Reino Unido
Ligeti en el Barbican (I): del pasado al futuro
Maruxa Baliñas
No sé si estas jornadas maratonianas dedicadas a un compositor, en este caso Ligeti, son una buena idea o sólo una muestra de cómo el disfrute de la música también se ve afectado por criterios de 'racionalidad' y 'aprovechamiento' del tiempo. Tengo muy claro que a mí la experiencia me encantó, que por la noche -aunque agotada- volvía a mi hotel con una sonrisa de oreja a oreja y sintiendo que la Maruxa que había salido por la mañana no era la misma que volvía por la noche. Que en un sólo día había escuchado más música en directo de Ligeti que en toda mi vida. Pero pasados unos días, y ya de vuelta en casa, me pregunto si esta experiencia hubiera sido aún mejor si hubiera tenido tiempo de reflexionar en lo que iba escuchando, si no hubiera estado todo el día agitada pensando en el siguiente concierto o actividad, en qué y a dónde me 'tocaba' ir ahora.
En cualquier caso, la jornada se llamaba Ligeti. Total immersion y eso es lo que fue, un día dedicado a György Ligeti, con tres conciertos, una película biográfica, una conferencia divulgativa pero académica de Tim Rutherford-Johnson, y la conclusión de un proyecto educativo (aunque a estas dos últimas actividades no asistí).
El día comenzó con la película All Clouds Are Clocks, un documental británico de 60 minutos rodado por la BBC en 1976 y con un añadido de 1991 realizado por el mismo director, Leslie Megahey. Eran las 11 de la mañana y el público presente en la sala era más bien escaso y -para mi sorpresa- de edad elevada (pocos parecían tener menos de 40 años, y abundaban los octogenarios). El propio director, Leslie Megahey, presentó la película acompañado de otro de los responsables del film, un productor de la BBC de aquellos tiempos, con la vivacidad que tan habitual es entre los ingleses cuando pierden la verguenza. Entre el público alguno más de los implicados en el proyecto, que intervinieron desde sus propios asientos cuando eran requeridos por los dos 'presentadores'. Como supongo que muchos de ustedes conocen la película -y si no es el caso, les invito a hacerlo- no voy a hablar de ella. A mí me encantó, principalmente porque mi imagen de Ligeti siempre había sido la de un hombre anciano y verlo expresarse como una persona en la plenitud de sus facultades (tenía 53 años, pero se le veía como un compositor aún buscando su camino en muchos aspectos) me resultó revelador: de hecho, en algunos momentos me creó un cierto rechazo porque se le veía arrogante, y no el vejete 'de vuelta de todo' que yo recordaba.
Pero la principal actividad de la mañana era el concierto a cargo de diversos alumnos de la Guildhall School of Music and Drama, situada al lado del Barbican, quienes presentaban un concierto de música de cámara en uno de los auditorios de la escuela. Se pasó así del pasado -el documental que cristaliza y preserva el Ligeti de 1976- al futuro, los jóvenes músicos, ya nacidos en el siglo XXI, que se aproximan a Ligeti desde una perspectiva muy distinta.
El primero en presentarse fue el joven pianista británico Dominic Degavino, quien marcó ya lo que iba a ser el tono de este concierto: un Ligeti del siglo XXI, tocado con la misma soltura y naturalidad que un estudio o nocturno de Chopin, o cualquier otra obra de repertorio. La técnica de Degavino, quien por lo que vi en internet ha nacido en 2002, es impresionante para lo joven que es: nada en esta Musica ricercata (1951-3) parecía resultarle difícil y su interpretación no desmerecía al lado de la de cualquier pianista profesional especializado en este repertorio. Es claramente un nombre a seguir porque puede hacer una gran carrera.
El Trío para violín, trompa y piano (1982) corrió a cargo de otros tres alumnos: la excelente trompista Karen Starkman -que participó también en las Diez piezas para quinteto de vientos-, el violinista Ionel Manciu, que tocó muy bien, y el pianista Ben Smith, quien después de escuchar a Degavino me resultó un poco soso.
Las Diez piezas para quinteto de vientos (1968) son -al igual que el Trío- una obra exigente para los intérpretes, que en el caso del flautista y oboísta les obliga incluso a cambiar entre tres instrumentos de la familia cada uno de ellos. Me gustaron especialmente Karen Starkman, tanto o más que en el Trío anterior, y Katherine Jones, que obtuvo un sonido igualmente bello en el oboe que en el oboe d'amore y en el corno inglés. La obra en sí me resultó más aburrida que las otras tres escuchadas en este concierto: de algún modo resultaba 'excesivamente ligetiana', casi como un recopilatorio de su estilo de estos años, manierista incluso.
El otro momento culminante del concierto matinal fue Síppal, dobbal, nádihegedüvel (2000), donde nuevamente la interpretación fue de primera categoría. Se trata de una obra muy exigente para los percusionistas que tienen que manejar varios instrumentos distintos cada uno -algunos poco frecuentes o incluso ajenos a la percusión como silbatos o armónicas- y hacer los cambios a gran velocidad. De hecho, aunque la obra está destinada a cuatro percusionistas, aquí hubo cinco, supongo que para aligerar esta tensión exigida a los intérpretes. La mezzosoprano Ema Nikolovska, macedonia-canadiense, cumplió sobradamente con su difícil parte, con ese texto que no siempre es lógico, y los enfoques tan distintos que da Ligeti a estas canciones sobre textos del poeta húngaro Sándor Weöres (1913-1989), amigo e incluso compañero de juergas en su juventud.
El público no fue muy abundante, pero sí hubo una notable asistencia de gente joven, imagino que muchos de ellos amigos o compañeros de los propios intérpretes. Pero nada hubo de función escolar en este concierto, al contrario, la profesionalidad, el nivel interpretativo y el rigor que mostraron me parecieron incluso superiores a los de los BBC Singers que protagonizaron el concierto vocal de la tarde.
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