Discos
Castrado Paisiello
Raúl González Arévalo
No sé si The Paisiello Album es el título más acertado para un recital en el que las tres últimas piezas son de otros contemporáneos suyos, representantes de la escuela napolitana dieciochesca en su ocaso. Pero, como quiera que sea, su lanzamiento es absolutamente bienvenido, aunque más por lo que abre el repertorio que por el atractivo real de las composiciones. Quiero decir que señala una vía que hay que seguir profundizando, pero no descubre ninguna genialidad oculta.
Hay que reconocer que, de entrada, llama la atención el binomio Paisiello-castrado. Conocido fundamentalmente por su Barbiere di Siviglia –su mayor éxito en vida, posteriormente eclipsada por la obra maestra de Rossini– y por haber dado nacimiento al género semiserio con su Nina, ossia La pazza per amore, hasta el momento la recuperación de su producción lírica se había centrado en sus títulos cómicos, como Le due contesse e Il duello comico, que pude ver en persona en el Festival de Martina Franca de 2002. Sin embargo, aunque siempre se señala su paso por la Rusia de Catalina la Grande y la pertenencia a la escuela napolitana, con frecuencia se olvida que en dicha parte de Italia el reinado de los castrados, que habían llevado la fama musical de sus compositores a una dimensión estelar desconocida entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII, perduró hasta más tarde, aunque en fase decadente, tanto por los intérpretes como por los compositores, por más que reivindiquemos los nombres de Paisiello o Cimarosa –otro compositor recordado por sus composiciones cómicas.
Con todo, es absolutamente necesario para completar el panorama musical dieciochesco y el conocimiento de esta escuela ahondar en el catálogo de sus compositores. Las obras escogidas se mueven entre 1771 y 1799, aunque se centran en obras estrenadas hacia 1785. El formato responde plenamente a las características de la ópera barroca, tanto en las temáticas heroicas sacadas de la Antigüedad Clásica como en la estructura musical a base de recitativo y aria. Las composiciones escogidas presentan una factura notable, formalmente son irreprochables, hay inventiva melódica e instrumental, y una indudable adecuación a las situaciones dramáticas exploradas. Pero ningún número deslumbra y, a pesar de la variedad, no se puede evitar una cierta sensación de monotonía hacia el final del disco.
No es responsabilidad de los intérpretes, sino de la música. Divino Sospiro suena muy bien, responde adecuadamente a lo que ofrece la composición, con colores variados y ritmos contrastados, estableciendo de manera clara por su condición de conjunto de instrumentos antiguos la conexión barroca de esta música que cronológicamente debería mostrar mayor conexión con el Clasicismo. Respecto a Filippo Mineccia, prosigue con su exploración del repertorio italiano más desconocido, si bien aquí deja atrás el Barroco puro (los recitales dedicados a Jommelli y Ariosti; la integral de Il Bajazet de Gasparini; el repertorio del castrado Siface). Se trata de una senda interesante, que Franco Fagioli ya había tentado también con el repertorio del último gran castrado, Giovanni Battista Vellutti, que sin embargo no ha grabado. La voz tiene el punto ácido de siempre, especialmente en el extremo agudo; y la buena técnica no enmascara un registro grave que suena débil, aunque domina los recursos de coloratura barroca, del trino a las largas frases con agilidades, por lo que hace frente con una solvencia más que notable a las demandas de una música que, al margen de su mayor o menor valor, nunca es fácil. No en vano, si los compositores de la escuela napolitana destacaban por algo, era por saber escribir para las voces, a las que demandaban un esfuerzo muy importante.
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