Italia
¿Aida? ¡Una 'cubanada' egipcia!
Andrea Merli
Catania, viernes, 19 de abril de 2002.
Teatro Massimo. Giuseppe Verdi, Aida, melodrama en 4 actos. Libreto de Antonio Ghislanzoni (1871). Dirección Escenica, Escenografia, Vestaurio, Iluminación: Roberto Laganá Manoli. Coreografia: Alessandra Panzavolta. Carlo Striuli (Rey), Mariana Pentcheva (Amneris), Michéle Crider (Aida), Dennis O'Neil (Radames), Giacomo Prestia (Ramfis), Lucio Gallo (Amonasro), Angelo Casertano (un mensagero), Caterina D'Angelo (una sacerdotisa). Director; Donato Renzetti. Orquesta y Coro del Teatro Massimo Bellini. M° del Coro: Tiziana Carlini. Aforo: 1700 localidades. Ocupación 100%.
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Cuando hace tan solo unos meses los amigos barceloneses -tres melómanos de una pieza, columnas de la afición melodramática catalana, liceístas de cuarto y quinto piso- me invitaron al glorioso e histórico Teatro Tivoli para asistir a la Aida de La Cubana (compañía que, tengo entendido, ha alcanzado merecida fama también en America Latina) me lo pasé pipa. Vamos, cayéndome de la silla de la risa, pero con la intima convicción de que esa caricatura pirandelliana de la grand-opera era, realmente, la más eficaz contribución entre las mil y unas celebraciones en el año del centenario de la muerte de Verdi. Como dice mi amigo Michael Aspinall, autorizado musicólogo e infalible cómico de la ópera, 'nos reímos de las cosas que más queremos'. En ese caso, de Aida 'vista por detras' como comentó un actor de La Cubana, añadiendo 'que es por donde mejor entran las cosas'. Sarcástico, pero gran acto de amor hacia la ópera.Pero ¿que puede escribir un pobre cronista cuando topa con una 'cubanada' que va en serio? ¿Puede representarse, hoy en día, Aida como si fuera un vaudeville de Lina Morgan en su Teatro de la Latina? ¿Puede salir a escena el Faraón vistiendo una capa de lamé dorado y plisado encima de la sotana azul turquesa, luciendo lentejuelas y bisutería como una vedette de El Molino? Pues puede pasar esto, y mucho más, para que los 'modernos' digan -no sin razón- que la ópera hay que renovarla y que los que nos oponemos somos unas 'carrozas', unos 'carcas' jurásicos. Lo malo ¿o lo bueno? es que el publico, por regla general, disfruta de estas puestas en escenas que presumen de veracidad histórica, pero que son realmente un petardo. ¿Que i farem? decimos los catalanes.La producción llevaba in toto la firma de Roberto Laganá Manoli, al que otras veces hemos apreciado. Pero a Manoli se le deben haber subido los humo (el del siempre activo volcán Etna, por supuesto) a la cabeza. Porque, todo hay que decirlo, el decorado en sí era aceptable en su convencional tradicionalidad: corpóreo y con un sabor a Egipto que podía satisfacer, al mismo tiempo, al respetable y al critico exigente. Pero el horror vacui, con el consiguiente relleno de 'morcillas' y detalles superfluos, el desenfrenado movimiento de los bastidores, aparentemente monolíticos pero que se deslizaban con una facilidad más en consonancia con la casa de Butterfly, donde 'un fianco scorre e l'altro scivola', pudieron anular las mejores intenciones, si las hubo, de la regia. Por otro lado, ni el vestuario, bueno quizás para sicalípticas ediciones de La corte de Faraón, ni las luces de discoteca y menos la descabellada regia eran dignos de un teatro de la categoría del Bellini de Catania.A tanta parafernalia respondió una ejecución musical también hiperbolica. Donato Renzetti dirigió con un énfasis desproporcionado, logrando eso sí argénteos efectos en las escenas de masa, justamente las que el mismo Pepino consideraba un tributo inevitable al gusto imperante en esa época, llegando a definir despreciativamente 'Bataclan' (neologismo francés sacado del titulo de una opereta de Offenbach) la escena triunfal. A la batuta de Renzetti, en esta ocasión, falló el sentido intimista del drama y fue una lástima, porqué es un director atento y refinado.Por otro lado contaba con un reparto de rompe y rasga, que no admitía sutilezas. El 'Radames' de Denis O'Neil 'va per la maggiore', como se dice en Italia. Pero está recorriendo, evidentemente, el Sunset Boulevard de una vocalidad ya muy gastada. Se defiende en el canto di forza pero sus intenciones de afinar la voz en piano -no digamos pianísimos- se ve traicionada por el uso de falsetes incómodos. Además fatal como actor; por su infeliz figura chata e inelegante, sin querer fomentar ulteriormente el forum sobre este dichoso tema, puesta todavía más en evidencia con una especie de pantis negros, que ni Blasa portera de mi casa en TBO habría vestido para sus labores y calzando sandalias estilo Birkenstock, de turista alemán: otra guinda en el pastel de Manoli.Mariana Pentcheva, 'Amneris', tuvo el énfasis que pone una pexetera de la Boquería al vender la merluza y los langostinos. Una princesa desaforada, tanto en lo vocal cuanto en lo escénico, pese al vozarrón impresionante, que hubiese desentonado hasta como 'Santuzza' en Cavalleria rusticana. El 'Faraón' de Carlo Striuli, con voz calafatada y rugiente, fue el degno padre di cotanta figlia, pareciendo por contraste el 'Ramfis' de Giacomo Prestia un oasis para los oídos sedientos, pese a tener la voz apolillada por un tremolo, sospecho de falta de correcto apoyo diafragmático. El 'Amonasro' de Lucio Gallo, barítono atenorado que empezó cantando de alguna manera a Mozart y que ahora se ha lanzado en el repertorio de Verdi, fue otra caricatura.Buena última 'Aida' de Michele Crider, que hubiese podido ser óptima si esta cantante, dotada de una voz impresionante por belleza tímbrica, extensión, aterciopelada y suave en toda la gama, de fiati inagotables, no fuese tan discontinua. Hay momentos en que encanta con sus pianísimos, con un legato perfecto, con el agudo potente; en otros momentos resulta calante, fija y descontrolada en la messa in voce que no siempre sabe administrar. Es como si no llegara a domar esa tigre que tiene en el cuerpo. Una lástima.
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