, 1934 - Valencia, California, 2006), cuya música interpretan en este registro los miembros del Scordatura Ensemble de Ámsterdam, prolongando el fértil diálogo que desde Holanda han tendido a los Estados Unidos agrupaciones como el Asko/Schönberg Ensemble, el Nieuw Ensemble o el Ives Ensemble: conjuntos, todos ellos, en cuyas lecturas compositoras y compositores norteamericanos como Ruth Crawford-Seeger, John Cage, Earle Brown, Morton Feldman, George Crumb, Steve Reich y un largo etcétera han conocido algunas de sus grabaciones discográficas de referencia...
...sin duda, a ellas viene a sumarse este nuevo disco, dedicado a uno de los compositores estadounidenses que, desde el impulso recibido de maestros europeos como Anton Webern (en lo armónico-estructural) o Edgar Varèse (en lo que a timbre, sonido y electroacústica se refiere), supo afianzar una música norteamericana con sustancia y personalidad propia; una creación que en las cinco partituras aquí reunidas presenta vínculos muy próximos al espectralismo europeo, si bien con un carácter que acerca la obra de Tenney más a un Steve Reich que a un Gérard Grisey o a un Georg Friedrich Haas (por más que el austriaco, en estos últimos años, se haya arrimado, en una nueva vuelta de tuerca a los rizomas del estilo, a la estética del espectralismo norteamericano, con improntas en su música directamente bebidas del propio Reich, tal y como este año hemos señalado en diversas ocasiones, con motivo de la residencia artística de Haas en la Casa da Música de Oporto).
Precisamente con Steve Reich, y de forma muy concreta con su Music for 18 Musicians (1974-76), presenta numerosos vínculos una partitura coetánea de James Tenney como Harmonium #1 (1976), pieza que abre este disco de New World Records en su versión para voz, viola y teclado: formación que hay que leer para creer, pues lo aquí escuchado nos da la sensación de un efectivo mucho mayor, del tamaño de un nutrido ensemble. Ello es parte del intrincadísimo trabajo rítmico y, sobre todo, armónico andamiado por Tenney en su partitura, plenamente ubicada en sus investigaciones sobre la relación entre las alturas, los armónicos derivados y la percepción más puramente física y emocional de los intervalos llevada a cabo por el compositor en los años setenta del pasado siglo, dando lugar a un ciclo de partituras englobadas bajo la denominación harmonic series, conjunto en el que se encontraría un Harmonium #1 dedicado al también norteamericano Lou Harrison. La partitura especifica que los músicos toquen, de forma independiente, una serie de tonos a partir de un conjunto de alturas dadas, hilvanando un tejido de acordes que evolucionan al recorrer y cambiar esa matriz de alturas dispuesta por Tenney, además de fluctuar por las indicaciones rítmicas y dinámicas: profusamente abigarradas en línea con la citada Music for 18 Musicians, obra estéticamente tan cercana. Buena parte de esos acordes conforman armónicos de resonancia grave de gran sensualidad y atractivo, con una señalada tendencia a la consonancia, a la estabilidad. Siguiendo un proceder recurrente y característico de las harmonic series, a medida que dichos acordes y armónicos graves van evolucionando, se adentran en el espacio acústico cuerpos armónicos disonantes de mayor complejidad que las consonancias en color oscuro, desestabilizando el sistema armónico por su región aguda. De este modo, aparecen en escena intervalos alternativos, inicialmente inconexos con respecto a los que armonizaban la tan densa masa de acordes, procediéndose poco a poco a nuevas consonancias que se van fraguando por la aparición de esos acordes fundamentales y sus vínculos interválicos con los primeros, lo cual nos lleva de la sorpresa y perturbación inicial a una nueva forma de estabilidad musical dentro de una partitura que no deja de fluir, tan repleta de transformaciones y vida como lo está Harmonium #1.
Los vínculos entre el espectralismo y la pintura son algo evidente, pero en pocas ocasiones estos han sido más gráficos y directos que en For 12 Strings (rising) (1971), partitura aquí dirigida por Alfrun Schmid al Scordatura Ensemble. A lo largo de sus 8:30 minutos de duración, parece que escuchásemos una gran brocha pintando una superficie una y otra vez, en barridos en los que nuestra percepción armónico-visual es capaz de alcanzar con la mirada cada una de las cientos de cerdas de un pincel desplazándose independientemente dentro del conjunto de dicha brocha. Las doce cuerdas, así, parecen desdoblarse y ser, como en Harmonium #1, un orgánico instrumental mucho mayor, gracias al abigarrado trabajo interválico llevado a cabo por Tenney en cada uno de los instrumentos para que sus armónicos resplandezcan por doquier al pintar la superficie del lienzo musical. Ahora bien, si los vínculos entre pintura y espectralismo son evidentes, no menos lo son entre el pensamiento espectral y la electrónica como medio para multiplicar los parciales de las alturas y habitarlos microtonalmente. En este sentido, la relación de una partitura como For 12 Strings (rising) con el medio electrónico es totalmente directa, pues fue escrita por Tenney como arreglo para cuerdas de la electroacústica y profusamente armónica For Ann (rising) (1969). En la versión para instrumentos acústicos, es el glissando la técnica que predomina en este ensemble de doce cuerdas, algo que nos impele, como señala Robert Wannamaker en sus notas, a centrar nuestra atención en cada una de dichas cuerdas: desde los violines hasta los contrabajos, con sus rangos armónicos y tesituras más o menos agudas; o bien atender al conjunto de todos estos glissandi integrados, o lo que Wannamaker denomina «meta-glissando».
La primera de las dos partituras para viola presentes en este compacto, Two Koans and a Canon (1982), parece prolongar, en un solo instrumento, ese ir y venir como pintura sonora de For 12 Strings (rising). Aunque en este caso nos encontremos únicamente con una viola, la profusa exploración que Tenney realiza tanto de las dobles cuerdas como de los armónicos hace que el instrumento resplandezca cual si varias violas irisaran sus evanescencias a la par. El primer movimiento se conforma como una variación de una partitura precedente para contrabajo, Beast (1971), con la cual comparte su pulsación constante entre las diferentes alturas atacadas, siempre en un rango muy estrecho. Éste va cambiando en función de los intervalos surgidos entre una de las cuerdas atacadas en simultáneo, como fundamental, al ser rozada al aire, y otra en la que se desgranan las alturas que van modulando el discurso. A ello se suma un ligero delay aplicado desde la cinta magnética, lo que incrementa la complejidad del constructo instrumental con 'nuevas voces' (que no son más que la misma viola, retardada). El segundo movimiento nos remite a una partitura para violín once años anterior, Koan (1971), con la cual comparte un uso muy potente del trémolo, así como una construcción armónica progresivamente aguda, al conducir los intervalos hacia los rangos más elevados que el instrumento ofrece. La profusión del trémolo hace del segundo movimiento todo un ejercicio de danza a través del cual los armónicos se consolidan o disuelven, volviendo a enfatizar esa sensación de escuchar a más de un instrumento. Estilísticamente, el tercer movimiento, tras los dos Koans, se complejiza al introducir elementos de carácter más melódico en un refinadísimo canon (que amplía y abigarra la cinta magnética con su eco de la viola, retardado en dos compases -apenas seis segundos-), tan complejo en sus muchas sutilezas, que la percepción de tan arquetípica forma clásica se acaba desdibujando en pos de una expansión textural polifónica de una belleza reinventada: un viaje de apenas tres minutos desde la oscuridad inicial de su cuerda al aire hacia el denso silencio de los últimos compases, previo tránsito por la prolija canonización (en todas las acepciones del término) de los armónicos. La violista Elisabeth Smalt da cuenta de este viaje abismal, así como de los movimientos precedentes, con una sutileza en la digitación inmaculada, articulando una gran belleza sonora repleta de matices y musicalidad...
...otro tanto podemos afirmar de su lectura en la página que cierra el disco, Blues for Annie (1975), segunda pieza para viola sola del mismo. Estamos ante una partitura mucho más breve, de poco más de tres minutos de duración, que consiste en una transcripción de No More Good Water 'Cause the Pond is Dry realizada a partir de su interpretación a cargo Jaybird Coleman en un registro del año 1927 para Gennett Records. Es éste un ejercicio más de amor por la música popular, de los muchos que a modo de transcripciones llevó a cabo James Tenney a lo largo de su vida. La versión para viola sola se dificulta por el hecho de que Elisabeth Smalt ha de dar cuenta ya no sólo del canto de Coleman, sino de los acordes que el músico de Alabama desgranaba con su armónica, por lo que el resultado final alterna lo más fluido y emocional, en lo melódico, con lo más vertical e intelectivo, en lo armónico: ámbito en el que las dobles cuerdas vuelven a tener una importancia capital, lo cual, en una versión más simplificada y libre, resulta tan coherente con el resto del compacto, dando un nuevo rostro a la breve pero intensa tradición musical norteamericana.
Previamente, entre ambas partituras para viola habíamos escuchado Voice(s) (1984), obra para formación instrumental variable, aquí interpretada por el Scordatura Ensemble con viola, teclado, flauta, clarinete, trombón, violonchelo y la preceptiva voz (ésta, obligatoria), a cargo de la excelente cantante alemana Alfrun Schmid. Voice(s) es parte de un grupo de obras escritas por James Tenney entre 1975 y 1984 en las que, como en Two Koans and a Canon, utiliza la cinta magnética para crear un ligero retardo en vivo del sonido instrumental, generando una suerte de espejeo y amplificación de su efectivo sonoro. Para Robert Wannamaker, Voice(s) es la más sofisticada, texturalmente, de estas propuestas, pues comporta el uso de cuatro cintas registrando en vivo al ensemble, varias de las cuales, tras grabar secciones de la obra, las vuelcan posteriormente retrogradadas, lo cual tiende puentes con algunos de los procedimientos estructurales por antonomasia del serialismo. Como en el caso de Harmonium #1, los músicos deben seleccionar alturas de un conjunto dado; si bien aquí la cantidad de notas ofrecidas es mayor y se habilitan regiones de improvisación en las que los intérpretes definen la sonoridad final de cada pasaje. El conjunto de sonoridades acústicas y magnéticas es armónicamente estrechísimo, creándose oleadas que parecen aullidos, una suerte de mantra vocal-instrumental tan cercano a Ligeti como al propio Reich o a la música pop de trance característica del movimiento hippie norteamericano de los años setenta. Como en el caso de las restantes partituras reunidas en este disco, gran lectura del Scordatura Ensemble holandés, refinadísima y esplendorosamente armónica. Dentro de la plantilla que en este compacto interpreta Voice(s), nos encontramos con Bob Gilmore en el teclado. Tal y como especifica el libreto de esta edición, el disco que hoy reseñamos está dedicado al propio Gilmore (fallecido en 2015), promotor de esta edición discográfica y fundador de un Scordatura Ensemble al que, como reconocen los restantes músicos, presentó y contagió su amor por la música de James Tenney, llegando a tan logrados frutos como éste que hoy saboreamos.
Las tomas de sonido, efectuadas en diversos estudios de Holanda y Bélgica, son excelentes, como el libreto del compacto, firmado por Robert Wannamaker en un ensayo muy clarificador de las cinco partituras y su ubicación en el catálogo y el pensamiento de James Tenney, incluyéndose las biografías de rigor, así como (marca de la casa de New World Records) una discografía y una bibliografía seleccionada de un Tenney para cuyo universo estético se nos abre con este compacto una de sus mejores puertas de acceso, así como para aquello que de los Estados Unidos de Norteamérica realmente queremos.
Este disco ha sido enviado para su recensión por New World Records
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