España - Andalucía
Hegemonía femenina
Pedro Coco
Hacía tiempo que no se agotaban unas funciones de ópera en el Teatro de la Maestranza, lo que es una buena señal: el interés por la lírica se mantiene, aunque no se manifieste así de forma frecuente. Es obvio que cuando hay buenas voces en cartel, como ocurrió en parte con este Trovatore que volvía a Sevilla tras veinte años de ausencia ––cuando se tiene cuatro títulos año, suele pasar––, este aumenta de manera apreciable.
Triunfadora de la noche por su implicación, su adecuación al universo verdiano y sus imponentes medios fue la soprano norteamericana Angela Meade, que revalidó el éxito obtenido previamente en Sevilla como Anna Bolena. Esperemos que su idilio con el público de este teatro no acabe aquí y se le brinde la oportunidad de volver próximamente. Su fraseo y su dominio de los reguladores nos dejaron sin aliento al finalizar la escena de la prisión, y afortunadamente, aunque solo una sección, pudimos disfrutarle una imaginativa cabaletta posterior llena de precisa coloratura. Sus dotes más dramáticas se plasmaron después en el dúo con el Conde de Luna. Como curiosidad y muestra de su facilidad en el agudo, una licencia con la puntatura en los “di te scordarmi” al final del Miserere.
Por su parte, la joven mezzosoprano Agnieszka Rehlis sorprendió más que gratamente con una Azucena muy bien construida desde el plano dramático ––se notó desde sus primeras notas–– y con unos medios apabullantes que le permitían graves de gran impacto y ascensos al agudo bien controlados y mejor proyectados. Su amplitud de registro y la frescura de los mimbres la harían ideal Dalila, Carmen, Leonore, Amneris o Laura Adorno.
Ante tanta excelencia, el nivel de los protagonistas masculinos fue más discreto, aunque se apreció gran implicación, que iba en aumento a lo largo de la noche, en el tenor Piero Pretti. En la tercera y la cuarta parte dio lo mejor de sí, con un matizado, elegante e idiomático “Ah! Sì, ben mio” y, sobre todo, una intensa escena final.
A su lado, más escaso en proyección, el Conde de Luna de Lavrov, que no obstante usó su momento solista para mostrar unas nobles armas. El resto del reparto se situó a un buen nivel en sus breves intervenciones, y el coro, que disfrutó y nos hizo disfrutar, sonó empastado, muy en la línea habitual.
La dirección musical de Halffter, sin grandes alardes imaginativos y más controlada que en otras ocasiones verdianas, tuvo su mejor momento en la tercera parte, y consiguió de la orquesta gran compacidad; asimismo, supo encontrar el equilibrio entre foso y escena, aunque, en este caso, la magnitud de muchas de las voces sobre las tablas le habrían permitido más garra.
Por su parte, la puesta en escena, en la que imperaba la oscuridad que precisa el libreto, era efectiva y tradicional, lo que permitía seguir la trama sin dificultad, y con dos grandes estructuras polivalentes resolvía ––con una agilidad no siempre adecuada–– cada uno de los cuadros.
Esperemos que las buenas voces y las figuras punteras de los grandes circuitos no sigan faltando en esta nueva etapa del Maestranza, y otros nombres se vayan sumando al de Meade, Yende, Osborn, Devia, Kunde, Zajick, Alagna, Herlitzius y un largo etcétera, que, puntualmente o de manera repetida, nos han visitado en las últimas temporadas.
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