Discos
Oráculo Donaueschingen 2016
Paco Yáñez

Continuamos nuestro repaso estival a las últimas ediciones discográficas que de los festivales de referencia en el ámbito de la nueva música en Alemania hemos recibido. Si hace siete días conocíamos el doble compacto que recogía algunos de los platos fuertes escuchados en las Wittener Tage für neue Kammermusik del año 2017, hoy retrocedemos un año, pues al 2016 nos remite la selección por NEOS realizada de los estrenos efectuados en el oráculo de las Donaueschinger Musiktage: una edición (como ya lo fuera la del 2015) más escueta de lo habitual en NEOS, pues tan sólo incluye dos SACDs, si bien la selección de partituras (en sus respectivos estrenos) parece muy acertada, además de estar presentada con la habitual excelencia en cuanto a edición y calidad de sonido del sello muniqués.
La primera partitura, por tanto, de tan juicioso compendio es Skin (2015-16), página para soprano y trece instrumentos de una de las compositoras más importantes del siglo XXI, la británica Rebecca Saunders (Londres, 1967). Tal y como su título nos sugiere, estamos ante una obra que reflexiona sobre el tacto como sentido, sobre una piel que nos separa (dotándonos de individualidad) y, al tiempo, nos pone en contacto con el exterior. Las distintas percepciones que a través de la piel podemos sentir: las vibraciones, la temperatura, las presiones, el dolor... son analizadas musicalmente por medio de un ensemble que, como es habitual en Saunders, conjuga una profusa exploración de técnicas extendidas con una delicada musicalidad, alternando momentos de verdadera implosión sonora con otros de una expresividad virulenta y atávica, como el golpeo rítmico de las membranas en la percusión: otra forma de concebir la piel, desde lo instrumental. Por otro lado, lo más racionalizado lo aporta la palabra, con un texto construido por la propia compositora en el que reúne fragmentos de la pieza televisiva Ghost Trio (1975), de Samuel Beckett (a su vez, referenciada al Trío en re mayor opus 70, Nº1 beethoveniano), junto con una sección del monólogo final de Molly Malone en el Ulysses (1914-21) de James Joyce: dos pesos pesados de la literatura anglosajona, por tanto, sobre los que Saunders realizó un (según ella misma reconoce) largo trabajo de reflexión y musicalización en colaboración con la soprano Juliet Fraser, que aquí canta el resultado final de su ensamblaje textual con un virtuosismo vocal impresionante: repleto de efectos y técnicas de lo más endiablado. El apartado instrumental corre a cargo de un no menos excelso Klangforum Wien con Titus Engel en la dirección. Juntos, nos ofrecen una obra tan desasosegante como bella y actual: una puerta de entrada más que pertinente a lo mejor de la composición actual, un año más reunida en esta edición fonográfica de las Donaueschinger Musiktage.
Al igual que sucedía con Skin, en el caso de Cold Cadaver with Thirteen Scary Scars (2016) su título ya nos pone sobre aviso de por dónde irán los tiros; máxime, si la partitura viene firmada por un iconoclasta tan cáustico e irreverente como el austriaco Bernhard Gander (Lienz, 1969). Tal y como habíamos señalado al reseñar sus dos monográficos para el sello Kairos, repletos de seres monstruosos ambos, híbridos de ángeles y demonios, gusta Gander de lo escato(i)lógico: realidad enfrentada aquí a supersticiones como la referida al número 13; de ahí, el que la partitura de Cold Cadaver with Thirteen Scary Scars esté repleta de motivos rítmicos sintetizados a partir de patrones cuya suma da como resultado tan fatídico guarismo, algo que lleva a Gander a preguntarse si no será su insistencia en el 13 una forma de golpear en la puerta de la fatalidad, del destino, lo cual convoca de nuevo, como sucedía en la obra de Rebecca Saunders (allí a través de Samuel Beckett), a Ludwig van Beethoven, aquí audible por medio de una Quinta sinfonía (1808) que igualmente golpeaba la puerta del destino y que ahora remedan los dos ensembles reunidos por Gander en su partitura, así como su reducción pianística. Conociendo la ironía y la desmitificación a las que nos tiene acostumbrados el compositor de Lienz, no es de extrañar que ese cadáver tan frío como exquisito al que se refiere el título de la obra lo sea la propia Quinta del genio de Bonn, sinfonía cuya transfiguración ganderiana escuchamos de un modo explícito bien avanzada la obra (minuto 11:49; si bien anuncios previos deconstruían un motivo inicial que después volveremos a escuchar) entre un marasmo musical saturado de referencias que fusionan el rock, el jazz, el pop, la electrónica y otras músicas de nuestra contemporaneidad, puestas en diálogo con los sacrosantos tótems del ayer: heridas que lo fueron, sobre el papel vacío y sin vida del manuscrito (tal afirma Gander), como hoy lo vuelven a ser las grafías de un Cold Cadaver with Thirteen Scary Scars cuyos desgarros nos ofrecen una música mestiza e híbrida que derriba fronteras estilísticas. La interpretación de Klangforum Wien y Steamboat Switzerland, aquí reunidos bajo la batuta de Titus Engel, es de una precisión rítmica y de un abigarramiento acústico tan monstruoso en cuanto a panoplia estilística como angelicalmente tocado: puro Gander.
Cierra el primer SACD el checo Martin Smolka (Praga, 1959) con sus dos movimientos para ensemble a yell with misprints (2016). El primero de ellos es todo un homenaje a la percusión en color metal, hirientemente aguda y obsesiva, aunque un tanto plana en cuanto a forma y estructura. Alcanzado el noveno minuto, la escena de desnuda por completo para dejar paso a un piano solo, netamente fantasmal en sus auras microtonales, así como expansivamente reverberante por medio de un pedal que insiste en ese carácter de sombra emanada de otros tiempos y espacios, por su fuerte contraste con los más extendidos pasajes percusivos previos, de modo que casi pareciera que de entre el caos surgiera la forma pura, un canto a las esencias. Contagiado por tal final, el segundo movimiento nace con un toque cercano al new age, lanzando bellas ondas sonoras en un hermoso legato que creas iridiscencias en las que diferentes velocidades dentro de la plantilla instrumental tienden capas y referencian materiales de sus estratos cromáticos. No es hasta cerca del séptimo minuto que los vientos atacan por primera vez este devenir de reminiscencias, también, feldmanianas, aunque sin conseguir romper su quietud y obsesiva reiteración en los patrones de oleadas sonoras que conforman la segunda parte de a yell with misprints. Pasado el noveno minuto, se recrudecen los ataques de los vientos, en una tesitura hiriente y aguda que recuerda a la percusión metálica del primer movimiento, si bien el estado de cosas permanece impertérrito hasta un ataque final que disuelve el entramado que nos había mecido acústicamente hasta dejarnos en puertas, como en el primer movimiento, de otro denso pasaje de piano microtonal, muy suspendido, casi a modo de coda y reducción de los tan bellos compases previos del ensemble. De tal dinámica, tan fuertemente contrastante, da cuenta un esplendido ensemble recherche capaz de sintetizar los mundos tan dispares que Smolka nos presenta, sin rehuir violencia, en lo más agresivo, ni poética, en lo más lírico.
El segundo SACD comienza con el escocés James Dillon (Glasgow, 1950) y su partitura para cuarteto de cuerda y orquesta The Gates (2016). En ella, se adentra Dillon en lo que las puertas suponen de transición entre dos espacios diferentes; aquí, podríamos decir que los territorios musicales del cuarteto de cuerda y la orquesta, cada uno de ellos con sus respectivas características y tradiciones. Pero, además, indaga el compositor británico los procesos de transición entre modelos de escritura, entre estructuras macroscópicas y microscópicas, entre una música más espiritual y otra más virulenta, entre una amplia exploración de la microtonalidad y compases de alturas puras. Todo ello, jugando con una cartografía sonora en la que el cuarteto se instaura como centro geográfico del territorio musical, mientras que la orquesta provee una suerte de contexto o medioambiente sonoro. Cierto es que las puertas, las fronteras entre ambos espacios ontológico-musicales como invitación a la permeabilidad, son difusas en buena parte del desarrollo de The Gates, sin que seamos conscientes de la existencia de esos dos cuerpos (polarización que se hará más evidente hacia el final de la obra), por lo intrincados que se presentan la mayor parte de los 32 minutos que dura esta página. Como posteriormente escucharemos en la propuesta de Martin Jaggi, hay dejes arcaicos en The Gates, sonoridades que nos remiten a un mundo antiguo, en las cuales las deudas con Giacinto Scelsi no son menores (escúchese el minuto 12 de la obra), ya por la ruda presencia de los metales, cual cuernos llamando a un ritual religioso, ya por su profusa microtonalidad. Pero, en conjunto, estamos ante una larga partitura con altibajos, quizás no entre lo mejor de James Dillon, y no será porque el Arditti Quartet y la SWR Symphonieorchester, todos ellos dirigidos por Pierre-André Valade, no pongan todo el énfasis en cruzar las puertas de la excelencia interpretativa, como aquí lo hacen.
Con el francés Franck Bedrossian (París, 1971) y su partitura para orquesta y electrónica Twist (2016) alcanzamos uno de los puntos álgidos de esta edición de las Donaueschinger Musiktage: tal es la fuerza y la rotunda actualidad a la que nos enfrenta su propuesta. Plenamente insertada en las señas de identidad que caracterizan a la música saturada francesa (una de las corrientes musicales más interesantes del siglo XXI), en Twist explora Bedrossian las fronteras entre el medio acústico y el electrónico, ya no sólo por la presencia de una orquesta y un entramado de altavoces conectados a un dispositivo informático rodeándola, sino por la inserción de instrumentos que sirven de puente entre ambos medios: instrumentos con escasa presencia en la orquesta europea tradicional, como el acordeón, el teclado MIDI, el piano preparado, la guitarra eléctrica, o un cuarteto de saxofones que, junto con alguno de los anteriores instrumentos, aporta al conjunto dejes jazzísticos que nos dirigen a otros universos estilísticos: hibridación estética y saturación monstruosa que es una de las características por antonomasia de la música saturada; de ahí, los momentos de atronadora densidad que Twist presenta, tan despiadadamente subyugantes, unidos a pasajes que evocan directamente un sonido que se diría (hasta) belle époque, con ecos del jazz norteamericano infiltrados en la Francia de entreguerras. Ahora bien, tras ese breve destello (así lo fue en la historia), no quedan rastros de tal hedonismo y belleza abandonada en los últimos compases de la partitura, abismados a una electrónica que se diría lo deshumaniza y absorbe todo, abocándonos a un paisaje postapocalíptico en color gris-ceniza, tan atractivo en lo matérico de sus relieves como desasosegante por la aniquilación de todo atisbo acústico previo, indudablemente asociado en Twist a lo más lírico y mundano. De dar cuenta de este torbellino en el que la historia gira, hecha trizas y música, hacia tal debacle, da cuenta una impactante SWR Symphonieorchester con dirección del bonaerense Alejo Pérez, mientras que el dispositivo electrónico que terminará por distorsionarlo todo fue realizado por Robin Meier en el IRCAM, estudio que se encargó de la difusión electrónica en el abrumador estreno de Twist brindado en Donaueschingen.
Difícil, mantener el tipo y atrapar nuestro interés, tras la audición de una propuesta como la de Franck Bedrossian. Quizás por tal contraste, decae la orquestal Caral (2016), obra del compositor suizo Martin Jaggi (Basilea, 1978) que suena demasiado domesticada tras las turbulencias saturadas de Twist. Ahora bien, comparte Jaggi con Bedrossian una mirada a la historia; en el caso del suizo, aún más atrás en el tiempo, pues la dirige a las primeras civilizaciones, al periodo en el que las primeras ciudades fueron fundadas. Es por ello que Caral forma parte de un ciclo de partituras que a ese momento histórico mira, junto con Uruk (2013), referida a Mesopotamia; Mehrgarh (2013), a la India; Girga (2014), a Egipto; y Banpo (2015), a China. En todos los casos, Jaggi toma como material para sus partituras las músicas arcaicas que se conservan de cada ciudad, ya sea la de las liturgias coptas en Egipto, o los recitados de los brahmanes en la tradición Veda de la India. De este modo, tiende el compositor suizo puentes místicos entre tiempos que se nos antojan (quizás por el desconocimiento que los rodea) tenebrosos y un presente en el que ve nuevos signos de oscuridad, tal y como lo hacen numerosos compositores de nuestro tiempo (y no es para menos). En esta quinta parte de su ciclo sobre las ciudades primigenias, Martin Jaggi nos remite a Caral: el más antiguo asentamiento urbano conocido en América, emplazado doscientos kilómetros al norte de Lima. De un tiempo que nos precedió en más de tres mil años, retoma Jaggi el sonido de sus flautas, analizado por medio de técnicas espectrales, además de referido, por extensión al conjunto de la orquesta, a un diatonismo que acaba deviniendo microtonalidad por la superposición de melodías que Jaggi amalgama, algo habitual en las flautas de pan andinas en el periodo precolombino que sirve al suizo de granero musical, con sus distintas filas de tubos, cambiando una misma secuencia de afinación en sucesivas series. Todo un ejercicio, por tanto, de etnomusicología, plenamente audible en los compases finales, con esas flautas microtonales que parecen entonar un conjuro misterioso o llamarnos la atención desde tiempos perdidos. Sea como fuere, la SWR Symphonieorchester vuelve a dar muestras de su gran versatilidad, ya por lo peculiar de Caral, ya por contraste con la poderosa Twist. En el caso de Caral, es el director francés Pierre-André Valade quien se encarga de coordinar tan sugerente diálogo de tiempos, espacios y músicas.
Si el austriaco Georg Friedrich Haas (Graz, 1953) abría la edición fonográfica de las Donaueschinger Musiktage del año 2015; en 2016, las cierra con su Konzert für Posaune und Orchester (2015-16), una partitura cuyo comienzo podría haber firmado el mismísimo Sibelius, ya el compositor finlandés, ya el programa de edición musical, pues este concierto nos suena excesivamente hilvanado a base de clichés, sin las excelencias que hemos conocido a Haas en otras muchas páginas. Decae en exceso, por tanto, esta (supuesta) exploración de las inmensas posibilidades de Mike Svoboda como solista en un conjunto de técnicas no excesivamente llamativas, bastante desvinculadas de una orquesta que hasta bien pasada la mitad de la obra se lanza a una suerte de paisajismo sonoro tan bello como arquetípico de las sensiblerías new age. Quizás gane la partitura con su audición en directo, no lo dudo (pues es algo que ya me ha pasado en varias ocasiones con la música de Haas), pero en su audición en disco compacto no podría decir, como en el caso de la pieza de Dillon, que nos encontremos ante lo mejor de su autor, dada su insistencia en efectos en demasía sencillos, en armonías muy elementales y en un melodismo un tanto afectado. Parte de esto último se puede deber a la componente emocional que este Konzert für Posaune und Orchester comporta, pues Georg Friedrich Haas lo compuso por encargo de Armin Köhler, trombonista él mismo, además de musicólogo y periodista alemán que dirigió las Donaueschinger Musiktage desde 1992 hasta su muerte, acontecida el 15 de noviembre de 2014 (de ahí, el que NEOS hubiese dedicado a Köhler la edición discográfica de las jornadas del año 2014; dedicatoria que también realiza James Dillon en The Gates). Indudablemente, algo de ese carácter luctuoso y elegiaco comparte el concierto haasiano, destacadamente en sus páginas finales (las mejores de la partitura), en las que, tras un convulso y doloroso pasaje, comienza a desmaterializarse la música en un largo morendo (especialmente del trombón solista), tras el cual resta una suerte de canto fúnebre, de invocación desde una distancia indefinida, sobre un pedal espectral de las cuerdas a modo de sustancia también borrosa, superadas las referencias a los valores cotidianos en los que nos incardinamos. De llevarnos a tales últimos compases, cual Carontes musicales, se encargan, además de un siempre soberbio (e incombustible) Mike Svoboda, una SWR Symphonieorchester que bajo la dirección de Alejo Pérez, y ya con su plantilla renovada fruto de la fusión de las orquestas radiofónicas del suroeste de Alemania, sigue demostrando por qué es una de las formaciones más destacadas en la interpretación de la nueva música: década tras década manteniéndonos al tanto de las corrientes más potentes de nuestros respectivos tiempos históricos.
Las tomas de sonido de estos dos SACDs vuelven a correr a cargo de la SWR, siendo la excelencia de las mismas la bien conocida tanto en las retransmisiones de la radio alemana como en los lanzamientos previos de estas jornadas musicales en el sello NEOS. El libreto, como ya había ocurrido en la edición de las Donaueschinger Musiktage del año 2015, es más escueto de lo habitual en ediciones pretéritas, con tan 'sólo' 47 páginas, si bien repletas de textos muy interesantes en los que cada uno de los compositores presenta sus respectivas obras. Se acompañan, dichos ensayos, de las biografías y fotografías de rigor, completando una panorámica musical muy atractiva por medio de siete estrenos absolutos en sus respectivas primeras grabaciones mundiales, todos ellos dignos de conocer e incorporar al canon de la música actual.
Estos discos han sido enviados para su recensión por NEOS.
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