Cuando hace tan solo unos meses los amigos barceloneses -tres melómanos de una pieza, columnas de la afición melodramática catalana, liceístas de cuarto y quinto piso- me invitaron al glorioso e histórico Teatro Tivoli para asistir a la Aida de La Cubana (compañía que, tengo entendido, ha alcanzado merecida fama también en America Latina) me lo pasé pipa. Vamos, cayéndome de la silla de la risa, pero con la intima convicción de que esa caricatura pirandelliana de la grand-opera era, realmente, la más eficaz contribución entre las mil y unas celebraciones en el año del centenario de la muerte de Verdi. Como dice mi amigo Michael Aspinall, autorizado musicólogo e infalible cómico de la ópera, 'nos reímos de las cosas que más queremos'. En ese caso, de Aida 'vista por detras' como comentó un actor de La Cubana, añadiendo 'que es por donde…
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